En República Dominicana, cuando alguien está distraído o ajeno a lo que ocurre a su alrededor, decimos que “lo agarraron asando batatas”. La expresión, cargada de sabiduría popular, retrata a quien, por estar ocupado en algo, sea importante o sea trivial, no repara en situaciones que terminan tomándole por sorpresa.

Pues, aunque muchísima gente no se da cuenta, eso mismo nos está pasando como sociedad. Mientras creemos dominar la tecnología digital, son las pantallas las que están moldeando nuestras mentes.

Las redes sociales, los teléfonos inteligentes y la inteligencia artificial irrumpieron con la promesa de hacernos más eficientes, conectados y productivos. Y en buena medida sirven para eso. Pero el costo silencioso de esa “conveniencia” es cada vez más evidente: nuestra atención, memoria y capacidad de concentración están en jaque.

Numerosos estudios de psicología cognitiva advierten que el cerebro humano tiene una capacidad limitada para mantener la atención sostenida. Sin embargo, los entornos digitales fueron diseñados de manera expresa, para fragmentarla: notificaciones, actualizaciones y el desplazamiento infinito compiten cada segundo por nuestro foco, por nuestra atención.

Ese bombardeo constante genera lo que los expertos llaman “atención parcial continua”: saltamos de un estímulo a otro sin sumergirnos en ninguno. El resultado es una comprensión superficial, menor retención de información y un estrés que no siempre reconocemos.

La paradoja del exceso

Vivimos la gran paradoja de la era digital: tenemos más acceso que nunca a la información, pero menos capacidad para procesarla. Entre tanto estímulo, ante tanto exceso de mensajes, el cerebro se sobrecarga. Lo que antes recordábamos con facilidad —como números telefónicos o cumpleaños— ahora lo delegamos al celular.

Este hábito de externalizar la memoria está modificando nuestra manera de pensar. La dependencia de los motores de búsqueda y calendarios digitales reduce la práctica de recordar. Incluso el GPS debilita nuestra memoria espacial, al privar al hipocampo de su función natural de orientarnos.

Cada “me gusta” o notificación activa el sistema de recompensa del cerebro. Eso libera dopamina, la misma sustancia vinculada con el placer. A eso se debe esa especie de “seguidilla” que generan muchas plataformas. Es así como un mecanismo que antes nos ayudaba a sobrevivir ahora se convierte en un anzuelo perfecto para mantenernos conectados.

Las investigaciones sobre adicción digital muestran que la exposición constante a este ciclo de gratificación instantánea afecta la capacidad de atención, la toma de decisiones y la memoria de trabajo. En palabras simples: mientras más revisamos el teléfono, más difícil se nos hace soltarlo. ¿Te pasa? ¿Te has dado cuenta de ello?

Un desafío de salud pública y cultural

Lo serio es que no estamos hablando sólo de un problema individual. La distracción digital ya incide en la productividad laboral, la educación y la convivencia. Si antes una conversación cara a cara era fuente de conexión, hoy compite con la vibración de un teléfono que nunca descansa o una notificación que nos saca de concentración y hasta nos desespera.

El tema es realmente serio. Algunos científicos ya hablan de “demencia digital” para referirse al deterioro de las habilidades cognitivas derivado del uso excesivo de la tecnología. Pero más allá del término, el fondo es claro: el uso sin gestión de las herramientas digitales está erosionando nuestra atención, nuestra memoria y, en última instancia, nuestra humanidad.

No se trata de satanizar la tecnología, sino de aprender a convivir con ella sin perder el dominio de nuestra mente. La clave está en la gestión consciente: establecer límites de uso, silenciar notificaciones, practicar la desconexión, recuperar espacios de concentración profunda y dar el verdadero valor que tienen las interacciones de calidad.

Como dice el saber popular: “Guerra avisada no mata soldado, y si lo mata es por descuidado”. La pregunta es inevitable: ¿vamos a permitir que nos sigan agarrando asando batatas?

Néstor Estévez

Comunicador

Agrega valor desde la comunicación como maestro de ceremonias, consultor, voz orientadora en diversos formatos, capacitando en habilidades comunicacionales y como animador sociocultural. Cuenta con dos licenciaturas (Comunicación y Educación), dos maestrías (Diplomacia y Derecho Internacional, y Dirección y Gestión Pública Local, con énfasis en Proyectos de Desarrollo Local), así como con formación en otras áreas del saber.

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