Al asumir Donald Trump la presidencia de los Estados Unidos todos los migrantes del mundo deben sentirse en aprietos. En la República Dominicana, en un mensaje publicado en X, un conocido dirigente político que se proclama nacionalista le pide al presidente Abinader seguir la línea del presidente Trump en materia migratoria para “frenar y revertir la invasión haitiana, física y de vientres” (sic).

Nadia puede negar que las políticas migratorias atraviesan un momento difícil y contradictorio, tanto globalmente como en nuestro país. En nuestro caso, las últimas medidas de repatriaciones al vapor han sido alimentadas desde hace años por una activa minoría que mezcla todo tipo de argumentos, desde algunos con bases reales hasta otros inventados a partir del prejuicio y el odio.

Por suerte, algunas voces se han alzado en contra del tratamiento inhumano e injusto que el sistema de la “camiona”, de la corrupción y del racismo impone a los migrantes haitianos considerados como los que están más abajo en la escala migratoria ya que venezolanos y cubanos no sufren las mismas discriminaciones.

Que el obispo Jesús Castro Marte, en presencia del presidente de la República, en ocasión de la misa a la Virgen de la Altagracia, haya solicitado la regularización de los trabajadores haitianos es una señal de la importancia del fenómeno y de que las violaciones a los derechos humanos no pueden seguir.

El obispo hizo énfasis en la doble moral (o hipocresía) imperante en un país que necesita mano de obra por un lado y la caza para deportarla de manera indigna del otro, tomando en cuenta que el país ha parado prácticamente todo proceso de regularización de esta mano de obra extranjera.

Sin querer entrar en polémica con nadie, me parece que lo que acontece en los Estados Unidos no es motivo de regocijo y es más bien traumatizante que ejemplar. El resurgimiento de ideas, gestos y lenguajes que eran tabú y el pisoteo verbal y activo en cuestión de días de muchos de los fundamentos de una de las más grandes democracias del mundo es un shock para muchos.

La comparación salta a la vista. Hitler quiso hacer a Alemania grande de nuevo, Trump quiere hacer a “América grande de nuevo” (y parece que quiere también hacer más ricos  a sus millonarios). Al igual que el primero, el segundo ha identificado los culpables de todos los males de su país. Uno se ensañó en contra de judíos, comunistas, gitanos y homosexuales y el otro en contra de los migrantes no blancos, los “wokes” y la población LGBTI.

Estamos frente a la imposición de un manto de oscuridad reforzado por un control de las comunicaciones a nivel global. Lo que Leonardo Boff, uno de los teólogos de la liberación de mayor reconocimiento, anuncia como la Era de Hierro en contradicción con la Edad de Oro anunciada por el presidente norteamericano.

¿Cómo podemos resistir? No podemos ser simplemente espectadores. A su manera luminosa y desde el primer día, lo hizo en Washington la obispa anglicana Mariann Edgar Budde, una autoridad moral en su país y a fuera. Frente a Donald Trump pidió, entre otras cosas, clemencia y seguridad para los grupos segregados, recalcando que “todos procedemos de alguna inmigración”. Ella nos indica el camino a seguir.

A pesar de que el manto de oscuridad al que hago referencia se está extendiendo, la respuesta está en parte en lo que dijo Hanah Arendt: «Humanizamos lo que sucede en el mundo y en nosotros mismos con solo hablar de ello, y al hablar de ello aprendemos a ser humanos». ¡Así el amanecer llegará más temprano!