Bajo la doble dependencia de lo dicho El libro de los márgenes II de Edmond  Jabès (1912-1991), existen muchas peripecias sobre su nacimiento, vida, obra y escritura. Había nacido en el Cairo en el seno de una familia judía obligada por su condición a vivir en el exilio. Asume que toda esa experiencia es producto de un nacimiento y una misión donde el poeta y escritor no abandona  su condición de viajero y profeta, pues su vida poética es también un libro de los márgenes y voces en el desierto. En tal sentido, la aproximación a escritores como Levinas, Caillois, Leiris, Derrida y Blanchot, entre otros, es un fenómeno recuperatorio de ultimidades, vida-muerte y trashumancia.

Es por eso que también asume en su ante-decir que “El fuego clasifica” y como dice Michaux “Lo comparable cede ante lo incomparable”.

“Allí donde nada puede resultar el resultado es la prueba, tanto del no resultado previsto como la Nada.

Pues,

“En el principio era la Nada, que no tiene principio”. (Ver, Edmund Jabès: El libro de los márgenes II, Bajo la doble dependencia de lo dicho, Eds. Arena Libros, Madrid, 2005, p. 11).

El poeta pensador no para de interrogar, ni interrogar-se: ¿tendrá el alejamiento sus grados? ¿La proximidad, sus límites?

Nos dice entonces:

“Se dan dos tipos de descubrimiento en literatura: el de la obra realizada en el seno de su no realización-llevada, en su inacabamiento, hasta el ineluctable término-y el de la obra a medio camino de su sin cesar diferida realización: las dos me interesan; una por el camino que ha recorrido, la otra, por el que le queda por recorrer.” (p.13)

}El autor reconoce, por lo mismo que:

“Tantas citas de autores que he frecuentado, tantas notas escritas día a día duermen en mis cajas de cartón…”  (Ibídem.)

“Están aquellos escritores, pensadores, soñadores, poetas que me abrieron los ojos y están los que sigo leyendo con avidez y aquellos a los que solo leo de cuando en cuando…

La palabra compartida es siempre palabra nueva” (Ibíd. op. cit.)

En El Punto, la inevitable cita del otro resuena en su memoria creadora:

“Estoy acabando. El aire ligero de mi finitud hincha cada vez que respiro mis pulmones. Mi relación con el infinito pasa por cada una de estas etapas, de estos vencimientos. Vivo de mi capacidad innata de no dejar de morir”, decía él.” (p. 15)

El poeta en este mismo ritmo lo dice claramente:

“Ser el otro y permitir a éste ser uno mismo: vía oscura del anonimato”.

“Escribir consistiría mediante las palabras, en acceder poco a poco a ese anonimato.” (Op. cit. p.20)

En Carta Blanca leemos un escrito aforístico:

“El escritor se escribe leyendo, el lector se lee en lo escrito” (Ibídem.)

Pero el poeta hablando se reconoce en él mismo como libro escrito en blanco y más blanco. Tal como lo expresa en su modo aforemático:

“Grande es el margen entre carta blanca y hoja en blanco. No es, sin embargo, en este margen donde podrías encontrarme, sino, en el todavía más blanco que separa el pliego estrellado del pliego transparente…” (Op. cit. p.23)

“la página abierta”

“…la página escrita, de la página por escribir: en este espacio infinito, por tanto, donde la morada nos devuelve a la morada y la mano de la pluma; donde todo lo que se escribe se borra en su escritura misma; el libro insensiblemente haciéndose en el libro que nunca se acabará.

Este es mi desierto.” (p.23)

Lo que se escucha sobre el libro es la máxima de la soledad del signo:

“Creyendo acercarse a su modelo, el libro va destruyéndolo a cada paso un poco más.

Oh soledad el signo.”

Jabès es un poeta del pensamiento y su sombra. “La oscuridad nos arrastra”, dice para trascender la muerte y el sujeto del viaje como tempo y tiempo infinitos. Y así:

“Lo que está concebido para fluir, funda el flujo, es su fundamento. Solo la unidad puede concebirse… El instante abre el libro. La eternidad lo sorprende. Sombra y luz son, de ésta, los triunfos. Jabès es un poeta evocador que busca en su propio camino como profeta y poeta de las preguntas e incertidumbres y fraseos teologales. “El universo es un punto fijo. Dios es ese punto” la paradoja habla, invita a repensar la escritura.: “todo se mueve al no haberse movido. Escribir, escribir. Solo la escritura es movimiento.”

Al pronunciar Jabès esta máxima literaria y poética, el poema y la visión memorial se salen de los límites y Jabès se autocondena a caminar sin rumbo fijo.

El poeta no podrá esquivar la muerte. Limpio de sospecha o abusado y acosado, el poeta quiete “Enseñar a las víctimas a morir respetando a sus amos, ésta es la máxima preocupación del verdugo” … (p.27)

Pero es importante retener este pensamiento escatológico y a la vez apocalíptico: “El prójimo es mi rostro y yo lo destruyo.” (Ibídem.)

Entre Dios y la Escritura, el poeta vocaliza y particulariza lo legible. Se abre entonces al siguiente dictum:

“Lo que fuera es ilegible es, dentro legible.

En hacer, del fuera, un dentro y, del dentro, el fuera, el escritor se esfuerza con tesón.

La escritura no consistiría más que en aparentes asomos en lo posible.

Dejar a Dios que se ocupe de morir de Dios allí donde Él calla”. (p.32)

En este proceso La escritura en movimiento se convierte en respuesta: “¿tiene sexo la escritura?” (Ver, “La Quinzaine Littéraraire”)

Respuesta que responde mediante aforismos y aforemas:

“¿Qué es lo que pone en marcha a la escritura? La escritura misma a la que estamos amarrados.

Sin embargo, los dos están hasta tal punto fundidos en nosotros que no podemos disociarlos.

Una vez escrito, el libro se libera del escritor.

Sería, tal vez, en el momento en que éste se queda sin palabras, cuando podría intentar responder a las preguntas formuladas por su periódico; pero sería también demasiado tarde.” (p.39)

Al asumir que “Hay límites en la desesperación. No hay límites en la esperanza… No hay palabra que no surja del silencio. Y cuando más pesado sea ese silencio, más grave será esa palabra” (p.41)

El ocurrir de “La invención de la palabra”, el pensamiento soteriológico participa de “En el prolongarse de un libro ya viejo, todavía presente… El que es aquel que moría por decir. Y su muerte es lo dicho mismo. No se deja de morir de ese dicho. (p. 43)

Aquí encontramos la figuración del libro y la palabra. En dicho encuentro asumimos el pulso del libro en el poema y la huella del lenguaje.

En E. Jabès,

“La piedra es más elocuente que el camino”

“La piedra pesa por toda la paciencia que la muerte encierra” (p.48)

“El infinito es alianza”. (p.49)

En este sentido, El libro de los márgenes, sigue siendo, sigue estando bajo la doble dependencia de lo dicho. Siendo la casa en el desierto, se dice la palabra como cuerpo errante del errante.

Odalís G. Pérez

Escritor

Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua

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