El pasado 11 de julio se cumplieron 25 años de la partida física del poeta nacional, doctor Pedro Mir, quien nació en 1913 en un ingenio azucarero de San Pedro de Macorís, en la República Dominicana. Hijo de un ingeniero cubano negro y una puertorriqueña blanca.
Muy niño perdió a su madre, y en su soledad se refugió en la lectura de libros y enciclopedias. Leer fue su protección psicológica, y una forma de compensar sus carencias afectivas.
Aun adolescente, comenzó a estudiar en la Escuela Normal Superior, de la capital del país, donde llegó a ser profesor. Y allí conoció el terror implantado por la dictadura de Trujillo, y entró en contacto con ideas de libertad y justicia social. Luego continuó sus estudios en la Universidad de Santo Domingo, y en 1941, se graduó de doctor en Derecho.
A pesar de ejercer su profesión en un bufete de abogados, gozar de un creciente prestigio intelectual gracias a sus versos y artículos, y tocar piano, y ser exitoso con las chicas, todo lo cual le habría permitido llevar una vida glamorosa y obtener cargos privilegiados dentro o fuera del país, incluidas, en embajadas, como le ofrecieron; decidió ser fiel a su conciencia y oponerse a la dictadura. Participó en protestas que exigían justicia y libertad, y por ello fue perseguido. En 1947 tuvo que exilarse en Cuba, donde se involucró en las expediciones fallidas de Cayo Confites y Luperón.
En La Habana trabajó como contador en una cadena de emisoras. Bajo los efectos de la inseguridad, el hambre, la soledad y la nostalgia por su patria, escribió a mano, de noche, su emblemático poema Hay un país en el mundo (1949). E n el que proclama que el país, era digno de ser amado, respetado, y defendido. Una obra que causó tal impactó, que transformó su vida. Comenzó a ser invitado a diversos países; y críticos e intelectuales, como el mexicano Jaime Labastida, empezaron a considerarlo un gran poeta popular y político, a nivel de figuras como Nicolás Guillén, Pablo Neruda y Nicanor Parra.
Con su experiencia política acumulada, regresó al país en 1963. Llegó con dos objetivos principales. Uno, colaborar con su amigo, el profesor Juan Bosch, recién electo presidente de la República, pero no se le acercó porque lo sentía muy ocupado; y el otro, conversar con su antiguo alumno, Manolo Tavárez Justo, para explicarle su oposición a que se alzara en las montañas. Tampoco logró verlo porque lo bloquearon. Así era de prudente y delicado. Durante el estallido de abril de 1965, al sentirse perseguido por los invasores, tuvo que esconderse.
Como trabajador infatigable, y padre responsable de tres hijos y una mujer embarazada, se disfrazó y ejerció de billetero, en barrios de la capital, para llevar el sustento a su familia. Entonces enfermó gravemente y retornó a Cuba. Hubo que trasladarlo a Unión de Republica Socialista Soviética, (URSS), donde lo curaron al cabo de un año hospitalizado. En 1968, regresó a su patria. Se ganaba la vida escribiendo artículos en periódicos y revistas, y dando clases como profesor e investigador en la UASD, donde aportó textos importantes sobre historia, literatura y estética.
Asumió con firmeza la defensa de las mujeres, a quienes consideraba sagradas e intocables. A ellas dedicó dos de sus poemas fundamentales: Amén de mariposas (1969), y A Julia sin lágrimas (1998), su último.
Era un hombre que escuchaba más de lo que hablaba, y no necesitaba alzar la voz para hacerse sentir. De mirada serena y tono pausado, pocos ofrecieron tantas charlas y recitaron tantos poemas defendiendo valores patrióticos y democráticos como él. Con excesiva modestia, confesaba que solo ponía en palabras lo que muchas personas sentían, pero no podían expresar. Por ello, recibió más de doscientas placas y diplomas de reconocimiento.
En esta hora en que poderosos gobiernos, empresas, pandillas y tecnologías amenazan nuestros estados nacionales, y en particular a nuestro frágil país, es oportuno recordar al poeta Pedro Mir, y declararlo héroe y trasladar sus restos al Panteón Nacional, y recordar ese poema que muchos consideran nuestro segundo himno nacional. Y que comienza así.
“Hay
un país en el mundo/
colocado
en el mismo trayecto del sol.
Oriundo de la noche”.
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