La región de América Latina y el Caribe, así como la sociedad dominicana, al analizar la situación de la educación, sobre todo los débiles resultados de la Prueba PISA, apuntan a un solo actor como el causante de los males educativos: el docente. No hay otro actor. Se ocultan factores que gravitan con profundidad y desarman la realidad educativa regional y local. Pero, en la medida en que avanza el tiempo, se van descubriendo e identificando indicadores que no dejan fuera de los pésimos resultados a las instituciones responsables de la formación de los docentes en la región; y, de forma particular, en el país. Los docentes son excelentes en la medida en que las instituciones formadoras, las condiciones socioeconómicas y el compromiso de los sujetos de la formación están alineados y enfocados hacia aprendizajes con significados. Además, si responden a un contrato social, que prioriza el desarrollo de la sociedad antes que la acumulación de capital individual.
Tomando en peso los presupuestos anteriores, los desafíos con mayor relevancia para las instituciones formadoras de docentes han de ser los que garantizan procesos humanizadores, cualificados y éticos. Llegó el momento de saltar de la superficie a las profundidades de la identidad y de la misión de un docente en una sociedad que demanda desarrollo con equidad, ciencia abierta para el beneficio de todos y aprendizajes que garanticen vida digna y justicia integral. Por ello, los desafíos prioritarios para el ministerio y las instituciones formadoras de docentes son:
- Repensar su función formadora desde una perspectiva crítico-reflexiva. Esto implica analizar reflexivamente y con mirada autocrítica el sentido de su implicación en la formación de docentes. Cuáles son las razones, motivaciones que las mueven a involucrarse en una tarea tan determinante y sagrada. Qué buscan realmente, al comprometerse con esta noble misión. Cuál es el horizonte y desde qué lógicas e intereses pretenden aproximarse al mismo. Este desafío requiere autenticidad, valentía para enfrentarse a la propia verdad. No resiste simulación; la tarea de formar docente no es neutra. Exige una posición político-educativa definida ante la diversidad de intereses que pueden motivar el involucramiento en esta tarea formadora. ¿Es formación docente para una sociedad y una educación mejores? ¿Es para mercantilizar la formación docente? ¿Es para ampliar las entradas económicas e influencias estratégicas? ¿Qué formación docente? ¿Para qué? ¿Desde qué
¿Principios, valores y criterios reales? La mirada a la función formadora desde la perspectiva crítico-reflexiva no le da la vuelta a la rotonda, va en directo. Es un desafío crucial cuya respuesta no se puede obviar.
- Contextualizar su misión formadora en la realidad local, regional y mundial. Este segundo desafío les exige a las instituciones formadoras relectura permanente de la realidad para conocerla, interpretarla y transformarla. Es una postura que posibilita retroalimentación permanente y referentes para tomar decisiones pertinentes y con calidad. El diálogo sistemático con el contexto aporta, también, ideas, enfoques y prácticas buenas, que permiten introducir dimensiones innovadoras y eficaces en el desarrollo de los procesos formativos, decisionales y de innovación. Darle las espaldas al contexto genera riesgos vinculados a obsolescencia de la formación docente, inutilidad de los aprendizajes y marginación social de la institución y de los actores que forma. El contexto ha de ser un texto privilegiado de las instituciones formadoras y de los que participan de la formación.
- Revisar de forma analítica los procesos y resultados de su práctica formadora para articularlos con los aportes de la Inteligencia Natural (IN), de la cultura digital y de la Inteligencia Artificial (IA). En este sentido, las instituciones formadoras no pueden dejarse absorber por la dinámica administrativa; tampoco deben dejarse conducir por el cabildeo político, en detrimento del fortalecimiento de las bases de la identidad institucional, de la institucionalidad y de la construcción de una cultura que las identifique con instituciones coherentes, productivas y decididas a un aprendizaje institucional a lo largo de la vida de los actores y de ellas mismas como entidades sociales y jurídicas. Para ello, ha de procurar una articulación orgánica y sistémica entre los aportes de la IN, de los avances tecnológicos y de la IA. Esta tríada ha de estar en todo momento direccionada por los fundamentos de la misión de las instituciones formadoras (IF). Estas han de cuidar y fortalecer su capacidad de ser para no convertirse en instrumentos de gobiernos, partidos políticos, entidades religiosas, empresarios y las tecnologías de moda.
- Resignificar el trabajo colaborativo y la producción científica. Este desafío exige de la IF un compromiso con el fortalecimiento y el cuidado permanente del sentido del trabajo con otras entidades homólogas. Asimismo, con respecto a la producción científica de los actores de la institución. Este cuidado no se vincula con el fomento de la reserva y la filosofía de la sospecha. Por el contrario, cuidado relacionado con procesos y trabajo marcados por la calidady la eficiencia. A mayor trabajo colaborativo, desarrollo de una visión más plural y mejores posibilidades para la construcción de conocimiento. De igual manera, mayor oportunidad para el intercambio de prácticas buenas y de saberes. Abrirse al trabajo sostenido entre instituciones pares fortalece la creatividad académica, la creación de pensamiento común y la producción científica inclusiva.
Asegurar la calidad y la transparencia desde la apertura a la evaluación y acreditación de los programas y de la institución. Este último desafío no es el menos importante. Es un desafío nodal, por la función que tiene en las instituciones formadoras. Si la calidad no se asegura desde el principio hasta el fin, estas entidades cosifican su misión y sus procesos y resultados pierden sentido y valor en la sociedad. Asegurar la calidad pasa por una organización con base en criterios que aseguren aprendizajes duraderos y decisiones de políticas congruentes y efectivas. La cultura de la evaluación de desempeño del personal, de los programas y de la institución en el nivel general, se convierte en política central. La carrera académica se define y aplica con la gradualidad que las condiciones de la institución lo permiten. Pero no se descarta, ni se trivializa. De otra parte, la acreditación local e internacional ha de formar parte del proyecto institucional; sin sentirlo como camisa de fuerza; antes bien, como posibilidad de mejora continua y de eficiencia institucionalizada. El Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología ha de hacer lo mismo, para garantizar un seguimiento y una orientación a las instituciones de educación superior, formadoras de docentes, con sistematicidad, eficiencia y en perspectiva de innovación.
Es una urgencia volver a la ética académica e institucional, asumirla con coherencia y sin subterfugios.
Compartir esta nota