En el juicio a Antonio Gramsci, el juez dijo: “durante 20 años debemos impedir que este cerebro funcione”. Tenía razón, desde su lógica e interés del régimen fascista que representaba, porque se trataba del cerebro del más lúcido pensador marxista de Europa occidental. A este sólido intelectual orgánico de los trabajadores le debemos la expresión: “optimismo de la inteligencia y pesimismo de la voluntad”, la cual viene muy a cuento para discernir sobre el impacto que tienen sobre nuestra sociedad los recurrentes de hechos de violencias ocurridos en los últimos días. Además, para reflexionar sobre algunos datos que arrojan diversos estudios para poder entender y enfrentar con objetividad el momento que vivimos. Los hechos, como los datos motivan pesimismo, es natural, pero también voluntad para enfrentarlo, optimismo.
Es curioso, pero los sistemáticos y brutales actos de violencia, a veces indiscriminada, contra ciudadanos haitianos o de origen durante más de un año les han seguido diversos hechos de violencia, algunos mortales, entre ciudadanos e intrafamiliares que, con ansiedad, muchos se preguntan cómo hemos llegados a estos niveles de barbarie y si estos no son signos de que, como sociedad transitamos un indetenible camino hacia la perdición.
Profundizamos la lastimosa primacía a nivel mundial en cuanto a muertes por accidentes de tránsito, se multiplican los operativos policiales contra supuestos o reales delincuentes, en los cuales sistemáticamente algunos de estos son eliminados a tiros, más que en ningún otro de la región. Entre las justificaciones de ese método se recurre a la lenidad de la Justicia. Una inaceptable barbaridad…
Otra expresión de violencia es la que ocurre en los centros educativos, un fenómeno denunciado en algunas escuelas del sector público, como sucede en ciertas zonas urbanas degradas de algunos países, incluso de alto nivel de desarrollo, como los EEUU. A esas acciones vandálicas se agregan datos que evidencian que, más que injusto, ha sido criminal el virtual abandono del Estado dominicano hace varias décadas de su responsabilidad para promover educación pública de calidad. Las consecuencias de ese abandono se reflejan ahora en estudios recientemente publicados. Estos dan cuentas de que a pesar de ligeros avances, aún seguimos ocupando últimos lugares en cuento a la calidad y rendimiento escolar y uno de los países de mayores niveles de desigualad.
A ese propósito, el destaco educador Radhamés Mejía, en un artículo publicado en este medio, refiere que, Pruebas Nacionales 2025 “revela que la mayoría de los estudiantes promovidos apenas alcanza niveles básicos en las competencias fundamentales. En el sector público, solo un 43% en Español, 34% en Matemática, 36% en Ciencias Sociales y 42% en Ciencias Naturales lograron ubicarse en los niveles III y IV, considerados satisfactorios. En el sector privado los porcentajes son algo más altos, pero siguen siendo preocupantes: 60% en Español, 51% en Matemática, 54% en Ciencias Sociales y 60% en Ciencias Naturales”. Logramos medir el rendimiento de nuestros escolares, pero no la cantidad de egresados de niveles superiores que emigran, ni tampoco sus costes económicos, personales y sociales.
A esos números se agrega el hecho de que somos el segundo país de la región, después de Costa Rica, de mayor violencia contra la niñez; 35% la primera y 31% la segunda, según la encuesta Latinobarómetro. Unicef dice que es 6 de 10. Nadie nace violento, la violencia es aprendida, enseñada, por lo que, en nuestro caso, podríamos concluir que para evitarla o limitarla a lo posible/deseable, tenemos que erradicar las principales causas que la producen en casi todas las esferas y circunstancia en que discurre la cotidianidad de la población. Esta propensión al uso la violencia física o verbal agrava el pesimismo que se registra en algunas mediciones serias, relativas a la percepción de la población sobre su futuro. Lo ven incierto y eso se refleja en el fenómeno de emigración de muchos de nuestros mejores talentos, como se dijo anteriormente.
Emigran, sobre todo los profesionales, porque sus necesidades reales ni sus expectativas suelen ser adecuadamente satisfechas con los ingresos devengados por sus trabajos. A pesar de eso, tenemos un sector empresarial que se empecina en eliminar el derecho a la cesantía del trabajador. Desde hace mucho el Código Penal y el Laboral se discutían casi simultáneamente en el Congreso, se aprobó el primero, con sus taras, pero no el segundo. Nada casual. Insistir en el planteamiento de estas cuestiones no es difundir pesimismo, como pensaría un despistado cualquiera, sino la necesaria objetividad que se requiere para que el deseo/determinación de tener un mejor país sea viable. En eso descansa el optimismo de la voluntad.
Vivimos en el contexto global de incertidumbre, pero nadie discute la certidumbre de que nada cambia por sí solo. Sólo la acción consciente y permanente de quienes queremos un mundo mejor puede cambiar el curso de los acontecimientos. En ese tenor, la única manera de salir de la presente situación es tomar partida y rechazar la indiferencia y a los indiferentes, como decía Gramsci. Mantener la lucha por un Estado cuyo eje central de su política sea la potenciación de la libertad, el respeto a la dignidad humana y la inclusión social. Hay indicadores inequívocos de que este será el escenario de las luchas políticas en los próximos años.
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