Indudablemente, como país estamos en una situación bastante compleja, nuestro principal socio comercial, EEUU, lleva a cabo una inédita política de gendarmería en el mar Caribe al margen de toda norma internacional. Lleva una suerte de guerrita contra algunos países de la zona en la que la cuestión arancelaria es mezclada con amenazas y/o acciones punitivas extrajudiciales concretas bombardeando y hundiendo embarcaciones presuntamente transportadoras de narcóticos. Las protestas de algunos jefes de Estados contra estas acciones ilegales y con intenciones intimidatorias contra algunos países no se hacen esperar, traduciéndose en expresiones de recíproca solidaridad entre los directamente afectados y en la que se incorporan otros. Esa circunstancia nos sitúa en una situación bastante comprometedora.
La escalada de esos actos de gendarmería nos está conduciendo irremediablemente hacia la disyuntiva: solidarizarnos con nuestros vecinos lo cual tendría un altísimo costo económico o no hacerlo y pagar un alto costo moral frente a los países hostigados y agredidos y frente a un vasto sector político y social de nuestro país.
México también tiene como primer partner comercial a los EE. UU., sopesa cada paso en sus relaciones con ese país para mantenerlas, pero eso no le impide tener un margen de independencia y de solidaridad con países hostigados. Cierto es que, a diferencia nuestra, México tiene una economía una tradición política independiente, de la que no se sustrae grueso de la oposición al gobierno, además de poderosos sectores empresariales que defienden la posición de su presidenta, eso le ayuda a capear la situación.
También evidencia, en esencia, conciencia nacional, nada de politiquería. Aquí, la proverbial y ancestral sujeción de nuestros gobiernos al igual que de nuestras élites económicas a los intereses coyunturales o estratégicos de EE. UU., forma parte de una cultura política en la que esa sujeción no se discute, sino que se asume como una suerte de sentido común, como una irremediable “lógica”. Pero hoy, esa “lógica” que en otros tiempos se consideraba “normal”, incluso para la generalidad de los países de la región ya no lo es. Ello así, porque la política del actual presidente norteamericano incrementa en esta zona una sostenida escalada de amenazas, hostigamiento y puniciones contra sus adversarios tanto dentro como fuera de su país de los que, en algunos casos, de lo que escapan ni aquellos considerados amigos o aliados.
De las amenazas de incremento de los aranceles a varios países de la zona, ha pasado a acciones concretas de carácter militar en los mares Caribe y Pacífico no lejos de las aguas territoriales de países como Venezuela y Colombia. Aunque con matices diferentes, tiene tensiones con tres de los cinco países de la región de mayor economía, Brasil, México y Colombia, los cuales tienen el apoyo de un cuarto, Chile. De los mencionados, el primero aquí ha desarrollado proyectos de construcción de infraestructura de profundo calado y los siguientes dos ya han manifestado públicamente su disgusto por la no invitación a Cuba, Venezuela y Nicaragua a la próxima Cumbre de las Américas. Algo que se relaciona con la actitud del EE. UU. frente a esos gobiernos y con la naturaleza de nuestras relaciones con ese país.
En ese sentido, de hecho, estas relaciones nos sitúan en frente del país agresor, por tanto, también de hecho, fuera de las alianzas que para defenderse tejen los países agredidos en esta y en otras regiones del mundo, independientemente de que algunos puedan decir que estamos fuera, pero no en contra.
Hay momentos en que una pretendida neutralidad es tomar partido, al igual que el silencio ante el clima de hostilidad contra nuestros vecinos y contra la persecución, deportación encarcelamiento y hostigamiento a la población latina en varias ciudades norteamericanas, entre los que se cuentan nacionales dominicanos o de origen.
Por eso, unas relaciones que antes eran “normales”, hoy no lo son. Así lo perciben nuestros vecinos y de ahí el disgusto que expresan algunos de ellos hacia algunas decisiones nuestra en ámbito internacional.
Es una situación insostenible en el tiempo, un serio problema nacional que amerita tratarse con sentido del equilibrio, firmeza, coherencia y prudencia que, desafortunadamente, no son precisamente atributos que se destacan en nuestra cultura política. Hay que encontrar la manera de mantener las relaciones con nuestro principal socio comercial; es lo que en semejantes situaciones hacen todos los gobiernos independientemente su signo ideológico/político, pero sin romper puentes con sus vecinos. Lo enseña la historia política. Hay que asumir la conciencia de que, como dice Amin Maalouf, ninguna potencia, mucho menos una persona, está en capacidad de sacar el mundo de su laberinto. Ni siquiera un bloque de naciones. Podrían unirse para defenderse y hacen lo correcto, pero no esperar que ellas lo harán.
Hoy, más que nunca, el libre el ejercicio de la soberanía nacional de cada país y la defensa de un contexto multilateral constituyen el mejor recurso para sacar el mundo de su laberinto y esto solo se logra con firmeza y flexibilidad al mismo tiempo. Es un camino escabroso, cuya construcción requiere tesón, es un camino que no se camina solo sino aunando voluntades, algo mucho más productivo que marginar la crítica, como dice el periodista chileno Patricio Fernández.
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