La condena a los partidos es parte importante del discurso de las diversas expresiones de la extrema derecha. Curiosamente, en esa condena converge un variopinto segmento de la población que manifiesta su rechazo a la política y a los políticos, sin que falten algunos de tendencia progresista. Pero es aún más curioso que la generalidad de los extremistas de derecha, desde el poder y en la lucha por este, lo hagan a través de un partido. Incluso, los movimientos espontáneos terminan dándose una forma de organización. Y es que, a pesar de la generalmente injusta condena a estas colectividades, todo poder se ejerce a través de estas. No obstante, esta forma de organización no necesariamente es perversa; que lo sea o no dependerá de la idea que de esta tengan sus dirigentes.

En efecto, el partido como una forma de agregación colectiva para el ejercicio del derecho a la crítica y defensa contra un determinado poder es totalmente válido, como también lo es como expresión de la voluntad de establecer democráticamente una opción de poder. En ese tenor, esta organización es legítima porque constituye una expresión de la diversidad de opciones en un determinado sistema político. Eso le confiere una legitimidad que solo se valida con el respeto al derecho a la existencia de la diversidad de corrientes que podrían existir en su seno. Por consiguiente, si estas colectividades constituyen la base de todo poder, y son origen de la composición de los gobiernos, satanizarlas pura y simplemente es un sinsentido. Es necesario situarlas en la historia política de manera crítica y propositiva.

Ello así, porque en esa historia la idea y práctica no ha sido igual. Los gobiernos que han hecho transformaciones esencialmente trascendentes y sostenibles lo han logrado en un contexto básicamente democrático e inclusivo, vale decir, con respeto a determinadas reglas para preservar su legalidad y legitimidad. Ejemplos hay muchos y no solamente se registran en los países escandinavos. Se registran en las conquistas de los trabajadores de la Europa del Estado benefactor del periodo 1955-75. También, en cierta medida, en lo que podríamos llamar las secuelas de los intentos democratizadores y transformadores ocurridos en México a inicio del siglo pasado, en gran medida reflejados en sus gobiernos de los últimos siete años, en las conquistas sociales en Costa Rica, Chile y, a pesar de tanta violencia, en Colombia.

La falta de democracia interna en los partidos conduce a la entronización de un poder antidemocrático y tendencialmente corrupto

Los gobiernos de partido único han prostituido la idea de este tipo de agregación política. Lo enseña la historia. El ejemplo más trágico, por ser el que con mayor fuerza sacude la conciencia de quienes nos batimos por una sociedad inclusiva, igualitaria y en irrestricta libertad, fue lo que sucedió con el partido bolchevique.   Trotsky dirigió la toma del Palacio de Invierno (sede efectiva del gobierno zarista), fue fundador del Ejército Rojo, primer Comisario del Soviet Supremo y Secretario de Guerra, y negociador en persona de la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial. A pesar de eso, fue acusado de ser un espía proimperialista, al igual que a los principales dirigentes de ese partido. Todos fueron asesinados por los órganos del terror estalinista.

Si era cierto que la casi totalidad de las principales figuras de ese partido eran agentes imperialistas, esa revolución no tenía futuro alguno, mucho menos si no lo eran, como en absoluto lo fueron. Sin embargo, aun siendo un sistema político y de partidos formalmente pluralista, en esencia, un colectivo político puede actuar como único. Es así cuando se impone el requerimiento del carné partidario para obtener una plaza en la administración pública, para el ejercicio de determinadas cátedras o asignaturas en un centro académico; cuando de manera compulsiva/abusiva se descuenta un porcentaje del salario del servidor público como una forma de financiamiento del partido oficial, y para obtener apoyo al gobierno de turno. Groseras brechas por donde pasan diversas formas de corrupción.

Los ultraderechistas, organizados o no en partidos, no creen en otra cosa que no sea la imposición del pensamiento único y de la sujeción de todas las instituciones políticas y del Estado a esa idea. Por eso, su falsa condena a los partidos, en esencia, es instrumental, una forma de combatir a los que no se avienen a sus concepciones. Desafortunadamente, la ineficiencia e inconsecuencia de muchas direcciones partidarias de diversos signos constituye el caldo de cultivo de ese discurso falsamente antipartido de la ultraderecha. Y que, de hecho, compran muchos que se consideran en su antípoda. Por acción y/o por omisión, también, desgraciadamente, coinciden muchos de aquellos que sinceramente se sienten de izquierda o progresista.

Los ultraderechistas no condenan a los partidos por convicción, sino como estrategia para imponer el pensamiento único

Definitivamente, la experiencia no ha dicho la última palabra sobre la función y/o pertinencia o no de la organización partidaria. Tampoco se ha demostrado científicamente que estas colectividades sean el problema de los sistemas políticos, como machaconamente se dice. Por lo cual, la crítica que a estas se les hace desde el punto de vista teórico y práctico debe ir hasta las últimas consecuencias, admitiendo que la falta de democracia interna en los partidos conduce a la entronización de un poder antidemocrático y tendencialmente corrupto. Queda, pues, como tarea, construir un partido que sea eficaz y eficiente, pero sustancialmente democrático.

César Pérez

Sociólogo, urbanista y municipalista

Sociólogo, municipalista y profesor de sociología urbana. Autor de libros, ensayos y artículos en diversos medios nacionales y extranjeros sobre movimientos sociales, urbanismo, desarrollo y poder local. Miembro de varias instituciones nacionales y extranjeras, ex director del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y ex dirigente del desaparecido Partido Comunista Dominicano, PCD.

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