A propósito de los cada vez más frecuentes y destructivos huracanes, tifones, tormentas e inundaciones, es necesario recordar que el planeta Tierra viene emitiendo señales de alarma que no se deben ignorar.

Los efectos cambio del cambio climático son cada vez más evidentes: olas de calor extremas, sequías prolongadas, incendios forestales, inundaciones devastadoras sin precedente, se derriten los hielos de los polos y aumenta el nivel del mar.

Tenemos que hacernos a la idea de que no se trata de un fenómeno aislado o casual; el planeta Tierra, nuestra casa común muestra los síntomas de un malestar profundo causado por tantos daños causados la explotación sin control.

La ciencia es clara y contundente. Sin embargo, a pesar de la evidencia científica predominante, persiste una corriente de negacionismo, alimentada por una desinformación deliberada y cierto tipo de liderazgo irresponsable.

Esta propaganda, que se difunde a través de redes sociales, de medios tradicionales de comunicación, e incluso desde oficinas políticas, busca minimizar la gravedad del problema, desacreditar a los científicos. Y no solo retrasa la acción necesaria para mitigar el cambio climático, sino que también socava la confianza en la ciencia y en las instituciones que buscan proteger el planeta.

Y no se puede quedar la orientación sobre la responsabilidad individual y fomentar la participación de la gente en la toma de decisiones para influir en las políticas públicas.

Es crucial entender que la negación climática no es un debate científico, sino una estrategia política y económica que busca proteger los intereses de aquellos que se benefician del descontrol y la falta de reglas.

Ante este panorama, la educación climática se erige como la herramienta más poderosa para combatir la desinformación y empoderar a la ciudadanía.

No se trata solo de enseñar los fundamentos científicos del cambio climático, sino de fomentar el pensamiento crítico, la comprensión de la interconexión entre los sistemas naturales y sociales, y la capacidad de evaluar la información de manera objetiva.

La educación climática debe ser transversal y llegar a todos los niveles educativos, desde la escuela primaria hasta la universidad, e incluso a la formación continua para adultos.

Debe incluir explicación clara sobre el efecto invernadero, las causas del calentamiento global y las proyecciones futuras.

También los impactos del cambio climático; analizar las consecuencias en diferentes regiones del mundo; los efectos sobre la salud humana; la seguridad alimentaria y la biodiversidad.

Y no se puede quedar la orientación sobre la responsabilidad individual y fomentar la participación de la gente en la toma de decisiones para influir en las políticas públicas.