A veces resistir es también compartir el malestar, saber que no estamos solas, solos. Si nos molesta toda esta injusticia quiere decir que hay esperanza, no somos indiferentes.

Hace meses que no tenemos tregua. Las malas noticias, nacionales e internacionales, nos llegan una tras otra, y parece que nos encaminamos al peor de los mundos posibles. Los hechos nos indican que se construye una humanidad con las más horrorosas prácticas del pasado y del presente, y con nuestros más profundos temores sobre el futuro.

Por hábito o deformación profesional, me levanto y escucho noticias. A veces escucho noticias mientras leo el periódico, y como sé que el mundo no es solo lo que contamos los periodistas, no suelo entregarme a la desesperanza o no solía…

Hace unas semanas, desde el privilegio de quien puede, porque tiene comida, techo, trabajo y, mal que bien, la estabilidad de saber que no caerán bombas sobre su casa ni será apresada por agentes de Migración al salir a la calle (o eso creo…), empecé a desconectarme de las noticias.

Así, en vez de escuchar las malas nuevas, leo ficción y miro videos tontos en TikTok antes de empezar la jornada. He hackeado el algoritmo para evadir el contenido más denso. Estoy harta.

Un día, mientras “escroleaba”, recordé una entretenida y a la vez profunda novela de principios del siglo XX, que leí en enero de este año: Chaka, de Thomas Mofolo (1876-1948), un escritor de Lesoto, África, que no solo nos dejó una gran recreación de la cultura Zulu, sino también reflexiones sobre temas tan universales como la política, la lealtad (y deslealtad), y sobre todo, el poder y sus límites.

Chaka (Shaka), el protagonista, es un marginado, un excluido entre su gente, pero su liderazgo, carisma, determinación y fuerza lo convierten en un gran jefe que convence a muchos. Tras muchas peripecias logra el poder, se impone sobre lo viejo.

Con el tiempo, el poder lo aísla de su propia gente, la desconfianza lo vuelve cruel, y la historia parece entonces un círculo que se repite. Deja un gran legado, sí, un imperio, pero también los mismos antiguos y crueles modos de construir poder.

Al final, con fatalismo, Chaka acepta que tendrá el destino de su antecesor. La violencia lo arrastrará también a él. Y queda la sensación de que así ocurrirá con el siguiente y el siguiente en una rueda de la historia que no avanza, sino que se repite.

Quizás es una asociación sin mucho sentido, impulsada por el pesimismo, pero al pensar en Chaka, recordé las noticias sobre Gaza, y el genocidio (¿todavía alguien se atreve a negarlo?). Las redes lo transmiten día tras día. Me pregunto, y supongo que muchos de ustedes también, si podremos decir “nunca más”, como lo hicieron muchos tras el Holocausto contra los judíos, los gitanos y la persecución de personas negras en Alemania, después de esta atrocidad en contra de los palestinos.

El poder, con otros representantes, en otra geografía y en otra época, repite la misma historia, esta vez transmitida por las redes sociales.

Y aquí, en el país provida, hay mujeres que no quieren parir en un hospital por miedo a ser encerradas con sus bebes recién nacidos en ese espacio infame llamado Centro de Detención de Migrantes indocumentados, en Haina.

Los espacios para el pensamiento y la promoción de los derechos humanos son acosados en casi todas partes. En Estados Unidos, Donald Trump acorrala a las universidades y a todo pensamiento, no ya progresista, sino simplemente distinto.

Esta ola de pensamiento único, ultraderechista, se refleja en América Latina, incluyendo, como es evidente, a la República Dominicana. Para la gente de ciencias sociales, humanidades y periodismo con alguna postura ética desde la solidaridad, los derechos humanos o el simple reconocimiento de la humanidad de cada persona, son tiempos perturbadores.

Si perdemos cada vez más espacios de libertad, ¿terminaremos, desde nuestros trabajos, como muchos alemanes, alimentando la maquinaria del oprobio por miedo o sobrevivencia? ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder? Desconfío de quienes no se cuestionan.

Lógicamente, la intención siempre es resistir, al menos para conservar la dignidad y sobre todo para no contribuir con esta maquinaria que empuja hacia el peor mundo posible, uno sin esperanza que rueda siempre hacia la violencia y la crueldad, como en Chaka.

Esta novela no nos deja un mensaje de esperanza, o al menos no lo percibí (tampoco esa es la función de una narración). Algo nuevo empezó con la misma violencia que lo anterior. Chaka, el protagonista, tiene al menos la entereza de aceptar que como a hierro mató es “natural” a hierro morir.

Esta columna no busca desalentar la lectura de Chaka, es una novela maravillosa, con hermosas narraciones y descripciones que no tengo mucho ánimo de contar ahora. Quizás en otro momento, recordar la novela no me hubiera llevado a estos pensamientos pesimistas. Creo que a veces resistir es también compartir el malestar, saber que no estamos solas, solos. Si nos molesta toda esta injusticia quiere decir que hay esperanza, no somos indiferentes.

Y, por favor, lean a Mofolo si no lo han hecho, su aporte a la literatura es, todavía, revolucionario.

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*Canoa Púrpura es la columna de Libertarias, espacio sobre mujeres, derechos, feminismos y nuevas masculinidades que se transmite en La República Radio, por La Nota.

Riamny Méndez Féliz

Periodista

Periodista e investigadora. Coordina Libertarias, el segmento sobre mujeres, feminismos, derechos y nuevas masculinidades de La República Radio.

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