El fracaso y el dolor, diría el filósofo Schopenhauer, son partes inevitables de la vida. Por consiguiente, sería indispensable reflexionarlos y extraer buenas enseñanzas de ellos.
Los estoicos, filósofos de gran reciedumbre moral, percibieron el fracaso como buena oportunidad para el crecimiento y maduración personal.
Sin las espinosas dificultades que entraña el fracaso, no habría posibilidad alguna de alcanzar el éxito, ni, mucho menos, montarnos en el vehículo del avance y el progreso.
Friedrich Nietzsche, pensador de elevados vuelos filosóficos, habría dicho, con sobrada razón, que el fracaso no es sino la expresión acentuada de absurdos desaciertos.
Se hace necesario, por tanto, pensar y repensar los estragos del fracaso, no para rechazarlo, sino más bien para aprender de ellos y evitar su repetición.
Jeff Bezos, creador y líder máximo de Amazon, escribiría alguna vez:
“(…) hay que tener la voluntad de asumir riesgos. Debes tener la voluntad de fracasar, pero el problema es que a la gente no le gusta fracasar”.
A las gentes, ciertamente, les aterra saberse fracasadas. Para ellas, el fracaso, las más de las veces, impediría el logro del éxito.
Semejante forma de pensar es, a todas luces, absurda, ya que no concibe el fracaso como la antesala del éxito.
J.K. Rowling, escritora de enorme éxito editorial, sufrió en carne propia las punzadas dolorosas del fracaso.
Con impresionante sinceridad y sin pretensiones fútiles, nos ofrece sus experiencias sobre lo que son en-“sí” y para- “sí” los vértigos zahirientes del fracaso:
“El fracaso me dio una seguridad interior que nunca experimenté al pasar los exámenes. El fracaso me enseñó cosas acerca de mí misma que no hubiese podido aprender de otra manera. Descubrí que tengo una fuerte voluntad, y más disciplina de la que esperaba. Y también descubrí que tenía amigos cuyo valor es mucho más alto que el de los rubíes”.
La experiencia del fracaso, bien podría decirse, permitiría que Rowling tuviese, al menos, mucha seguridad interior; descubrir fortalezas y, a la vez, reconocer las buenas intenciones de quienes nunca la defraudaron y le brindaron, quizás para siempre, amistad auténtica en momentos de pequeñas y grandes dificultades.
El fracaso, de manera determinante, contribuyó, en gran medida, a su bien merecido éxito.
En vez de lamentar sus fracasos, Rowling, de cierta manera, aprendería de ellos; trascendería dudas y sabría, con asombrosa certeza, burlar los fantasmas del pesimismo y el desaliento.
Gracias a sus fracasos, ha venido cosechando, en el decurso de su existencia, importantes éxitos escriturales y de carácter existencial.
Cabría decir, pues, que sin el fracaso no sabríamos, como se habría de suponer, hacía dónde iríamos. Y lo peor: quedaríamos sumergidos entre dudas, incertezas y absurdidades que, en vez de claridad, llevarían confusiones a la razón y al entendimiento.
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