En la mañana del próximo lunes 20 de octubre, inicia el 5to Congreso de Sociología Dominicana, organizado por la Escuela de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FCES) y la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). En ese sentido, nos ha parecido importante reflexionar sobre los desafíos que se les presentan a los sociólogos y la sociología en la sociedad que vivimos, caracterizada por una profunda crisis social, un descontento democrático, el auge de la tecnología digital y una enorme batalla y radicalización política-cultural.

El problema es que, desde la década del noventa, con el desarrollo del capitalismo global, se ha producido a nivel mundial, regional y nacional una enorme concentración del capital en las élites empresariales, el desarrollo de una clase media con alta capacidad de consumo, pero también de bajos salarios y desigualdad social en los trabajadores no cualificados y los precariados.

En la democracia de partidos, como la nuestra, se ha provocado una concentración del poder político en las élites políticas y empresariales, en detrimento de la propiedad pública y los servicios sociales, estructurando las condiciones objetivas y materiales para el descontento y el escepticismo de los ciudadanos.

En el marco de esta crisis social y descontento democrático en los ciudadanos, se ha agravado y polarizado lo que muchos llaman la batalla o la guerra cultural, es decir, las grandes querellas sobre los valores, principios e ideologías políticas que se disputan el control y la hegemonía del poder político: derecha vs. ultraderecha, la izquierda democrática vs. la izquierda radical, progresismo vs. conservadurismo, globalistas vs. antiglobalistas, etc.

La batalla cultural se ha convertido en todo un movimiento político-cultural de confrontaciones y disputas ideológicas centradas en temas como la globalización y sus consecuencias en la identidad nacional, la migración, el nacionalismo y el multiculturalismo. La democratización y la protección de los derechos universales de las mujeres, las minorías sexuales y los inmigrantes.

En el marco de estas batallas, los actores políticos e institucionales han radicalizado sus luchas por establecer los valores, creencias, las normas, las identidades y las narrativas discursivas dominantes en la esfera pública, es decir, en el Estado, los partidos y la esfera civil: la opinión pública y la cultura de los ciudadanos.

La batalla cultural se ha convertido en una confrontación ideológica que disputa el control de la esfera pública

Sin embargo, en estas batallas culturales, lo primero es reconocer que no son nuevas. En la sociología moderna siempre ha existido el debate, la confrontación política-filosófica entre las funciones del Estado y el mercado, los principios económicos y políticos del liberalismo, el socialismo, la socialdemocracia y el republicanismo.

Ya desde principios del siglo XX, el sociólogo y político Antonio Gramsci insistía en las luchas por la hegemonía cultural en las disputas de la derecha y la izquierda, capitalismo vs. socialismo. En la década del cuarenta del pasado siglo, la Escuela de Frankfurt, siguiendo a Max Weber, se refirió a la crisis y paradojas de la razón instrumental e hizo la crítica del poder de la ciencia, la tecnología y la tecnocracia política en la modernidad tardía. En los años setenta, Michel Foucault hizo la crítica del discurso de las disciplinas humanísticas, como forma de poder y control del cuerpo y la represión de la sexualidad en el marco del auge del liberalismo. En ese mismo sentido, el sociólogo francés Pierre Bourdieu definió la cultura como un campo de batalla y disputas sociales. De manera que la llamada batalla cultural siempre ha existido en la sociología.

Sin embargo, lo que sí es nuevo y ha cambiado en las últimas décadas es el poder de los medios de comunicación, las plataformas digitales y su impacto en la opinión pública.

A partir de la década del noventa, con la revolución tecnológica, el desarrollo de la Internet y las redes sociales, se ha producido una enorme potencialización del poder de la comunicación digital. Por un lado, se ha roto con el monopolio de los medios de comunicación convencionales: la radio, la televisión y los periódicos. Mientras que, por el otro, la opinión pública se ha convertido en todo un espectáculo en busca de seguidores. Los argumentos han sido sustituidos por emoticones, videos con IA y otros, profundizando de forma considerable la mercantilización, polarización y trivialización de las discusiones públicas.

Paradójicamente, la revolución tecnológica, el acceso a la comunicación y la falta de regulación del Estado han dado lugar a que una diversidad de individuos —faranduleros, youtubers y/o influencers mediáticos y otros—, muchas veces sin educación formal y sin límites morales en la búsqueda de sus intereses personales, dispongan de los recursos tecnológicos para desarrollar todo un espectáculo, realizar performances como los mejores actores y actrices, trivializar los temas más transcendentales de la política, promover discursos de odio, mentir y culpabilizar a los otros, “entreteniendo” y polarizando las opiniones de los ciudadanos.

De manera que, en esta coyuntura de crisis social, revolución de la tecnología digital y polarización de las batallas culturales, estamos llamados a producir cambios en la forma de hacer y entender la sociología.

En principio, debemos tener presente que el campo sociológico es bastante heterogéneo; coexisten una diversidad de paradigmas e interpretaciones: Existe la llamada sociología científica, la humanística, la analítica, la interpretativa, la teoría crítica, la funcionalista y otras distinciones. El hecho es reconocer que las posiciones, disposiciones y toma de posición de los sociólogos en las batallas culturales nunca serán homogéneas, nunca habrá total unanimidad.

De manera que, tomando en consideración el término popularizado por el sociólogo norteamericano Michael Burawoy y, en esta coyuntura del creciente poder de los medios de comunicación y la radicalización de las batallas culturales, voy a proponer la idea de una sociología pública, que de manera inicial muestra varias características. Primero, es una sociología comprometida con la democratización y participación en los debates en la esfera pública.

Segundo, su interés se centra en participar en la opinión pública, mediante los resultados de investigación y artículos periodísticos, con la pretensión de llegar a un público más amplio no especializado.

Y, tercero, es una sociología interpretativa comprometida con los valores y principios de la democracia deliberativa, la participación de la sociedad civil, los ciudadanos, la justicia social y la construcción de una sociedad justa.

En ese sentido, la sociología pública no renuncia al legado de la teoría crítica y busca sus fundamentos en la teoría de la comunicación y la ética comunicativa de Jürgen Habermas. Por tanto, se trata de una sociología interesada en los valores de la democracia deliberativa, la opinión pública plural, la participación ciudadana, los movimientos sociales, la equidad, la solidaridad y la justicia social.

Wilson Castillo

Sociólogo, profesor.

Sociólogo, con maestría en sociología por la universidad del país vasco y metodología y epistemología de la ciencia en la UASD. Profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y actualmente Director de investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de dicha universidad. Especialista en teoría social y culturas juveniles.

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