«Hojas de un Diario Viajero. Pequeñas filosofías sobre lo azul» es una muestra retrospectiva en la cual se presenta de Abigail una de sus facetas: el arte fotográfico con mirada de mujer, del cual es pionera.

La exposición se proyectó realizar, en este 2025, para concretar uno de los proyectos intelectuales que dejó inconcluso Abigail, a causa de su fallecimiento prematuro en 1941, que llamó «Carnet fotográfico», el cual había anunciado en el mes de septiembre de 1925 en La Opinión, Revista Semanal Ilustrada.
La exposición toma el título de la serie de crónicas realizadas por Abigail para la prensa local—como corresponsal transatlántica desde la alta mar— «Hojas de un Diario Viajero», publicada en exclusiva en la revista La Cuna de América en 1920 en siete entregas, escritas en el vapor «Cádiz» de la Cía. Pinillos, luego de once años de ausencia de la República Dominicana. Son sus impresiones —como indica la autora— «anotadas en mis cuadernos desde que salí de España.»
HAGAMOS, AHORA, UN POCO DE HISTORIA. Detrás de lo que he llamado «la expedición del saber» fue Abigail por la ruta tradicional de las Azores, aquella que desde 1581 se extendía desde las Indias Occidentales hasta Cádiz. Navegante fue Abigail, a la edad de trece años, de ideas y de pensamientos. Sentía que no eran fronteras convencionales que cruzaba sino mares entre meridianos y paralelos, dos siglos después de que Hugo Grotius escribiera, en 1609, Mare librum.
Abigail había nacido en Santo Domingo en 1895, en una casa solariega de dos niveles de la calle Consistorial número 68, actual Arzobispo Meriño, en la misma calle donde inauguramos esta muestra en la Sala Prats Ventós del Centro Cultural de España en Santo Domingo.
La niña Abigail añoraba conocer el Atlántico Occidental, la inmensidad del océano, la ruta marítima que conecta las dos orillas, el cruce desde las Antillas hasta el estrecho de Gibraltar, los hechos ocurridos allí en sus aguas y, el Banco de Terranova. Fueron, en 1908, 21 días en el Atlántico, en una travesía de «temporada» en el verano, que hoy se hace en 8 horas y 45 minutos, dependiendo de cómo estén los vientos, en un vuelo hacia Madrid, España.

En el Colegio de Primera Enseñanza del Instituto de Señoritas «Salomé Ureña», al cuidado de las Hermanas Pellerano, Luisa Ozema y Eva María, Abigail adquirió inicialmente nociones de Cosmografía, Geografía física, Geografía Patria y de las Antillas. Allí estudió la primera representación del Océano Atlántico, y del globo terráqueo con sus dos hemisferios: el Occidental y el Oriental. Leyó que la extensión del océano en su anchura media era de 3.135 kilómetros ó 1.960 millas. Abigail absorbió y tomó estos conocimientos de su libro de estudio —que aún se conserva en su biblioteca personal— el Primer Libro de Geografía del Sistema de Smith. Editado en Paris, por la Librería Hachete y Cía., 1893.
Para 1913 habían cruzado, el Atlántico Septentrional, unos dos millones de pasajeros, en ambas direcciones. Entre esos dos millones estuvo Abigail Mejía que lo cruzó, por primera vez, en 1908.
Abigail, a través de sus lecturas, sabía que las aguas del Atlántico son de importancia política y estratégica; por eso, de su ir y venir a la costa ibérica en 1919, 1920, 1925 y 1929 tendremos la ojeada (en esta exposición) de cuáles saberes adquirió, entre dos mares archipiélagos cuando el mundo se apresuraba a la industrialización, a tener como combustible al petróleo y, había un crecimiento de los transatlánticos, luego de la guerra de 1914.
Abigail regresó a Santo Domingo, luego de concluida la Primera Guerra Mundial, en 1919 a bordo del vapor español «Cádiz». La lectura de Naves en el mar publicado por su amiga Concha Espina, en 1918, sobre su viaje y llegada al Estrecho de Magallanes a través del océano y, que le obsequio a Abigail, atrajo su interés, más aún, por narrar desde el Atlántico Meridional su travesía.
Había escrito, sobre el Mare atlanticum, esta transatlántica señorita de 24 años, «Hojas de un Diario Viajero» que, es el primer diario, del siglo XX, de una autora dominicana que se conoce. Abigail trajo, consigo –en este viaje, como parte de su equipaje– el libro Geografía Superior Ilustrada de Appleton editado en New York y Londres en 1919, porque allí estaba el Mapa de la Europa que dejaba y, el Mapa de las Antillas que vino a encontrar.

De 1921 a 1924 se dedicó a la corresponsalía transatlántica. En Europa era testigo de lo que ella llamó el «Juego de las ambiciones» de las potencias europeas: las guerras y la expansión colonial hacia territorios de África.
En cinco ámbitos se cuenta en esta exposición la historia de viajes de Abigail Mejía, una mujer transatlántica, que hemos podido reconstruir, y que presentamos en este 2025.
Debemos destacar que se muestra en esta exposición, en una de las vitrinas, el Nuevo Ramillete de Oro, que es la edición encuadernada en plata repujada del libro de oraciones del día, con el cual Abigail hizo su preparación para su Primera Comunión en Barcelona en 1909. La co-curadora y museógrafa, Alfonsina Martínez, tuvo a bien recrear a través de una instalación —con efecto de cascada vertical— un ramillete amarillento, cuasi dorado, color oro, que pende en la pared lateral derecha y, que es la reproducción facsímil de las hojas del libro de manuscritos inéditos de Abigail, Ensayos Literarios, que contiene textos escritos por la autora en 1907 y 1908, en esta antigua ciudad de Santo Domingo, en calle Arzobispo Meriño, en la casa marcada con el número 56, donde residía junto a su madre, desde 1904, después del divorcio de sus padres. La cascada vertical de hojas, también nos muestra los manuscritos de su Cuaderno de viaje de 1908, 1909, 1910, 1911 y 1913 escritos en Barcelona y Breña ilustrado, por ella, con bocetos de vapores elaborados en tinta.
De julio a octubre de 1929, Abigail tuvo una estancia en Europa. Durante su viaje de tres meses hizo uso de la radiotelegrafía, ya que las noticias no se tenían solo por el eco de la prensa diaria. Había zarpado el 5 de julio junto a su madre Carlota Solière a bordo del buque «Waldtraut Horn», vía New York, hacia España, para asistir a la Exposición Iberoamericana de Sevilla, ciudad donde estuvo recientemente la Honorable Alcaldesa de Santo Domingo, Carolina Mejía.
Al retornar de su viaje transatlántico, trajo consigo nuevas narrativas, y un segundo «Carnet fotográfico» de sus registros o vistas tomadas de Barcelona, Madrid, Sevilla y Granada. Finalizado este navegar por el Atlántico, Abigail contrajo matrimonio en Santo Domingo con el asturiano Senén Fernández del Valle.
Y, su afición por las historias del mar continuaba. Fue El Atlántico. Historia y vida de un océano Editado por Le Danois, en 1940, el último libro de lectura que tuvo Abigail sobre el Mare atlanticum, entre sus manos, donde vuelve a repasar el grabado de «La transgresión en la bahía de España» de agosto de 1928 y el grabado «El Mar de las Antillas».
El Atlántico. Historia y vida de un océano le permitió, a Abigail, conocer con más hondura la «estructura general del Atlántico» y comprender —más aun— las pequeñas filosofías sobre el azul.
Cuando Abigail falleció, a causa de meningitis, en su residencia, a un mes de cumplir 46 años de edad, era el buque transatlántico el medio de transporte más importante y confiable para pasajeros.
De Abigail se expone en esta muestra uno de sus collares de perlas guardado en un cofre de plata repujada, un crucifijo de su propiedad conservados por su hijo Abel y, finalmente, un mechón de su pelo recortado por su madre Carlota, al momento de su dolorosa muerte, junto a la libreta de notas de la escritora de 1929 a 1930, marcando su poema «Allí estará el alma…».
Y es así, porque, ahora, en el Centro Cultural de España en Santo Domingo está el alma de Abigail Mejía a través de sus pequeñas cosas, que son los pequeños detalles de la vida que pueden hacernos alcanzar la felicidad espiritual, para poder ser como nos enseñó Delia Weber: «pródigos en amor, en verdad y en belleza…».
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