Justo cuando terminaba el artículo de esta semana, las noticias de Gaza que acababa de leer me hicieron cambiarlo. Me llenaron de impotencia. De rabia. Me tocaron el corazón.

Al observar las imágenes de niños palestinos apretujados, con rostros desesperados, implorando comida, con cacerolas vacías en sus manitas, el angustiante mensaje de auxilio –de emergencia– que de ellos me llega, me ha impactado. Me ha interpelado. Sus lágrimas me han salpicado. En ellos vi y sentí a los tres míos. No puedo ser indiferente a todo esto, tan humano. Tan patético. A su inmerecido sufrimiento. ¡Tan injusto!

Ante esta desgarradora realidad, no puedo confesarme cristiano y mirar para otro lado. Ir a misa y decir “amén”. Pasar la página. Retomar mi rutina. Encender el móvil y husmear lo que trae hoy la red. Comer y beber como si nada. Hacer la siesta. Sumergirme en el trabajo. Y volver a entregarme a Morfeo. “Vivir” otro día de mi calendario.

No. Lo menos que puedo hacer desde aquí, desde mi confortable casa, el silencio que me invade, mi pequeño mundo, la lejana distancia física que de ellos me separa, es escribirles con profundo amor estas líneas. Y, al hacerlo, elevar mi voz. Intentar, por lo menos, tocar el corazón de otros. Provocar su solidaridad.

Pero también tengo sobrados motivos para indignarme. Indignarme por la sangre que ellos han derramado. La prensa reciente consigna que, al 18 de mayo de este año, han muerto más de 53 mil palestinos –dentro de ellos, miles de niños– desde que, hace 19 meses, Israel invadió sus territorios.

Indignarme por la crueldad que traen consigo los bombardeos del ejército israelí, que arrasan indiscriminadamente a civiles, niños y adultos, que nada tienen que ver con Hamás, que destruyen hospitales y centros de refugiados. Indignarme con la hambruna a la que se ha sometido a estos niños, a sus padres, abuelos, hermanos, a este pueblo.

Una reportera internacional reseñaba hace poco este drama tras dialogar con una madre a quien le preguntó cómo estaba con sus hijos: “Los niños siempre están hambrientos; aquí, todos lo estamos. Cuando el hambre aprieta…”. Ella engaña el estómago de sus hijos con unos garbanzos hervidos que espolvorea con hierbas. Llevan dos meses sin probar carne, ni siquiera leche. El pequeño, de cuatro años, le pide “un dulce, un huevo, un bollo, un zumo”. Su madre solo tiene harina y arroz; hasta eso se le está acabando. Queda para una semana.

Desde el 2 de marzo de este año, al menos 57 niños han muerto de desnutrición en Gaza, según la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, ante el bloqueo ordenado por Israel a la llegada de alimentos, agua, combustible y medicinas –que ya había superado los 70 días y que, hace solo días, fue levantado de manera muy precaria–, el ministro de Defensa israelí afirmaba, de manera indolente e irónica: “Que la entrada de ayuda humanitaria en Gaza es absolutamente innecesaria”.

Y mientras todo esto sucede en nuestras narices, en medio de la frenética civilización del espectáculo en que subvivimos, las grandes potencias que controlan el orbe nada hacen para ponerle freno a este cruel baño de sangre. Para garantizarles el pan a estos niños, adultos y a su población. Para restablecer la paz, a la que tienen legítimo derecho estos niños y sus familiares. Para que estos niños tengan la oportunidad de jugar y reír. ¿Es que se nos olvida que estos también son hijos de Dios?

Por todo esto, cuán pertinente es rescatar ahora los reclamos del papa Francisco, cuando, profundamente afligido por este desolador drama humano, le imploraba al mundo:
“Suplico que cesen las operaciones militares, con sus dramáticas consecuencias de civiles inocentes, y que se remedie la desesperada situación humanitaria permitiéndole la llegada de ayuda”.
Este debe ser también el clamor de todos, cristianos o no.

Porque este viacrucis que están padeciendo estos niños y sus familiares, la población palestina, nunca se podría justificar ni explicar por nada. Ni siquiera por la crueldad escenificada antes por Hamás y sus hordas vestidas de negro y verde, cuando en 2023, con su criminal incursión en territorio israelí, mataron a 1.200 personas y secuestraron a más de 240 rehenes, algunos de ellos aún en cautiverio. Esto, de igual modo, me indignó y condeno.

En fin, hoy, ante las lágrimas de los niños de Gaza, confieso que yo también he llorado.

Ninos-palestinos-tratan-de-hacerse-con-una-racion-de-comida-en-un-reparto-de-alimentos-en-Jan-Yunis-este-viernes-
Referencia de la fotografía: Hana, A. K. (2025, mayo 18). Niños palestinos tratan de hacerse con una ración de comida en un reparto de alimentos en Jan Yunis este viernes [Fotografía]. En El País. https://elpais.com/internacional/2025-05-18/el-bloqueo-de-israel-en-gaza-sufro-hambre-porque-soy-una-palestina-victima-de-un-genocidio.html
 

José Lorenzo Fermín

Abogado

Licenciado en Derecho egresado de la PUCMM en el año 1986. Profesor de la PUCMM (1988-2000) en la cual impartió por varios años las cátedras de Introducción al Derecho Penal, Derecho Penal General y Derecho Penal Especial. Ministerio Público en el Distrito Judicial de Santiago (1989-2001). Socio fundador de la firma Fermín & Asociados, Abogados & Consultores desde el 1986.-. Miembro de la Comisión de Revisión y Actualización del Código Penal dominicano (1997-2000). Coordinador y facilitador del postgrado de Administración de Justicia Penal que ofrece la PUCMM (2001-2002). Integrante del Consejo de Defensa del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos en los procesos de fraudes bancarios de los años 2003-2004, así como del Banco Central en el caso actual del Banco Peravia. Miembro del Consejo Editorial de Gaceta Judicial. Articulista y conferencista ocasional de temas vinculados al derecho penal y materias afines. Aguilucho desde chiquitico. Amante de la vida.

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