Es de sentido común, admitir que el inclemente y sistemático asedio a la democracia de parte de la ultraderecha en sus diversas vertientes: liberales, ultranacionalista, neonazi/fascista, etc., tiene como caldo de cultivo la situación de incertidumbre, inmovilismo, las afrentosas exclusiones, entre muchas otras falencias que vive la población de la generalidad de los países. Una realidad insoslayable que, en esencia, expresa una crisis del sistema que inició la existencia de la democracia: el capitalismo. Por consiguiente, están en crisis las instituciones básicas que este produjo: los sistemas de partidos, de participación y de representación, además, están bajo amenaza la libertad y el ejercicio de derechos fundamentales que necesitó la burguesía para imponer su dominio sobre las elites aristocráticas.

Por consiguiente, el problema es sistémico. El acoso a la democracia es una manifestación del conservadurismo extremo y a veces gansteril, en el más amplio sentido, de sectores de la clase dominante, sobre todo de aquellos que, a través de la corrupción por sus vínculos con el poder o mediante el ejercicio de este, han amasado grandes fortunas.

En breve, es una expresión de degeneración del sistema que no solo afecta a los sectores populares, sino a esa derecha tradicional que cree en valores esenciales de la democracia y en reglas mínima para su funcionamiento, además de otros sectores y/o personalidades de la sociedad, independientemente de las posiciones de estos sobre el supuesto carácter natural de la desigualdad social. Estos sectores también están amenazados por el extremismo ultraderechista.

En nuestro país, sumidos en un infecundo laborantismo esencialmente electoral, sectores tradicionalmente de centro y hasta por momento decididamente (o idealmente) progresistas no solamente no enfrentan las posiciones ultraderechistas, sino que a veces, de hecho, la refrendan. De este aserto no excluyo a determinados sectores que se reclaman de izquierda, independientemente de que no participan del laborantismo arriba referido. Para los unos, el electoralismo sin definiciones frente al ultraderechismo y por tanto sin combatirlo, es su norte. Para la otra, el activismo político sin nuevas propuestas alternativas frente al embate de la ultraderecha a la democracia es su práctica más saliente.

Es preocupante/alarmante, ver cómo sectores de la derecha tradicional dominicana convive con sectores ultras, algunos salidos del tiempo de las tinieblas del trujillato, y cómo la principal fuerza opositora fortalece su cúpula dirigencial integrando en ella a siniestros personeros de la intolerancia ideológica, la represión política y negación de derechos ciudadanos inalienables en las últimas décadas. Son personeros ultras que han labrado su presencia política negando los valores esenciales de la democracia. Sin embargo, es notoria la poca o nula beligerancia del gobierno, su partido y de quienes se reclaman defensores de la democracia, contra el significado de esa circunstancia. Es lógico que el gobierno se defienda de la hipocresía, manipulación y falsificación de datos e informaciones que en su contra alcanzan sus oponentes.

Pero hacerlo limitándose a la mera exposición de números que legitiman sus ejecutorias puede ser suicida. El drama del partido de gobierno es que no tiene propuesta alternativa a las posiciones ultras, peor aún, no ha encontrado la forma de zafarse del clima ultra imperante en la esfera internacional y que aquí amenaza lo que queda de las simientes de la democracia que a sangre y fuego ha conquistado el pueblo dominicano. Eso, a pesar de que algunos de sus dirigentes, honestamente, se reclaman socialdemócratas. Es difícil ser socialdemócrata en un país sin socialdemocracia, pero, aun así, es inaceptable decir que se tiene idea y no dar la batalla por esa idea. Sirve de ejemplo Zohran Mamdani que, en la asfixiante atmósfera de su país, ganó las elecciones en NY con una propuesta alternativa socialdemócrata.

En cuanto a la izquierda, dice Perry Anderson que: “para sobrevivir en un mundo abrumadoramente dominado por la derecha, la izquierda tendrá que luchar por ofrecer una verdadera alternativa”.

Hoy, esta alternativa no puede ser la oferta de modelos de sociedad que han sido fallidos, colapsados. Esa oferta no es vendible, y no solo eso, su fracaso, al igual que el fracaso del capitalismo en mantener conquistas esenciales de los trabajadores en el pasado, es uno de los factores determinante del auge de la ultraderecha y la desmovilización/derechización de sectores anteriormente con sensibilidad, militancia o afinidad política/electoral con las izquierdas. Cuando en las décadas 20/30 avanzaba el fascismo en la Europa, Gramsci, clarividente, decía que llegaba el monstruo y proponía la lucha de las ideas como arma política.

El monstruo llegó, él, Gramsci, fue uno de sus millones de víctimas. Hoy, disfrazado con variados y engañosos trapos, ese monstruo ha llegado y no repara ninguna forma de violencia, persecuciones, mentiras, descalificaciones, miedos y fanatismos que terminan en linchamientos, en destrucción de las instituciones democráticas y de las más elementales reglas de convivencia humana. Esta circunstancia, obliga a las más variadas formas de alianzas entre fuerzas en los planos políticas nacionales e internacionales. La defensa del multilateralismo, basado en la salvaguarda de la libertad, los derechos de la población a los servicios básicos para vivir con dignidad, sin manipulación/simulación, con lealtad y voluntad de cumplir los compromisos contraídos. Con sana madurez.

César Pérez

Sociólogo, urbanista y municipalista

Sociólogo, municipalista y profesor de sociología urbana. Autor de libros, ensayos y artículos en diversos medios nacionales y extranjeros sobre movimientos sociales, urbanismo, desarrollo y poder local. Miembro de varias instituciones nacionales y extranjeras, ex director del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y ex dirigente del desaparecido Partido Comunista Dominicano, PCD.

Ver más