(Amaurys Pérez Vargas)
En 1492, los indios eran alrededor de 100,000 repartidos en la actual Isla de Santo Domingo. No existía ninguna unidad entre las diferentes tribus que habitaban el territorio, las cuales eran procedentes (en su mayoría) de la parte norte de América del Sur, específicamente de la región del Orinoco en las costas venezolanas. En 1542, estos no eran más que 200 y poco más de la mitad de esta cifra en 1565. Estos datos brutos revelan las dimensiones de la inmensa debacle demográfica sufrida por estas poblaciones. En ese orden, se sabe que a la llegada de los europeos aparecieron nuevos gérmenes y virus (muchos de estos transmitidos por animales) que afectaron la salud de los aborígenes, ya que lamentablemente los nativos habitantes de la Isla no disponían de anticuerpos para combatir la gripe, la viruela, la tuberculosis, entre otras enfermedades que hicieron estragos en la población indígena provocando una verdadera catástrofe humanitaria.
Al respecto, Franklin Franco nos subraya las dimensiones que alcanzó esta tragedia que tiene como unidad de medida el “costo por las decenas de miles de seres humanos que perecieron, [la cual] resultó una hecatombe sin paralelos en la historia de la humanidad”.
Si bien el concepto de genocidio forma parte hoy día de la retórica política e humanística del mundo “civilizado” o moderno, convendría bien precisar su valor en términos históricos pues efectivamente constituye una cuestión central para los historiadores trabajar el tema de la memoria a los fines de reconstituir el pasado para reconocer e identificar los hechos de violencia o masacres que se conocieron en la historia, por parte de tal grupo o Estado, que lograron alcanzar el grado o la categoría de lo que hoy definimos como genocidio.

Para el jurista polonés Rafael Lemkin, inventor del término genocidio nos señala que la persecución de los primeros cristianos por los romanos constituía en sí mismo un caso de genocidio. Esta asimilación nos resulta sumamente interesante en el propósito de catalogar los sucesos que tuvieron lugar durante la conquista y la colonización de las tierras americanas y particularmente de Santo Domingo como un acto genocidio, según lo establecido en la Convención por la prevención y la represión del crimen de genocidio adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948 en Paris. Allí se establece claramente en su artículo 2 que el genocidio se extiende a cualquier acto cometido con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional, étnico, racial o religioso.
Así pues, para determinar un genocidio se establecieron cinco criterios que se cumplieron a cabalidad, tal como nos lo señala el relato del Padre Fray Bartolomé de Las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias y en su Historia General de Indias.
Estos criterios son los siguientes:
- Crimen de miembros del grupo
- Faltas graves a la integridad física o mental de los miembros del grupo
- Sumisión intencional del grupo a condiciones de existencia arrastrando su destrucción física total o parcial
- Medidas buscando frenar los nacimientos en el seno del grupo
- Transferencia forzada de niños del grupo a otro grupo.
Veamos en detalle cómo se cumplieron los 5 criterios, según el relato de Fray Bartolomé de Las Casas:
Crimen de miembros del grupo:
- Los cristianos “porque algunas veces raras y pocas mataban los indios algunos cristianos, con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, había los cristianos de matar cien indios”.
Faltas graves a la integridad física o mental de los miembros del grupo:
- De acuerdo con Las Casas, los españoles “Entraban en los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaran y hacían pedazos”.
Sumisión intencional del grupo a condiciones de existencia arrastrando su destrucción física total o parcial:
- El propósito, según Las Casas, consistía en “robarlos y matarlos, y los que de la muerte quedasen vivos ponerlos en perpetuo cautiverio y servidumbre de esclavos”. En tal sentido, nos agrega que “Después que han muerto todos los que podrían anhelar o suspirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres) oprimiéndoles con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reduce y se resuelven o subalternar como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas”.
Medidas buscando frenar los nacimientos en el seno del grupo:
- Y la cura o cuidado que de ellos tuvieron fué enviar los hombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable; y las mujeres ponían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino hierbas y cosas que no tenían substancias, secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así murieron en breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados, que nunca veían a las mujeres, cesó entre ellos la generación, murieron ellos en las minas de trabajos y hambre y ellas en las estancias o granjas de lo mismo; y así se acabaron tantas y tales multitudes de gentes de aquella isla, y así se pudiera haber acabado todas las del mundo.
Transferencia forzada de niños del grupo a otro grupo:
- Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres, quedando comúnmente los mancebos y mujeres y niñas, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta a otro ciento y doscientos según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador, y así repartidos a cada cristiano, dábanselos con esta color que los enseñase en las cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos y viciosos, haciéndolos curas de ánimas.
En su relato, Fray Bartolomé de Las Casas explicó que el genocidio fue cometido por “hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano”. Sobre su testimonio expresó “sólo quiero en lo de las guerras susodichas concluir con decir y afirmar que, en Dios y en mi conciencia, que tengo por cierto que, para hacer todas las injusticias y maldades dichas, y las otras que dejo y podría decir”. Retomando los planteamientos del jurista polonés Rafael Lemkin, tenemos que, desde su óptica, la noción de genocidio proviene del neologismo que se forma a partir del griego genos que significa “raza”, “clan” y del sufijo proveniente del latin cide que significa matar. Así pues, la palabra genocidio designa literalmente el hecho de matar una “raza”.
Dentro de la etimología de la palabra genocidio y analizando el caso de los crímenes ejecutados contra los Tainos por el gobernador Nicolás de Ovando encontramos el espíritu infundado por Lemkin quien veía la voluntad de destrucción de un pueblo en tanto que nación constituida, con su cultura, sus instituciones, sus costumbres. En ese sentido, el genocidio alcanzó en nuestro caso su triple dimensión: cultural (véase la cultura de un grupo), biológica (obstaculizar los nacimientos y la reproducción) y física (crímenes de masa).
Así pues aunque este proceso de destrucción llevado a cabo en Jaragua e Higüey tuvo un carácter parcial, su efecto puede visualizar como de carácter global a nivel de toda la Isla y en el Caribe ya que los principales responsables de aquellas crueles y sádicas matanzas contaron sobre el efecto del terror para imponer así su dominación política sobre los sobrevivientes. Desde esa perspectiva, la táctica de la masacre se encuentra particularmente adaptada a la estrategia que tiene como efecto aterrorizante que la información se propague en la población pues desde tiempos remotos, la práctica de la violencia está asociada al ejercicio mismo de la guerra.
En efecto, es el propio Bartolomé de Las Casas quien nos señala que entre las dos maneras que tuvieron los cristianos para “extirpar y raer de la haz de la tierra aquellas miserandas naciones”, refiriéndose a los pueblos aborígenes, estuvieron las “injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras”. Y como es bien sabido, en toda guerra, la masacre está siempre presente, no como un “exceso” de la guerra sino como una de sus dimensiones principales para alcanzar la capitulación del enemigo.
Estas prácticas de destrucción/ sumisión apuntan también sobre la gestión de los pueblos pues a la guerra de conquistas, se hacen acompañar siempre de terribles masacres a las que les sigue la explotación económica del pueblo vencido, recurriendo en los casos necesarios, a la ejecución de algunos de sus miembros, tal como nos refiere que sucedió en La Española, Las Casas: “La causa porque han muerto y destruido tantas y tales y tan infinito número de ánimas los cristianos, ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días y subir a estados muy altos y sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia y ambición que han tenido, que han sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices y tan ricas, y las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas, a las cuales no han tenido más respeto ni de ellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tratado y estimado), pero como a menos que estiércol de las plazas”.
En ese orden, si seguimos la descripción de Fray Bartolomé de las Casas y lo expuesto por Lemkin, los sucesos ocurridos en la Isla que provocaron la desaparición de los Tainos debieran ser calificados como genocidio y/o etnocidio pues aunque en ambos casos los crimines se hicieron acompañar por numerosas manifestaciones de racismo, indudablemente en nuestro caso la gravedad es mayor ya que se trata de la total desaparición de la etnia Taina, hecho que trasciende el carácter genocida perpetrado por la Alemania nazi la cual no logró hacer desaparecer a los judíos de la faz de la tierra tal como sucedió con los aborígenes de nuestras islas.

A sabiendas de que, en la actualidad, el Estado de Israel está llevando a cabo un genocidio contra el pueblo Palestino en la Franja de Gaza, consideramos pertinente reproducir el artículo colectivo que publicamos el pasado martes 16 de septiembre de 2025 en el periódico Listín Diario:
Y de los genocidas: ¿amigo y cómplice?
Si la política exterior dominicana se condujera con fundamentos éticos, hace rato el gobierno hubiese declarado al Estado de Israel como organización terrorista, y se hubieran activado todos los mecanismos legales y políticos para la ruptura de relaciones diplomáticas y la paralización de todo acuerdo con ese país.
Las evidencias están ahí, a la luz del mundo: al igual que el uso de cámaras de gas para aniquilar a todo un pueblo durante el holocausto de la Segunda Guerra Mundial, el Estado sionista asesina al pueblo palestino por vía del hambre y las bombas. Algunas estimaciones señalan cerca de 600.000 víctimas civiles, la mayoría mujeres y niños. La conciencia mundial de los pueblos y de una mayoría de Estados en Iberoamérica nombra el hecho genocidio.
Solo los Estados de extrema derecha como Argentina o El Salvador continúan su apoyo al exterminio. El gobierno del PRM parece asociarse con esos países, llenando de bochorno e infamia la historia de la diplomacia dominicana. Entonces, presidente: ¿de los genocidas, usted es solo amigo o también cómplice?
¡Vivan los pueblos indígenas!
¡Viva Palestina Libre!
*[Esta publicación es parte del Proyecto por la Memoria Histórica Raúl Pérez Peña (Bacho), auspiciado por sus hijos Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez Vargas].
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