La Policía Nacional fue creada como un organismo represivo, persecutor de la ciudadanía y violento. Este carácter impregnado en la Era de la Tiranía trujillista persiste hasta nuestros días. Los 12 años de dictadura balaguerista sirvieron para fortalecer y extender este carácter impregnado en la tiranía en la policía y darle poder a sus jefaturas y estructuras internas.

Todos los gobiernos que se han sucedido después de los 12 años han continuado con este perfil favoreciendo a personajes oscuros con historiales de crímenes y maltrato a la ciudadanía y a los jóvenes en sus jefaturas y sus puestos de poder. En este sentido no se escapa el gobierno actual, continua esta tradición.  Cada cierto tiempo salen a la luz pública casos que demuestran la permanencia de este perfil policial y el gran divorcio que existe entre la Policía y su supuesto rol frente a la seguridad ciudadana.

Desde hace más de 50 años que se presentan titulares recurrentes de “policías matan a presuntos delincuentes” y le agregan la coletilla “en intercambio de disparos” justificación absurda de homicidios selectivos de la policía respondiendo a su misión trujillista y balaguerista de forma coherente.

Lógica normalizada, no se investiga a los agentes policiales por sus acciones. Cuando “matan” a alguien obstaculizan y debilitan el rol que debe jugar el sistema de justicia en la investigación de los casos, ¿Complicidad con redes delictivas?

El impacto de esta conducta policial trasciende al sistema de justicia con efectos negativos en población infantil, adolescente, joven y adulta.

Se supone que es un organismo que debe velar por la seguridad ciudadana y la protección de la población lo que no es posible desde el ejercicio continuo de violencia y su modelaje social.

El ejercicio de poder violento en los barrios convierte al Policía en un ejemplo a seguir. Tener armas, contar con legitimación social y poder para eliminar físicamente cualquier persona considerada como “supuesto delincuente” (siempre serán supuestos, la muerte silencia y genera impunidad) sin consecuencias, provoca la atracción por las armas para adquirir “respeto” y “poder”.

La relación entre policía nacional y ejercicio de violencia social en los barrios favorece a la legitimación del uso de la violencia para la resolución de conflictos en la convivencia diaria. “El que hace lo malo hay que darle p’abajo”. Esta es una expresión bastante generalizada que emerge de las actuaciones policiales donde los mismos agentes policiales utilizan esta expresión cuando interactúan con la población.

La construcción de la violencia social desde la normalización del crimen desde un organismo que se supone que debe “erradicarlo” y “controlarlo” incrementa el riesgo y la vulnerabilidad de la población juvenil sobre todo hombres que pueden convertirse en cualquier momento en “un muerto más” de los “intercambios de disparos”.

Todos estos elementos contradicen por completo el verdadero rol que debería jugar la Policía Nacional. Se supone que es un organismo que debe velar por la seguridad ciudadana y la protección de la población lo que no es posible desde el ejercicio continuo de violencia y su modelaje social.

Los programas de reforma policial implementados desde la década de los 90 hasta la actualidad no han tenido impacto significativo en cambios de comportamientos y en la ruptura de una estructura vinculada al crimen organizado en sus distintos ámbitos, lo que se refleja en los intercambios de disparos.

 Este articulo fue publicado originalmente en el periódico HOY

Tahira Vargas García

Antropóloga social

Doctorado en Antropología Social y Profesora Especializada en Educación Musical. Investigadora en estudios etnográficos y cualitativos en temas como: pobreza- marginación social, movimientos sociales, género, violencia, migración, juventud y parentesco. Ha realizado un total de 66 estudios y evaluaciones en diversos temas en República Dominicana, Africa, México y Cuba.

Ver más