Los procesos de transformación en el campo de la educación y en el ámbito social generalmente se organizan sobre la base de diagnósticos y altos estudios que analizan la realidad educativa desde múltiples variables. Los análisis subrayan componentes curriculares, socioeconómicos, políticos y culturales. Son estudios exhaustivos que se caracterizan por el rigor y el acierto con el que plantean problemáticas cruciales en los ámbitos abordados. Pero, en muchos de los estudios indicados, los análisis no conectan con el foco central de los avances o de los problemas que afectan a la educación y a la sociedad: el aula. Este minúsculo espacio estratégico no siempre se toma en cuenta cuando se quiere saber qué pasa en el centro educativo, qué pasa en la educación y en la sociedad. Esta distorsión provoca daños irreversibles; genera pérdida de tiempo, de recursos y de aprendizajes. Produce involución y estancamiento, tanto personal como social.
El aula ha de entenderse como una microsociedad, como un órgano vital para sostener y potenciar la vida del centro educativo y el desarrollo socioeducativo. En ella converge una diversidad de experiencias y de saberes. Se evidencia diversidad de identidades y de problemas. Además, se identifican múltiples expresiones de la cultura del país. Todo esto nos indica que el aula no es una uniformidad; que es un espacio plural, complejo y esencialmente dinámico. Este dinamismo deriva del conjunto humano que la habita; emerge, también, de la cantidad y variabilidad de problemas que la tensionan. Su complejidad se evidencia en la historia y en las situaciones que cada uno de los actores del aula lleva consigo. Asimismo, la complejidad se refleja en las características de los contextos de los que provienen los actores y en el que esté inserto el centro educativo.
Tomando en consideración los aspectos anteriores, es necesario reconocer que, hasta que no se asuma el aula como epicentro de los procesos de transformación de sus actores, se estará perdiendo tiempo y retrasando el desarrollo integral de las personas y de la sociedad. De una vez por todas, se ha de tomar la decisión de asumir el aula como foco prioritario de los cambios que se quieren impulsar en la educación nacional y en el desarrollo social. Este impulso no se logra dándole vuelta a los problemas. Se pueden agilizar si el aula se convierte en el eje articulador de fuerzas, de ideas y de propuestas para su propia transformación. Sí. El objetivo central ha de ser reconvertir el aula en un núcleo orgánico para recuperar y afirmar aprendizajes polivalentes; aprendizajes que cambian de forma sustantiva el modo de pensar, la visión y la práctica, tanto personal como colectiva.
En los momentos actuales, uno de los problemas más relevantes que afecta a la educación de la República Dominicana es que los aprendizajes de los estudiantes son frágiles. No posibilitan un desarrollo significativo de los estudiantes, tampoco de la sociedad. A esto hay que sumarle que los aprendizajes de los docentes son bastante cuestionables. Un desafío al que tiene que responder la transformación del aula es que los aprendizajes de los docentes, también, sean significativos. Si los aprendizajes de los docentes no generan aprendizajes con significados en los estudiantes, esto indica que la formación de los docentes, además de desfasada, carece de fundamento. Esto trae a la mesa un problema difícil de encarar: autonomía de las instituciones formadoras de docentes, seguimiento de los procesos de educación superior que es responsabilidad del Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, y ética profesional-institucional. Aunque sea difícil, esta tríada hay que ponerla a funcionar. No se puede simular en la formación de los docentes. Se asume la seriedad y calidad del proceso formativo o no se asume.
El aula se convierte en epicentro de procesos transformadores cuando estudiantes y docentes aprenden; cuando estos actores hacen dialogar sus motivaciones, su interés por un desarrollo integral que los conecte con las necesidades de su familia, de su comunidad y de sí mismos. El aula es motor de cambios cuando parte de la realidad de los estudiantes y de sus propios saberes para construir nuevos conocimientos que les sirvan en la vida y para la vida. Asimismo, cuando dialoga con la realidad del centro educativo; cuando articula su trabajo con el contexto comunitario, nacional y mundial. Estas articulaciones deben propiciar la construcción de propuestas de solución a problemas de la vida cotidiana y de sus comunidades.
El aula es, también, dispositivo transformador, cuando cada estudiante cuenta para pensar y construir juntos. De igual manera, cuando se convierte en un laboratorio, donde cada actor pone en acción sus talentos, en favor de su propio desarrollo y el de los demás de su entorno. Al ser un organismo vivo, el aula ha de incentivar, en todo momento, aprendizajes inclusivos, innovadores y comprometidos con el avance personal, comunitario y social.
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