El 17 de diciembre de 1999, el profesor de Física Iván Arancibia Navarro salió del hogar que compartía con su pareja, la también profesora Elena Toro, junto a su hija de cuatro años rumbo al Liceo B 29 en Valparaíso, donde había laborado como profesor. Una vez allá, se dirigió a la oficina del director Eliseo Nogué, a quien le realizó varios disparos, quitándole la vida en el acto. A continuación, le propinó dos tiros a su propia hija.
Inmediatamente, se desplazó ocho cuadras de distancia hacia la Corporación del Colegio de Profesores, donde disparó contra el director de la corporación, Inocencio Alvear, dejándolo muerto a un costado del escritorio donde se encontraba realizando sus labores administrativas. Caminó hasta la oficina del gerente Víctor Quezada, pero, al percatarse de que solo le quedaba una bala, se dio un disparo en la boca.
La desafortunada historia del maestro Arancibia comenzó en 1976, cuando, en desacuerdo con la forma del gobierno militar de Chile, se traslada a Ecuador, donde impartió clases en la Universidad Católica de Guayaquil. Posteriormente se instaló en Suecia, donde residió por 12 años junto a su esposa y dos hijas.
Al divisar el advenimiento de la democracia en Chile, regresa a Valparaíso. Meticuloso, obsesivo por el orden, la limpieza y la perfección, le costó adaptarse al ambiente menos formal de su país natal. La ruptura matrimonial y el ambiente distendido de Valparaíso abonaron desencanto en terreno fértil: una condición de salud mental no diagnosticada, pero presente.
Comienza a impartir clases en la escuela México, donde comienzan sus primeros conflictos con el sistema educativo. Se siente frustrado por el bajo rendimiento de los alumnos; no se siente valorado por los estudiantes que se quejan constantemente de su forma ininteligible de impartir clases. Ante tal dificultad, las autoridades de educación municipal lo trasladan al Liceo B 29, donde las cosas, lejos de solucionarse, se tornan peor.
Los estudiantes del liceo, tal vez más contestatarios, cuestionaban continuamente las competencias pedagógicas del maestro, mientras él se quejaba del “bajo nivel académico y moral” y del “nulo rendimiento de los estudiantes”. El registro de calificaciones siempre estaba “lleno de rojos” y la distancia que el maestro establecía tanto con estudiantes como con sus propios colegas agravaba la posibilidad de un diálogo conciliador.
Los alumnos resentían su personalidad fría, su distancia y su implacabilidad a la hora de calificar. Mientras el maestro entendía que los estudiantes y autoridades escolares esperaban que le regalaran las notas y resentía que el sistema parecía indicar que los funcionarios de educación no se preocupaban por el aprendizaje de los estudiantes.
La situación empeoró al final del año escolar; la mayoría de los estudiantes sentían que iban a repetir el grado o que las calificaciones asentadas por el profesor Arancibia les dificultaría ingresar en algunas universidades o lograr algunas ayudas académicas. Organizaron una huelga. Ya la situación era insostenible. Las autoridades del plantel escolar y los funcionarios de educación pertinentes decidieron separar temporalmente al maestro Arancibia del aula y relegarlo a funciones administrativas, medida que el profesor de Física y Matemáticas sintió como un “atentando a su dignidad”, según expuso posteriormente.
Llevó su caso al gremio magisterial, a los directivos de educación municipal, a la inspección del trabajo y finalmente a la prensa. Pero su última jugada fue radical. Asesinó a “los cabecillas del sistema”.
No murió en su autoatentado. Solo perdió la visión de un ojo. No pagó con cárcel, fue referido a un hospital psiquiátrico desde donde nunca mostró arrepentimiento ni pidió disculpas. Ni siquiera a su expareja, la maestra de básica Elena Toro, a quien había despojado de la hija de cuatro años que procrearon juntos. En 2011 decidió poner fin a su vida.
Su diagnóstico fue psicosis paranoide. A casi tres décadas de haber ocurrido la tragedia, lo sucedido sigue asombrando a todo el que la recuerda. ¿Se pudo haber evitado?
¿Cuántos maestros del sector público y privado no conjugarán el ejercicio de la docencia con algún tema de salud mental importante?
¿Monitorea el sector público y el privado la salud mental de sus docentes? ¿Las instituciones educativas son espacios que cuidan el ambiente laboral para prevenir tensiones y roces innecesarios? ¿Se toman medidas efectivas para la resolución de conflictos?
Compartir esta nota
