En el mundo actual, la diplomacia ya no se ejerce solo desde los ministerios y embajadas. También se construye en las aulas, en los proyectos sociales, en los intercambios culturales y en cada espacio donde un país decide mostrar al mundo quién es. Esa es la esencia de la diplomacia pública, el arte de comunicar valores y construir confianza más allá de los canales tradicionales.
El académico Nicholas Cull la define como “el esfuerzo de un país por comprender, informar e influir a públicos extranjeros en apoyo de sus objetivos nacionales”. Joseph Nye, creador del concepto de soft power, la entiende como el poder de atraer e inspirar, en lugar de imponer. En pocas palabras, la diplomacia pública es la capacidad de un país de influir con su ejemplo.
La fuerza de una nación con voz propia
La República Dominicana ocupa un lugar estratégico en el corazón del Caribe. Somos una nación con historia, identidad y liderazgo regional, y tenemos una oportunidad única de proyectar esa voz hacia el mundo. La diplomacia pública ofrece precisamente eso: un espacio para amplificar lo que nos hace singulares y construir relaciones basadas en la cooperación, la cultura y el conocimiento compartido.
El reciente Diálogo Nacional sobre la crisis haitiana, convocado por el presidente de la República y los tres expresidentes, fue un ejemplo de diplomacia pública en acción. El país entero, representado en el Consejo Económico y Social, debatió durante semanas y produjo un documento con 151 propuestas y 26 líneas de acción. Pero más allá del contenido, el mensaje fue claro: la República Dominicana puede dialogar con madurez, proteger su soberanía y hacerlo con respeto y sentido de responsabilidad compartida.
Ese ejercicio no solo fortaleció la gobernabilidad interna, sino que también envió al exterior una imagen de país serio, institucional y dispuesto a cooperar. Eso también es diplomacia pública: construir reputación a partir de hechos.
La diplomacia que nace desde la sociedad
La diplomacia pública no depende solo del Estado. También se ejerce desde la sociedad civil, la academia, la cultura y el voluntariado. Cada joven dominicano que participa en un intercambio educativo, cada voluntario que colabora en proyectos sociales o cada fundación que rinde cuentas con transparencia está actuando como embajador de nuestros valores.
Programas como AFS Intercultura, Educadores con Causa o Comunidad Solidaria son ejemplos de esa diplomacia ciudadana que conecta a la República Dominicana con el mundo a través de la educación y el servicio. También lo son las iniciativas filantrópicas que promueven la cooperación entre sectores y países. En todos los casos, se trata de construir puentes, no muros.
La UNESCO define la ciudadanía global como la disposición a actuar por el bien común, reconociendo que nuestro bienestar está ligado al de los demás. Esa visión, aplicada a escala nacional, podría convertir a la República Dominicana en un laboratorio caribeño de diplomacia educativa y social, como señalé en mi artículo “Ciudadanía global activa, comunidades más seguras y pacíficas” (Acento, 11 de septiembre de 2025), donde planteaba que educar para la cooperación y el entendimiento intercultural es también una forma de construir seguridad y paz.
Un sueño caribeño
Algunos soñamos con ver surgir, desde nuestra isla, un Centro Intercultural Dominicano del Caribe, con sedes en distintas islas hermanas. Un espacio donde se enseñe español, se difunda nuestra cultura y se promueva a nuestras universidades y escuelas como destinos educativos. Sería una forma de proyectar nuestra identidad caribeña con orgullo, mientras fortalecemos los lazos lingüísticos y académicos de la región.
Imaginemos también una Agencia Dominicana de Cooperación Internacional, capaz de financiar proyectos sociales en comunidades necesitadas de las Antillas, convocando a universidades, ONG y empresas sociales para desarrollar iniciativas conjuntas en educación, medio ambiente, salud o innovación comunitaria.
Y más allá de las ideas institucionales, imaginemos un marco legal que facilite y estimule la movilidad estudiantil y académica, tanto de dominicanos hacia el exterior como de extranjeros hacia nuestro país. Cada estudiante extranjero que estudia en la República Dominicana es un embajador potencial; cada joven dominicano que cursa estudios en otro país caribeño, europeo o latinoamericano se convierte en un puente.
Desde mi propia experiencia, tanto de haber estudiado y vivido en otros países como de acompañar durante años a jóvenes internacionales que llegan a nuestras comunidades, he comprobado cómo pequeños detalles burocráticos o normativos pueden marcar la diferencia y hacer que otros destinos de la región capten más estudiantes, aun cuando la República Dominicana tiene todo para ser una opción académica preferida.
Esos flujos académicos no son solo intercambios de conocimiento: son también vínculos que, con el tiempo, se transforman en relaciones económicas, comerciales y diplomáticas. En un mundo interdependiente, los lazos educativos son las nuevas rutas del comercio y la cooperación.
En un próximo artículo compartiré más sobre cómo la República Dominicana podría consolidarse como un destino académico de excelencia en el Caribe, aprovechando su ubicación, su diversidad cultural y la calidad creciente de su sistema educativo.
De la cooperación a la identidad compartida
La diplomacia pública dominicana puede inspirarse en los países que han sabido convertir su reputación en capital global. Irlanda lo hizo con la cultura y su diáspora; Singapur, con la educación y la innovación; y Colombia, con la creatividad y la economía naranja. La República Dominicana puede hacerlo con su solidaridad, su creatividad y su gente.
Nuestras expresiones artísticas, nuestra literatura, nuestra gastronomía y nuestra música son activos de diplomacia cultural. Nuestras universidades y centros técnicos pueden convertirse en plataformas de diplomacia educativa. Y nuestras organizaciones sociales, que han demostrado madurez y articulación, son aliadas naturales de una diplomacia pública basada en la cooperación.
Conclusión: hablar con nuestra propia voz
El siglo XXI nos exige contar nuestra historia con voz propia. No basta con ser destino turístico; debemos ser también destino educativo, científico y solidario. La diplomacia pública nos ofrece el camino: comunicar al mundo que la República Dominicana no solo recibe visitantes, sino que exporta conocimiento, cultura y confianza.
En el Caribe, donde compartimos historia, desafíos y esperanzas, esa voz dominicana puede convertirse en un faro. Un país que enseña, coopera y dialoga se gana el respeto del mundo. Y ese respeto, como la confianza, no se impone: se construye.
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