La Iglesia Católica es una institución con mucho peso en la sociedad dominicana, desde el inicio de la cristianización de la isla, hasta nuestros días. Su incidencia en la vida religiosa, política, económica, cultural ha sido un punto de referencia casi siempre.
Lo que pasa en la Iglesia toca directamente a la mayoría de la sociedad dominicana. El Vaticano anunció el 4 de julio de 2016 la designación de Francisco Ozoria Acosta como Arzobispo de Santo Domingo, en sustitución del cardenal Monseñor Nicolás López Rodríguez, quien aceptó su retiro por el cumplimiento de la edad reglamentaria para ello. El 10 de septiembre de Ozoria asumió la posición y desde entonces han pasado 9 años de su traslado de la Diócesis de San Pedro de Macorís a la Arquidiócesis de Santo Domingo, primada de América.
Pasamos de un cardenal con una personalidad y un discurso directo y frecuente, altisonante y duro, a uno con un discurso poco frecuente, sin grandilocuencia y son los filos que su antecesor dejaba. El retiro del cardenal fue completo, pero el aprecio y la simpatía de la alta sociedad -de los empresarios- con el cardenal continuaron, sin que el recién llegado alcanzara fama, simpatía o hiciera galas de sus dotes de retórica o sus conocimientos teológicos y políticos.
La transición no fue sencilla, y se notó más la ausencia del arzobispo litigante que la presencia del arzobispo discreto y sin pretensiones de ganarse la simpatía de los ricos, de los políticos ni de una sociedad cristiana encumbrada.
Francisco Ozoria Acosta, de Nagua, de tez oscura, silencioso, más cristiano franciscano que el tradicional obispo diocesano que conoce los intríngulis del poder. Sus palabras son sencillas, que pronuncia con voz muy baja, no se hace notar mucho, y no anda entre oropeles ni boatos, ni parece en las grandes celebraciones. Sus 50 años como sacerdote y obispo no le cambiaron del hombre humilde y sin aspiraciones excesivas que fue al arzobispo primado de América.
Pidió su sustitución dos años antes de cumplir los 75 reglamentario, y esperaba un arzobispo coadjutor que le acompañara y emprendiera los aprendizas que él tenía de su arquidiócesis, de la que le habían arrebatado hace apenas unos meses una nueva diócesis, para entregarla a un nuevo obispo con todas las ambiciones que él jamás tuvo.
Ha dado a conocer una carta muy dura, que parece más que todo un resabio de un hombre cansado y humilde, por los golpes recibidos en su entrega a la Iglesia. Contrario a lo que esperaba, le han despojado de la administración exclusiva de la arquidiócesis, de las cuestiones económicas, de la gestión del clero, y de la administración del personal eclesiástico. Solo le han dejado el título ha dicho: “Lo que menos me ha gustado, los títulos”, es lo que le han dejado.
Está indignado y lo ha puesto por escrito y lo ha entregado a los miembros de su arquidiócesis, y el país se ha enterado. Luce ahora un hombre acorralado, solo, sin claridad de lo que pasará con él en el año le que le queda al lado del nuevo arzobispo, Carlos Tomás Morel Diplán, nombrado obispo en diciembre del 2024. Tal vez Ozoria debió seguir siendo discreto hasta las últimas consecuencias, y entregar solo la carta a los que en El Vaticano le dijeron que se le suspende por mala administración.
La Iglesia se renueva para los nuevos tiempos, pero Ozoria entiende que lo echan a un lado a destiempo por mala administración, y confirma que se siente rodeado de enemigos, en la Iglesia que es heredera y supuestamente gestora del amor más grande que haya existido, que ha sido la entrega de Jesús, el hijo de Dios, para salvar a la humanidad del pecado.
Monseñor Ozoria Acosta dice que el obispo debe tener vocación de mártir, porque él entiende que lo están sacrificando como un cordero de Dios, y en su último párrafo dice que el prefecto para el Dicasterio para los Obispos, el cardenal Marc Ouellet, le habló de las acusaciones que existen contra él y al terminar le dijo esta frase: “Usted tiene muchos enemigos”. Por eso Ozoria cree que le “han venido los enemigos”. Pero los identifica. Y la gente se pregunta quiénes son los enemigos de Ozoria, el arzobispo destituido por mal administrador y por no tener carácter o por hablar poco, o por no ser hombre de la alcurnia social que se espera de los jerarcas católicos.
La carta es para reflexionar, y para entender que la estructura eclesial también esta imputada por las almas enemigas, por los rechazos y los odios, por las envidias y por la saña que el demonio muestra a los que siguen sus enseñanzas.
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