Los críticos de la obra artística son necesarios y fundamentales en toda sociedad que promueva y proyecte sus artistas y las obras que estos producen a partir de la inspiración que la realidad que les rodea provoca en su psiquis para reinterpretarla. Otras veces, la motivación de expresarse parte de una fuerte reflexión y análisis de hechos y vivencias que habitan en la intimidad creativa del artista. A ello debemos agregar las tendencias que un movimiento creativo puede provocar en toda una generación de artistas de diversas manifestaciones expresivas.
Independientemente de quien produzca la obra, el crítico debe analizarla y emitir un discurso distante de todo apasionamiento personal o familiar. La obra a analizar debe ser su espacio de trabajo, y su compromiso a partir de ese momento, solo debe obedecer a la interpretación y reflexión de los símbolos y signos que la integran. De este modo los públicos, sean estos cientistas del fenómeno estético, gestores culturales, o simples espectadores, obtendrían un punto de vista claro sobre la obra y los rasgos fundamentales que inspiraron al artista, o grupo de creativos, al concebirla.
Como casi todos los vinculados al arte sabemos, las manifestaciones artísticas son extensas en posibilidades expresivas. Por ello la segmentación de expertos para analizar las propuestas que surgen de la impronta creativa de uno o varios artistas, debe ser exclusiva, segmentada, esencialmente individual y objetiva. La conjunción del artista con el crítico por lo general se establece desde el punto de vista profesional y hasta personal, pero sin que uno y otro acercamiento trascienda el terreno que a cada cual les corresponde dentro de la actividad que han elegido como su modus expresivo frente a la sociedad.
En esta etapa del proceso reflexivo resulta conveniente autocuestionarnos sobre la labor crítica de quién ejerce el análisis desde las manifestaciones estéticas. Esta introspección persigue retratarnos y con ella, la actitud y voluntad de vernos desde el lado contrario del escenario. Veamos pues:
Resulta favorable a la obra artística, que artistas y críticos promuevan en exceso su relación personal y profesional, llegando a confundirse ambos en su rol?
¿Es el artista un crítico en potencia?
¿Es el crítico un artista a partir de su vivencia profesional en el ambiente artístico de una determinada sociedad?
¿Puede y debe el artista contradecir con sobrado derecho, el juicio que sobre su obra emita el crítico?
Si el artista desea que su obra adquiera la relevancia que otros han alcanzado y que lo motiva a producir constantemente, lo más atinado es que distancie su amistad de su producción estética. Para nada quiere decir que pierda su relación personal con quienes ejercen la función crítica con responsabilidad, integridad e imparcialidad. Contar con la ayuda fútil de la crítica es como empezar de nuevo a caminar en el difícil empedrado de la creatividad.
Muchas personas entienden que un artista tiene el conocimiento y la capacidad para ejercer la función de crítico dentro de su especialidad expresiva. Esa condición intelectual puede presentarse en muy limitadas ocasiones. De todas formas resulta importante tener muy presente que ambos roles jamás deben ser confundidos por quienes se hallan en esa dualidad existencial. Cuando ese caso se presenta, quién ha iniciado como artista, pero también aborda de manera pública o privada la valoración estética de la expresividad, por lo común contó con limitadas virtudes y las herramientas de un artista que cree en la potencialidad de su obra.
Desde nuestro particular punto de vista, consideramos que el crítico nunca puede considerarse un artista y mucho menos, ejercer ambas funciones en el mismo espacio de tiempo. Claro, debemos dejar bien establecido que han habido críticos con las condiciones elementales para desenvolverse como artistas en diversas manifestaciones estéticas. La inteligencia en muchos de ellos es que han sabido entender y asumir su rol, y no perder la perspectiva de su verdadero espacio profesional dentro del arte. La sociedad a la que pertenecen uno y otro, reclama de ambos la importancia de su ejercicio profesional.
Los artistas, sin importar la manifestación estéticas que hayan elegido para expresarse, por lo general son considerados seres especiales y con total libertad para interpretar y reinterpretar estéticamente hechos reales o ficticios, la convivencia social y los principales actores que la hacen posible. Ese mismo criterio existencial deben abordar los críticos al momento de evaluar los conceptos creativos correspondientes a la producción de un artista. En ese momento deben tener muy presente que su análisis no persigue fines de autosatisfacción. El discurso que el crítico produce para ser publicado a través de cualquier medio de comunicación (Cine, Radio, Televisión, periódicos, revistas, internet, redes sociales) pertenece a todo receptor en condición de leerlo, escucharlo y analizarlo.
Esa libertad analítica del crítico se facilita, se asimila y acepta cuando la clase artística, y la clase crítica asumen que la obra individual, o el conjunto de estas, forman parte de un contexto onírico que al ser expuesto o exhibido públicamente pierde toda su privacidad y con ella la pertenencia estética del o los artistas que la han producido.
En ese caso la obra debe defender por sí misma su derecho a ser y existir en el amplio, exigente y complejo mundo de la perennidad estética. Mal haría un artista, sin importar la manifestación estética a través de la cual se proyecta, en utilizar tiempo, capacidad intelectual y energías en contradecir o coincidir con los juicios de aquellos talentos que con toda condición profesional, han evaluado ante la sociedad, el perfil estético de su obra.
La República Dominicana como otras tantas naciones del continente americano y del mundo, inicia la crítica artística en los medios impresos de circulación local y regional, como parte del contexto de su etapa colonial y posteriormente republicana. Sobre todo, en esta última condición política del Estado. La crítica artística era ejercida a nivel nacional de manera cíclica en los escasos medios que hacían circular sus ediciones en la ciudad primada del continente. La puesta en circulación del ¨Boletín de Santo Domingo¨ (circuló entre 1807 y 1809), primer medio de comunicación impreso que según los historiadores nacionales fue el primero de carácter periódico publicado en el país, da paso de manera cíclica a esa labor.
Como es harto conocido, pues historiadores del país (Emilio Rodríguez Demorizi, La Imprenta y los primeros periódicos de Santo Domingo. Imprenta San Francisco, Ciudad Trujillo, (1944); Filiberto Cruz Sánchez, Historia de República Dominicana: (desde Cristóbal Colón hasta el presente, 2009); Alejandro Paulino Ramos, La dictadura de Trujillo, vigilancia, tortura y control político, (2020), así lo dejan entrever en sus obras. Esa labor la desarrollaban en los pocos medios impresos de esos años, escritores, poetas, abogados y gestores independientes del fenómeno cultural. Nuestra condición de nación primigenia en el continente nos dio la oportunidad de conocer el teatro y la música como manifestaciones estéticas de singular importancia en las sociedades de final del siglo diez y ocho (XVIII) y principios del siglo diez y nueve (XIX). Los templos católicos promovían la música y el canto como parte de sus encuentros litúrgicos (Doña Catana Pérez de Cuello y Rafael solano en su obra: El merengue, música y baile en la República Dominicana, Alfa & Omega, 2005) y su constante labor de proyección de la divinidad entre su feligresía. Esa primacía unida a los medios impresos, motivaron el surgimiento de esa necesaria labor cultural y profesional.
Los barcos que tocaban puerto por lo general traían grupos de ópera, teatro, danza, canto y música a la colonia y posteriormente a la Nación. Nuestros aún incipientes críticos sólo relataban superficialmente lo que a la vista les causaba placer, gozo, deleite, sin tener todavía la preparación académica que se requería para ese ejercicio cotidiano en los escasos medios impresos existentes. Ese criterio fue cambiando en la medida en que los entes activos de la sociedad de la época recibían, leían y analizaban las críticas a presentaciones artísticas llevadas a cabo en las salas de teatro, música, baile, ópera, exposiciones pictóricas, canto y zarzuelas de las grandes urbes europeas, entre las que contamos a España, Francia, Italia, Inglaterra y Alemania, cíclicos visitantes de nuestro destino náutico. Libros, periódicos o revistas eran también material de importación y consumo en nuestro espacio vivencial de ese tiempo. Como es lógico esa interacción personal o colectiva con personajes y materiales artísticos de las grandes urbes del mundo, provocaban el crecimiento intelectual de grupos interesados en esas manifestaciones estéticas en el país.
Tras el paso del tiempo y en pleno desarrollo de la vida Republicana, periodistas profesionales o escritores de oficio, ocuparon el espacio que les correspondía en los ya veteranos medios de comunicación impresos del país y el mundo, cuando asoman los primeros años del siglo veinte (XX). En ese momento una nueva e incisiva manifestación estética llega para deleitarnos: El Cinematógrafo (Puerto Plata, 27 de agosto de 1900, libro: Historia de un sueño Importado, Ensayos sobre el Cine en Santo Domingo; Autor: José Luis Sáez, contemporáneos 5, Ediciones Siboney, 1982). Los críticos de arte en el país y el mundo debieron conocer la técnica y estética del nuevo medio expresivo para poder valorar públicamente sus obras. Por suerte para América, Europa ya establecía conceptos y criterios que eran utilizados habitualmente para analizar, educar y edificar a los asombrados espectadores del nuevo invento, que ganaba adeptos de forma masiva y en un tiempo relativamente breve.
Según señala el comunicador, historiador y cineasta dominicano José Luis Sáez (21 de septiembre del 1937, Valencia, España.), en su bien documentado libro: “Historia de un sueño importado / El cine en Santo Domingo” (Ediciones Siboney, 1983, 216 páginas, República Dominicana), las exhibiciones cinematográficas llevadas a cabo por Mr. Greco en Puerto Plata, Santiago y Santo Domingo, fueron comentadas y reseñadas por quienes, en el Listín Diario y otros medios de comunicación en las dos provincias del Cibao, analizaron superficialmente lo que para ellos era más una novedad técnica, que un arte en sí mismo. Realmente el cinematógrafo para esos primeros años del siglo veinte (XX), era más una novedad técnica que una expresión artística. Valoración plástica de alta relevancia para esos años poseían la pintura, el teatro, la música, la ópera, el ballet y la literatura.
La crítica de arte y espectáculos en el país cobra dimensión pública extraordinaria y valor profesional con dos hechos fundamentales que se concretizan bajo la égida de la dictadura trujillista: La fundación de la estación radial “La Voz Dominicana” en 1942, en la provincia Monseñor Nouel, Bonao, y la creación y puesta en funcionamiento de la Escuela Nacional de Bellas Artes (fundada el 19 de agosto de 1942). Esta última edificación física y su contenido curricular también provocan la organización y montaje en 1942 de la primera Bienal nacional de Artes Visuales. Esos dos sucesos artísticos, más la introducción de otros medios de comunicación, entre estos, radiofónicos, televisivos e impresos, reclamaron la presencia constante en sus respectivas emisiones, del criterio profesional de expertos en la valoración estética de la producción artística en grupos sociales de la ciudad capital y el interior del país.
Debo destacar de manera particular en esta última parte del tema, la incidencia trascendente que la empresa audiovisual “Palacio Radio televisor la Voz Dominicana” ejerció para que periodistas, empresarios y gestores culturales hicieran de la crítica una profesión tan importante como el periodismo informativo de circulación impresa.
Esa planta radiotelevisora estatal era la extensión monumental de la Dirección General de Bellas Artes. En ella no sólo se actuaba, cantaba, bailaba, y se ejercía de locutor y maestro de ceremonias, sino que además eran formados los talentos artísticos (Testimonio grabado en video digital a la maestra Josefina Miniño, 2019) del país hasta conferirles alto nivel profesional. En el lugar, ensayaban bajo la tutela de grandes figuras de diversas especialidades contratadas por la planta para moldear su talento, se becaban y se les pagaba por ello. Además, con la llegada de los artistas internacionales para cada semana aniversario (1952-1960), el ambiente cobraba una dimensión especial, que sólo las reconocidas estrellas nacionales podían disfrutar. Bajo ese contexto extraordinario del arte y los artistas que anualmente fomentaba el señor José Arismendy Trujillo Molina (PETÁN), para el particular deleite del régimen dictatorial y luego del pueblo dominicano, se formó y creció una generación de artistas y expertos en cada una de las manifestaciones estéticas que contaban con el respaldo de este personaje todopoderoso. La crítica de arte y el mundo del espectáculo no fueron la excepción.
La labor del Crítico de Arte y Espectáculos es una especialidad que se ha ganado un espacio digno y profesional en los medios de comunicación, pero de manera extraordinaria ante los grupos activos de las sociedades en donde ejercen cotidianamente. Su presencia resulta vital para promover el talento cultural de una nación. Sus análisis y elucubraciones objetivas constituyen una pauta de profunda utilidad en los contornos públicos y privados que implementan las políticas culturales de casi todos los países en el mundo.
La Crítica Cinematográfica Dominicana, especialidad dentro de las distintas manifestaciones artísticas desarrolladas en el país, posee un sólido recorrido, pues un buen grupo de intelectuales y cinéfilos la han llevado a cabo desde distintos medios de comunicación con amplio dominio de los elementos fundamentales que integran la obra audiovisual. Dedicados por obligación a analizar cine foráneo (norteamericano, mexicano, español, inglés, francés, cubano, alemán, ruso, italiano, argentino, brasileño, entre otros), los críticos criollos a partir del año 2010 tuvieron que incluir en su agenda laboral sus comentarios y análisis al cine que la ley (108-10) de Fomento Cinematográfico facilita producir a muchos amigos y cineastas locales. A partir de ese momento la crítica nacional tuvo que reinventar su discurso, pues debía decidir si nuestro cine podía ser medido en igual condición que el cine norteamericano, europeo, y el que llega ocasionalmente de naciones hermanas del Caribe y Suramérica.
Aparentemente los ajustes fueron hechos, aunque de manera ligera y superficial. La crítica que vemos en los medios análogos, digitales y en algunas plataformas multimedia continúan analizando nuestro cine en la misma condición en que han analizado el cine que se produce en naciones de intensa y extensa producción cinematográfica. Además, son países con 50, 70, 90 y 100 o más años de constante actividad cinematográfica, condición muy distante de nuestra realidad fílmica.
Esa metodología ha provocado diferencias públicas entre realizadores y críticos. Desde mi particular criterio considero que a la crítica hay que darle total libertad de hacer su trabajo valorativo de la obra en exhibición. Si usa los criterios evaluativos mediante los cuales ha ponderado el cine mundial, mucho mejor es para el cine y los cineastas nacionales. Esa primera lectura que ofrecen nuestros críticos al discurso narrativo que sale de nuestra impronta creativa, es un buen punto de partida para saber en qué estatus competitivo nos encontramos en relación a tantas propuestas cinematográficas puestas a circular de manera permanente en la Industria de todo el mundo.
En una ocasión, convocados en la Biblioteca Nacional por el maestro Humberto Frías Morillo, crítico cinematográfico de altas luces, director en ese momento del Cine Universitario, además de sus cátedras en la Escuela de Cine, para llevar a cabo un Seminario sobre el desarrollo de nuestra cinematografía, dijimos en nuestra intervención que los críticos eran nuestros primeros cineastas. Hoy, transcurridos treinta y seis
(36) de aquel encuentro mantengo ese mismo punto de vista. Con sus intervenciones desde el 1950 en distintos medios de comunicación, mantuvieron siempre viva la llama de un posible Cine Nacional. Muchos de ellos, miembros de las generaciones 50, 60, 70 y 80 pudieron ver materializado ese anhelo cuando en el 2010 se aprobó e implementó la Ley Nacional (108-10) de Fomento Cinematográfico. Una parte significativa de los fallecidos saben que dejaron en buenas manos y encendida la posibilidad concreta de la Industria Cinematográfica Nacional.
Nuestro reconocimiento a esos pioneros del cine dominicano por legarnos una valiosa y atractiva ilusión audiovisual.
La generación de críticos que nace con la creación e implementación de la ley en el 2010, tiene la ineludible responsabilidad de evaluar las obras de la segunda década de la producción cinematográfica local (2020-2030), en donde posiblemente surja una nueva generación de directores, actores, técnicos y productores. Es posible también que nuestro cine se sitúe ocasionalmente en los escenarios del Cine Iberoamericano y Latinoamericano. Esas dos posibles condiciones van a provocar un mayor flujo de co-producciones con nuestra industria. Ese panorama exigirá de nuestros críticos la mirada profesional e incisiva que siempre ha caracterizado su discurso ante el fenómeno fílmico que llega a nuestras salas.
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