Cuidar la mente es tan esencial como cuidar el cuerpo. Sin embargo, pocas veces pensamos en ello hasta que algo nos duele por dentro. Hablar de salud mental sigue siendo un desafío, porque su definición ha cambiado con el tiempo y con las distintas formas de entender al ser humano.
A lo largo de la historia, pensadores y científicos han intentado definir qué significa estar sano. René Descartes concebía la salud como un estado integral de bienestar físico y mental, sintetizado en su célebre frase “mente sana en cuerpo sano”. Para Sigmund Freud la salud mental residía en la capacidad de amar, trabajar y jugar, es decir, en la posibilidad de mantener buenas relaciones, ser productivo y disfrutar del ocio. Hoy, la Organización Mundial de la Salud define la salud como un estado completo de bienestar físico, mental y social, no solo ausencia de enfermedad.
El bienestar abarca todas las dimensiones humanas: física, social, mental, ecológica y espiritual. La integralidad del bienestar se construye a partir de la armonía entre todas esas dimensiones. La dimensión espiritual -que no implica necesariamente practicar una religión-, se refiere a la conciencia de nuestra conexión con el universo y el sentido de la propia existencia.
Peter Attia, autor del bestseller “Outlive: the Science & Art of Longevity” (2023), traducido como “Sín Límites: la ciencia y el arte de la longevidad”, sostiene que la longevidad depende de hábitos sostenidos: una buena alimentación, ejercicio regular, descanso reparador, gestión emocional, buenas relaciones sanas y un propósito vital. De esto último Víktor Frankl nos dejó una enseñanza invaluable en su libro “El hombre en busca de sentido” (1946), quien encuentra un “por qué” para vivir, soporta casi cualquier “cómo”.
La Neurociencia ha demostrado que ciertas sustancias en el cerebro -las llamadas “moléculas de la felicidad”-, influyen directamente en el estado de ánimo: las endorfinas alivian el dolor y el estrés; la dopamina estimula la motivación y el placer; la serotonina regula el humor, el sueño y la ansiedad; la oxitocina fomenta la empatía, el amor y la conexión social.
Practicar actividades que estimulen estos neurotransmisores es una estrategia clave para preservar la salud mental.
Nuestra alegría caribeña, la música y el baile, son también terapias ancestrales que mantienen viva la mente. La actividad física, especialmente aquella que nos hace sudar, eleva el ánimo. Bailar, tan propio de la cultura dominicana, es una forma natural de liberar endorfinas. Basta encender la radio y mover un par de muebles para transformar cualquier rincón del hogar en pista de bienestar.
La música también cura. El dominicano Alejandro José, radicado en Puerto Rico, ha demostrado su utilidad terapéutica: escuchar música genera endorfinas y dopamina. Y la risa, como enseñó el Dr. Patch Adams, es una medicina sin costo. La compasión, el humor y el contacto humano son bálsamos que alivian el sufrimiento físico y emocional.
La alimentación adecuada es otro pilar de la salud mental. Alimentos como el pescado, los huevos y el maní favorecen la producción de neurotransmisores. No obstante, lo ideal es seguir la orientación de un nutricionista, pues las necesidades varían según la persona y el entorno.
El sol tropical, tan abundante en nuestra media isla, también es aliado del bienestar: provee vitamina D, refuerza las defensas, regula el ritmo del sueño y eleva los niveles de serotonina. Bastan unos minutos diarios de luz solar para mejorar el ánimo.
Dormir es esencial. Un sueño reparador permite recuperar energía y equilibrio emocional. Antes de dormir, ejercicios de respiración y relajación pueden facilitar el descanso. Socializar, reir, abrazar y amar son también formas de autocuidado. Los abrazos liberan oxitocina -la “hormona del amor”-, y refuerzan los vínculos afectivos. La sexualidad saludable contribuye al bienestar, al liberar endorfinas y dopamina.
Dar sentido a nuestra vida es una fuente importante de salud mental. Actividades solidarias, espirituales o artísticas alimentan el alma y fortalecen la resiliencia.
El teatro, por ejemplo, ayuda a niños y jóvenes a distinguir entre realidad y fantasía; la pintura, el dibujo, la escultura permiten expresar emociones y sentimientos. El cine y la literatura nos conectan con historias que iluminan la propia existencia; la artesanía y la joyería convierten las manos en instrumentos de expresión y creación.
Cuidar la salud mental no requiere de grandes recursos, sino conciencia y constancia. Cada quien puede encontrar su fórmula: un paseo al sol, una risa compartida, un baile improvisado, una conversación sincera. Cultivar la mente es una forma de amor propio y de compromiso con la vida. ¡Empecemos hoy!
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