Hoy en día se vive una cristalización de lo que muchos dominicanos han interiorizado desde que nacieron: el mulato, el negro, es el otro. Es el de en frente, el pobre, el campesino, la trabajadora doméstica, el extranjero, el haitiano. El negro, el africano al fin, el dominicano lo tiene solamente detrás de la oreja o por la vía del pelo “malo”, pelo que hay que alisar tanto en sentido propio como figurado.
En el peor de los casos, el dominicano podía ser moreno cuando el oficial del estado civil no se apiadaba de él, colocándolo entre los indios claros, quemados u oscuros, términos ambiguos que como trigueño son tranquilizantes y tienen una connotación local potable, sinónimos de no negro y de no blanco, de (supuesto) indígena.
Esta negación de sí mismo de parte de muchos ha conducido a una internalización del racismo y a un deseo de alejarse de la afrodescendencia, en vez de reconocer la riqueza de la multietnicidad y sus aportes a la cultura dominicana. Sin embargo, estas raíces vibran en los palos, en las salves, en la religiosidad popular, en San Miguel, en los Congos de Villa Mella, en el carnaval y otras tantas manifestaciones culturales, así como en el éxito internacional de nuestros atletas.
Desde la colonia se estableció una jerarquía racial con los europeos en la cúspide, seguidos por los mestizos y los afrodescendientes en los niveles más bajos. En el siglo XIX se comenzó a exaltar los elementos taínos como símbolo de resistencia contra la dominación colonial. Pero también, en realidad, para alejar a los nacientes dominicanos de sus orígenes negros y africanos y acercarlos a sus raíces indígenas locales, en lo que puede ser estudiado como una construcción ideológica.
Los viajeros norteamericanos, en sus relatos de viajes de la época, han querido ver los dominicanos como blancos, indios, civilizados, cristianos como las “élites”. Invisibilizaron los pobres y los afrodescendientes para diferenciarlos del vecino negro, inculto, pagano, y usaron esta diferenciación para fines políticos vinculados al discurso de la supremacía blanca.
Sobre estas bases, durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, se promovió una visión idealizada del pasado indígena como parte de una política nacionalista. A menudo, este indigenismo que se encuentra en la literatura esta descontextualizado de la realidad histórica y ha servido sobre todo para la negación del mestizaje africano.
Blanquear la raza sigue siendo algo que está en la mente de la “buena” sociedad dominicana, como lo estuvo en la de Trujillo y de quienes le acompañaron en su gobierno auspiciando la inmigración de contingentes de españoles, italianos y judíos europeos.
Durante la tiranía trujillista se promovió una identidad nacional basada en la "hispanidad" y se reforzó la diferenciación con Haití. En este contexto, ser haitiano o parecer haitiano se convirtió en motivo de discriminación y exclusión social, y en sentencia de muerte en ocasión de la limpieza étnica (genocidio) de 1937.
Desde entonces poco se ha hecho para la real construcción de una identidad inclusiva y armoniosa que vaya más allá de los spots publicitarios del Ministerio de Turismo sobre los atractivos tipos humanos que pueblan nuestro país. No se ha avanzado mucho en una transformación profunda en las actitudes sociales, las políticas públicas y las narrativas nacionales.
En los EE. UU. de Donald Trump, el lema de "America First" justifica las medidas contra los inmigrantes al priorizar supuestamente los intereses nacionales. En la República Dominicana, la defensa de la "soberanía nacional" se ha usado para justificar políticas que afectan a los haitianos, invocando la identidad dominicana como argumento. En ambos casos, se promueven políticas que criminalizan la migración y la tratan como una amenaza a la seguridad nacional, priorizando medidas punitivas sobre soluciones humanitarias.
En estos días policías negros arrestan y maltratan haitianos y dominicanos de color negro. El racismo estructural, los prejuicios internalizados, el insidioso discurso de odio influyen en las acciones de las autoridades, independientemente de las características étnicas de quienes ejercen las funciones públicas. Responden a órdenes que van en contra de la misma idiosincrasia del dominicano, de su amabilidad, de su tradicional solidaridad con el vecino que ha permitido a haitianos y dominicanos convivir tantos años en muchos sectores.
No hay ninguna razón para que el cumplimiento de las medidas de deportación se acompañe de golpes, patadas, descargas eléctricas, destrucción y robo de las pertenencias de los detenidos. No cabe en el entendimiento que se lleven parturientas y menores no acompañados en irrespeto total a las leyes y convenios internacionales que tienen rango constitucional en la República Dominicana.
Sin embargo, todo esto se explica. Y parte de la explicación se encuentra en el racismo que, aunque negado labios afuera, está profundamente enraizado en el subconsciente de negros que no quieren ser negros y de blancos o supuestos blancos que se pretenden superiores.
Todo ello, para más, alentado por los fuertes vientos que llegan desde el norte en los días que corren.
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