La ciencia abierta es un movimiento que se va abriendo paso en el contexto de América Latina y el Caribe. El proceso no tiene la agilidad que se podría esperar; pero hay señales de que este modo de entender y de asumir la investigación y la producción científica va ganando adeptos, en la presencia de actores y sectores que todavía lo están pensando. El que esto ocurra es un fenómeno normal. No todos los cambios son asumidos por los actores del campo científico con el mismo sentido y visión. Esto permite expresiones plurales que enriquecen el debate, al presentar posturas divergentes que, a su vez, permiten advertir fragmentaciones, sesgos y riesgos que generan distorsiones en el modo de concebir y de impulsar la práctica de la ciencia abierta. Pero, diferentes países de América Latina y el Caribe muestran su identificación con este cambio de paradigma. Son cambios que influyen en las formas de producción, de difusión, de evaluación y de comunicación de las actividades científicas en el continente (Meneses-Placeres, Álvarez Reinaldo & Machado Rivero, 2022).

En esta última década, diferentes países del continente formulan políticas que garanticen el desarrollo de prácticas de ciencia abierta. Brasil, Colombia, Argentina, México, Chile y Panamá son parte de las naciones que realizan esfuerzos para que la producción científica responda, cada vez más, a impulsos colaborativos. Pero, esta colaboración requiere, también, una definición clara de qué significa la apertura, qué alcance tiene, qué implicaciones y resultados se espera de esta. Se plantea la necesidad de una regulación para establecer la organización de los procesos y favorecer la democracia participativa, así como para la determinación de los recursos y dispositivos que demandan las políticas vinculadas a la ciencia abierta. Se espera que todas las regulaciones que se establezcan posibiliten producción científica y publicaciones que cuenten con la garantía necesaria y con el rigor que las caracteriza.

Los países del continente que han decidido iniciar un proceso para la formulación e implementación de políticas que impulsen la ciencia abierta tienen mayor posibilidad de avanzar en la construcción de una cultura investigativa y de producción científica, cuyo impacto no se agota en el campo de las ciencias. Su impulso va más allá e influye tanto en los propios investigadores como en el desarrollo de la sociedad. Los investigadores potencian su capacidad de comprensión del poder y de las fragilidades que pueden encontrar en las ciencias, porque no son saberes absolutos. Entienden, con mayor facilidad, la necesidad del reaprendizaje y los aportes que derivan del trabajo con otros. De la misma forma, contrastan sus hallazgos con tendencias propias de la evolución del conocimiento, de los cambios culturales y de los contextos.

Esta nueva forma de producir, gestionar y aplicar los procesos y resultados de la construcción colaborativa, favorece, de forma significativa, el desarrollo humano, científico y socioeconómico de cada país implicado. De ahí la importancia de que las sociedades latinoamericanas que todavía están estudiando sus posibilidades de participación en el movimiento ciencia abierta, tomen una decisión a favor, por los beneficios que les reporta a los ciudadanos, al sistema de educación superior y, especialmente, al sistema democrático que rige en la mayor parte de las naciones del continente.

Los impulsos de la ciencia abierta en la región de América Latina todavía están distantes en algunos países, como es el caso de la República Dominicana, en el cual hay que clarificar, desde las políticas estatales, qué lugar van a ocupar la ciencia, la tecnología y la innovación en el desarrollo del sistema educativo considerado globalmente. Asimismo, hay que aclarar qué lugar va a tener en el desarrollo integral de los diferentes sectores de la economía. El rezago en la tríada ciencia-tecnología-innovación, en cualquier nación, tiene un precio alto. Esta dilación repercute en la ralentización del progreso científico, de la humanización social y de una relación más igualitaria con los países que han iniciado un camino en el impulso a la tríada indicada.

La incidencia de este rezago tiene un impacto con alcance más amplio, porque la carencia de condiciones para la investigación y la producción científica paraliza el desarrollo sistémico e incrementa la burbuja del avance en educación, en economía y competitividad. Falta mucho por hacer para que la ciencia abierta no se perciba como pérdida de poder; como reducción del control y banalización del derecho de autoría. Los países rezagados han de identificar brechas que les permitan insertarse en un movimiento que busca, entre otras finalidades, abrir paso a la democratización del conocimiento. Esta apertura se produce en un campo- como es el de la investigación, la producción científica y las publicaciones- dominado por el individualismo, el ocultamiento y la exclusión.

Asumir la ciencia abierta como una moda de los tiempos tecnológicos y digitales, genera inseguridades y situaciones incontrolables. Por tales razones, es necesario, también, que los países de la región empleen el tiempo que consideren pertinente para responder proactivamente a los retos y desafíos de la ciencia abierta en los momentos actuales.

Dinorah García Romero

Educadora

Investigadora del Centro Cultural Poveda - Directora  del Proyecto: Instituto Superior de Estudios Educativos Pedro Poveda. - Titular de Formación continuada en el Centro Cultural Poveda. - Docente del  Máster en Psicología de la Educación y Desarrollo Humano en Contextos Multiculturales,  Universidad de Valencia-Universidad Autónoma de Santo Domingo. - Co-Directora de Tesis en el Programa de Doctorado en Educación, Universidad de Valencia-Universidad-Autónoma de Santo Domingo.  

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