Hace unos días, el Gobierno español y la Generalitat de Cataluña aprobaron el plan de financiación del sincrotrón ALBA para los próximos 14 años: 926,2 millones de euros. Un 18% irá a su actualización, ALBA II, que mejorará resolución, velocidad y capacidad de detección en los experimentos con luz sincrotrón, una de las herramientas más avanzadas de la ciencia actual. El resto cubrirá inversiones, operaciones y personal. Cada gobierno pondrá la mitad.
No es un gasto más, sino una apuesta estratégica. ALBA ya demostró su impacto económico y social. Los estudios sobre ALBA II calculan un retorno de 1,5 euros por cada euro invertido. Dicho de otro modo: la ciencia no solo genera conocimiento, también impulsa innovación, competitividad y empleo de calidad.
Los números sobre costos y beneficios confirman y refuerzan lo que venimos sosteniendo desde hace tres años: América Latina —y en particular el Gran Caribe— debe dar el salto y comprometerse con un segundo sincrotrón en la región. La gran ciencia, la de las infraestructuras que marcan el rumbo de la innovación, no puede seguir siendo privilegio de Europa, Estados Unidos o Asia.
En España, el acto oficial contó con el secretario de Estado de Ciencia, Innovación y Universidades y con el rector de la Universitat Autònoma de Barcelona. No es un detalle menor: subraya el vínculo entre estas infraestructuras y la universidad, es decir, la formación de las nuevas generaciones de investigadores.
Para América Latina, la lección es clara y la oportunidad está servida. La primera ocasión llegará pronto: el Foro Académico Europa–América Latina, que se celebrará el 8 y 9 de octubre en Bogotá. Este foro, nacido en Santiago de Chile hace 12 años, presenta recomendaciones a la Cumbre de Presidentes. En 2023, en Alcalá de Henares, ya pedimos más atención a la ciencia, el gran “enfermo” de la educación superior latinoamericana. Ojalá esta vez el mensaje cale más hondo.
España, con ALBA II y el respaldo de la Universitat Politècnica de València, puede ser clave para impulsar el proyecto en nuestra región. Hay además aliados posibles: la Unión Europea, que ve en la ciencia un espacio privilegiado para la cooperación internacional, y la UNESCO, donde el proyecto africano ya ha ganado fuerza y se propone una línea de haz en el sincrotrón de Oriente Medio SESAME. Sobra anotar que ALBA II representará un partner ideal para impulsar acciones análogas.
El camino empieza a abrirse. Nuestra primera actividad de formación, celebrada con gran éxito en Colombia el mes pasado, tuvo eco en República Dominicana, donde el proyecto nació en clave regional y luego creció como iniciativa interregional para el Sur Global. La pregunta es inevitable: ¿ese eco fue casual y pasajero, o anuncia un verdadero cambio en nuestras prioridades científicas?
Hoy la decisión está en las manos de los países de la región. Mientras España apuesta a largo plazo por su infraestructura científica, América Latina debe elegir: seguir mirando desde la barrera o convertirse en protagonista y líder de la ciencia global del siglo XXI.
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