En las últimas semanas, el valor de las empresas dedicadas a la fabricación de semiconductores se ha disparado. Esta explosión responde a la demanda creciente de inteligencia artificial (IA), que requiere chips más potentes y especializados capaces de manejar modelos cada vez más grandes y complejos. En paralelo, el ambicioso proyecto Stargate —una iniciativa de US$ 500 mil millones liderada por OpenAI, Oracle y SoftBank— busca construir en Estados Unidos una red de megacentros de datos para sostener la infraestructura de la IA.
A esto se suman los acuerdos multimillonarios firmados recientemente por Samsung, que incluyen la expansión de su planta de Texas y nuevos contratos con empresas estadounidenses y europeas para la producción de chips de alto rendimiento destinados a IA y automoción. Estas operaciones consolidan la posición de Samsung como uno de los actores más influyentes del ecosistema global de semiconductores, junto con TSMC, Intel, Nvidia y ASML. Todo esto confirma que el chip se ha convertido en el corazón de la nueva economía digital.
¿Qué es la “guerra del chip”?
La “guerra del chip” describe la competencia global entre los principales bloques tecnológicos —Estados Unidos, China, Corea del Sur, Taiwán y la Unión Europea— por dominar la cadena de valor de los semiconductores: diseño, fabricación, ensamblaje, prueba y distribución. No se trata únicamente de una batalla comercial, sino de una lucha por la soberanía tecnológica. Quien controle el suministro de chips dominará sectores como la defensa, la inteligencia artificial, la movilidad eléctrica y las comunicaciones del futuro.
Los gobiernos han entrado de lleno en esta disputa con incentivos billonarios. Estados Unidos impulsa su CHIPS Act, mientras la Unión Europea ejecuta su European Chips Act. China, por su parte, invierte masivamente en subsidios y en la creación de empresas estatales para reducir su dependencia de importaciones. En ese contexto, los países emergentes buscan posicionarse como socios estratégicos para el ensamblaje, la prueba y el empaque —las etapas intermedias de la cadena— aprovechando su capital humano y su cercanía geográfica a los grandes mercados.
América Latina comienza a explorar ese espacio. México, por ejemplo, desarrolla una estrategia nacional para atraer inversiones en semiconductores, no para competir directamente con los gigantes de Asia, sino para participar en segmentos de mediana complejidad (los llamados legacy chips) que sustentan la industria electrónica y automotriz regional. Brasil, Chile y Costa Rica también han manifestado interés en integrarse mediante parques tecnológicos, incentivos fiscales y alianzas con universidades. Todo apunta a que la región busca pasar de ser exportadora de materias primas a convertirse en productora de conocimiento y tecnología.
República Dominicana: ambición, investigación y desafíos
En la República Dominicana, el tema aún es incipiente, pero empieza a ganar espacio en el debate económico. Las autoridades reconocen que el país no puede permanecer al margen de la nueva geoeconomía tecnológica. Aun sin fábricas de chips instaladas, se visualiza una oportunidad en tres frentes principales: infraestructura, capital humano y cooperación internacional.
En los últimos años, la República Dominicana no solo ha aspirado a insertarse en la cadena global de semiconductores, sino que ya ha dado pasos concretos. A través de un acuerdo con la Universidad Purdue en los EEUU, el país ha proyectado programas de investigación internacional, intercambio académico y diagnósticos sobre capacidades para diseño y montaje de chips. La organización ITIF (Information Technology & Innovation Foundation), en su evaluación de 2024, identificó a la Republica Dominicana como una de las candidatas más prometedoras de América Latina para atraer actividades en las fases de ensamblaje, prueba y empaquetado (ATP) de semiconductores, siempre que fortalezca su capital humano y mejore su infraestructura energética.
Además, en agosto de 2025 se presentó oficialmente la estrategia ENFIS (Estrategia Nacional para el Fomento de la Industria de Semiconductores), con una hoja de ruta para convertir al país en un actor relevante de manufactura avanzada en chips. Junto a iniciativas educativas como el nuevo programa del ITLA en tecnología de semiconductores y alianzas para capacitar profesores dominicanos en EE. UU., la República Dominicana apuesta por construir una base científica y técnica local para participar con credibilidad en la nueva economía digital.
Aun así, los retos son reales: formar profesionales especializados, asegurar energía estable para operaciones de alta demanda, consolidar incentivos industriales competitivos, y mantener visiones de largo plazo que integren innovación, sostenibilidad y justicia social.
Conclusión
La guerra del chip no es una batalla lejana: es el nuevo eje que determinará la competitividad económica mundial. América Latina tiene ahora la posibilidad de ocupar un rol más ambicioso en esta industria del siglo XXI, siempre que combine estabilidad política, visión de largo plazo y desarrollo de talento.
Para la República Dominicana, el desafío es doble. Debe insertarse en la cadena tecnológica sin perder de vista la sostenibilidad y la equidad, pero también posicionarse como un hub de innovación y logística en el Caribe. Si logra hacerlo, podría transformar su estructura productiva y pasar de consumidor de tecnología a protagonista en su creación.
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