"Si hablan mal de ti con fundamento,/Corrige; de lo contrario, /Échate a reír". Epicteto.
Se nos hace muy difícil, por cuestión de educación, decir algo tan tajante como sería, que el mejor discurso de los políticos -importándonos un bledo- los de otros lares, es la demagogia y, de los “nuevos” engendros de los que están, es aún peor. Una juventud política conocedora de cambiarle el voto a los que menos piensan, por una tarjeta o una fundita de comida sin hablar de los doscientos pesos para la gasolina cuando vayan a votar, a pesar de que más correcto sería decir, botar su voto.
Nos enfrentamos desde ya a unos dictadores de la fe mediática, que hacen uso de los medios, tratando de obligarnos a elegir entre unos y otros; si no es ella, entonces debe ser él, donde quien sea de ellos no representa nuestros intereses. Y es que, con estas claras acciones e intenciones, pretenden ahogar el criterio o la percepción de todo aquel que intente sacar la cabeza para rechazar estas malévolas pretensiones. Sí, así está nuestra política.
Pero, desde “ab urbe condita” (desde la fundación de Roma), estamos conscientes de que definitivamente los políticos han y están negados a establecer algún tipo de contrato sinalagmático con el pueblo, en tanto este permanece sumiso y servicial para continuar haciendo lo que los políticos deseen, porque ya no existe la voluntad de los principios y fundamentos morales que produzcan la fuerza moral para decirles de manera tajante: hasta aquí, no más.
La crítica a la clase política revela una profunda desconfianza ciudadana ante prácticas clientelistas y discursos manipuladores que erosionan los principios democráticos
El fuego cruzado entre la falsedad de los postulados emitidos por este personal mediático, por demás muy bien pago, y la abrumadora cantidad de teóricos disfuncionales carentes de alguna actitud científica que avale la gran cantidad de datos con los que se presentan, cual si fuesen salvadores celestiales de los males que nos aquejan, pero que no resisten el paso del tiempo, porque todas esas teorías y datos han sido manipulados y creados solo para desvirtuar la verdad, como sería esa de que estamos mal y vamos por mal camino, donde solo hay un grupo responsable, es decir, los políticos clientelistas.
Aunque debo admitir que no todos los políticos —al igual que tantas otras cosas de la vida—, aun perteneciendo a un mismo conglomerado, son iguales, ya que estamos conscientes de que existen políticos que, cual si fuesen el intestino grueso, envuelven, moldean y trabajan en el último proceso de absorción para extraer lo más mínimo de valor que puedan contener las heces, para luego expulsarlas, todo esto de manera increíble, sin llegar a contagiarse con las mismas.
Son, quizás, esos políticos los que sostienen aún este sistema, porque todo su accionar va dirigido, primero y último, a la defensa de quienes los eligen o reconocen como políticos serios. No como aquellos que son elegidos por prometer reformas tras los descalabros producidos por pichones de tiranos y que, luego de estar en el poder, contraen una paranoia incipiente que siempre los acompaña durante su periodo, el de temer perder el poder si se deciden a cumplir con la palabra empeñada.
Por ese accionar y los artilugios empleados para justificar su no hacer, es que caen en esos lugares, como se lee en los “Lamentos” de Ovidio: “un lugar, ay, que ningún hombre afortunado debería visitar”, sí, el lugar donde solo habitan el descrédito y la desvergüenza, por haber ofrecido solamente su munificencia, cual si hubiesen sido, no un gobernante, sino un rey, o un personaje mesmeriano, aunque todo se reduce a un engaño y, por qué no, hasta en una cobardía. ¡Sí, señor!
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