Uno de los gritos más recurrentes que salen de la caverna es que “la nación dominicana se perderá”, de que la “patria está en peligro”.
“Nación” y “patria” son dos conceptos muy frágiles, volubles, cuasi fantásticos en castellano. En alemán el concepto “Heimat”, que sería lo más parecido, es algo más íntimo, más personal, un espacio con y en el que el ser crea una sinergia espacial. Para un alemán de Berlín o de Munich “patria” sería algo donde la esquina, el barrio, el bosque, los árboles y hasta las viejas edificaciones tienen algo de emocional, de pertenencia. Para un dominicano de Nibaje, el Hoyo de Chulín o de Las Praderas, ese lugar hermoso y especial tal vez sería algún pedazo de playa -al que seguramente no podría entrar- o una casa en Constanza, Jarabacoa o el Village.
Cuando niño me extasiaba con la Puerta del Conde que estaba grabada en mi cuaderno escolar. Me lo imaginaba como algún palacio de un cuento de hadas, con patriotas de ojos ardientes pensando en un país como recibido en caja en un mensajero local. Hace poco que pasé por el “Altar de la Patria” y lo que veías en su escalera era una lata grandísima de aceite utilizada seguramente para coger agua lluvia.
Mis ideas de patria o de nación se quedaron en algún lugar de la infancia o en los primeros años de aquella juventud revoltosa, en que me obsesionaba aquello de tener “estrellas en la frente” con el soundtrack de fondo de “La era está pariendo un corazón” o “El corazón del pueblo”. ¡Ahora todo eso me parte… el corazón!
Puedes irte adentrando en la hermosa campiña cibaeña, pero el verdor y la majestuosidad de la vegetación se ven interrumpidas por una valla inmensa de cerveza Presidente. Te imaginas una tarde hermosa en Juan Dolio, pero cuando llegas, si no tienes algún relacionado en Hemingway o no eres miembro del Club Naco o tienes alguna villa por esos lados, accederás por los dos callejones de los pobres e infelices. Subes a la cordillera, porque Pedro y Alexandra te van a mostrar el lugar donde asesinaron a las Mirabal, pero ya arriba, a poco de llegar, y con una perspectiva más que hermosa, donde de un tirón te salen Moca y Santiago, enfrentas al mismo tiempo tremendo basurero.
¿De qué país, patria o nación, me están hablando, si para moverse por esos lados o enfrentar la basura, los guachimanes, el letrero de “No entre, sólo para oficiales”, como pasa en Sans Souci?
A unos estudiantes que tuve por un día en un prestigioso colegio de secundaria lancé el pedido: “fotografíenme lo más hermoso para ustedes, lo que ustedes creen contiene a la patria”. ¡Mejor ni contar el resultado! O quizás sí: quizás decir que ninguno de los adolescentes podía decir un sitio en particular donde estuviese tranquilo o feliz, que no fuese su casa propia. Y para colmo, allí había un grupo de niños sin patria ya: dos venezolanos, un haitiano, y hasta una cubana en proceso de moverse a Miami.
Podría de tratar de demostrar un dominio de la filosofía y pensar en un instante qué contendría el concepto de “patria”, desde los presocráticos hasta Heidegger o tal vez hasta “El último de la fila” por aquello de “Mi patria en mis zapatos”. Me imaginaría a un Leonardo Padura, aferrado a las ruinas de La Habana, a Cavafis tratando de llevarse un pedazo de Alejandría. Pensaría hasta que se me borrasen todas las neuronas, y al final siempre habrá una razón para apegarse o reventar.
Para mí la “patria” o la “nación” es lo más cercano: las esquinas que definen mis rutas, los hilos invisibles entre entregas, caminos al trabajo, a los carros públicos; la ilusión de disfrutar algún día de campo, ver la isla desde una avióneta, entre Punta Cana y el Aeropuerto del Higüero, pasar por una Isla Saona y sentirme como un italiano cualquiera. Podría multiplicar hasta el infinito las posibilidades de tomar fotografía, y al final los dos conceptos tratarían de pescar lo mismo: un espacio sentido, agradable, refrescante, con ilusiones.
¿Me ayudaría el lector? ¿Hubo una “patria” o una “nación” así? ¿Es posible perder algo que nunca has tenido? ¿O es que tengo cara de imbécil?
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