La estética de la sombra y de lo oscuro

¿Hay estética en las sombras y en lo oscuro? Sí, lo mismo que en la luz; de lo contrario, pregúnteselo a un artista plástico. Asimismo, sucede con la literatura. Desentrañar la belleza de las sombras y de lo oscuro son dos ejercicios artísticos diferentes, tanto para la plástica como para la literatura. Se le adiciona un elemento importante a tomar en cuenta en ambos casos: lo desconocido; lo surreal subyacente en el interior, en el espacio ausente de luz, en la materia de lo imprevisible. Este último concepto nos llevaría a un pensamiento filosófico y hermético, que dificulta la expresión de lo estético.

Al poeta, en cierto sentido, le gustaría penetrar en la profundidad del lenguaje y toparse con la luz diamantina que lo define, a sí mismo y su relación con su exterior, con la naturaleza y el universo en sentido general. En ocasiones se transita por senderos oscuros, despertando luciérnagas en el camino que solo pueden ser vistas según las sensibilidades del lector al transitar esos senderos. Aquí el ejercicio de lectura y comprensión lectora favorece el avistamiento de esas las luciérnagas, utilizadas como metáfora. El poeta no ha utilizado un lenguaje de superficie, sino de honduras. Deben desplegarse pensamientos y razones para constatar los restos del rayo intuitivo del poeta. Entonces, en el interior de la sombra y de lo oscuro puede florecer lo estético; se constata una estética de la sombra y lo oscuro.

No es lo mismo una estética de la sombra que una estética de lo oscuro. Cada término representa aspectos conceptuales distintos, tanto en lo descriptivo, interpretativo, argumentativo y crítico. Pero, si hay oscuridad estética, ¿hay belleza? Ha de recordarse que el estudio de lo bello está sujeto a lo subjetivo, a los modelos y arquetipos culturales de belleza y sus componentes cognitivos y emocionales. Nadie podría con certeza medir de manera efectiva, con un número infalible, los niveles de esteticidad de un texto u otra obra de arte. En todos los casos, incluyendo en las lenguas y los lenguajes —cuerpos comunicativos cambiantes—, se construyen niveles de plasticidad a partir de conceptos y contextos de humanos.

La sensibilidad mística

Los niveles de sensibilidad mística que alcanzan los lectores del libro Las moradas de santa Teresa de Jesús, en su época, no son los mismos que se podrían alcanzar hoy. Las frecuencias vibratorias de las sensibilidades del habitante de los albores de la modernidad son disímiles a las del posmoderno. Con la modernidad, la desacralización de las cosas, la sustitución de cánones religiosos, místicos y metafísicos, se ha dado un giro a la estética mística. Eso no niega que en lectores particulares las frecuencias vibratorias de la esencia mística de aquellos tiempos hayan dejado de existir. Tampoco desconocer su utilidad, como la de hacer caminos para la meditación trascendental y el desarrollo de la conciencia cósmica o crística. Pero todo cambia, como ha pasado con esos textos clásicos de la literatura. Podrían estos contener “verdades” profundas, que parecen imperecederas, pero que tarde o temprano son tomadas menos en cuenta y quedan petrificadas en el tiempo hasta desaparecer, ya sea por ser trascendidas o por ser olvidadas.

Sin acudir a otro autor, como ya lo he hecho en otros textos, tomemos de Teresa de Ávila, o santa Teresa de Jesús (1596-1650), estos versos: “¡Ay, qué larga es esta vida! / ¡Qué duros estos destierros, / esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida!”. Como se aprecia, el alma es una entidad aparte. Sigue con la tendencia planteada del catolicismo: el cuerpo y el alma son dos realidades distintas e inseparables, constituyentes de la unidad de la persona humana. Este es el mismo planteamiento de René Descartes (1596-1650), de religión católica, proponente del dualismo cartesiano. Como concepto filosófico, planteaba a la mente (o alma) y el cuerpo como dos realidades distintas. En esa etapa histórica del pensamiento filosófico y religioso, era una divisa. Llegaron entonces los críticos de esa posición, como lo fueron: Baruch Spinoza, Pierre Gassendi, Friedrich Nietzsche, Ludwig Wittgenstein, entre otros, que presentaron posiciones distintas.

Lo importante es destacar que, para el momento histórico del desarrollo religioso y literario de santa Teresa de Jesús, sor Juana Inés de la Cruz, san Juan de la Cruz y René Descartes, la definición de sacralidad y espiritualidad asociada al concepto alma varió con respecto a los postulados de pensadores que han sido base del modernismo y el posmodernismo.

En los lectores posmodernos predomina el ejercicio del menor esfuerzo del pensamiento. Sudar razones no es para este tiempo y no lo ha sido nunca. Por eso, algunos pensamientos y escuelas filosóficas, lo mismo que corrientes estéticas, aunque han aportado al desarrollo de la razón y el espíritu humano, no han sido bien entendidas en sus épocas, solo después. Entonces, destapar capa por capa como si descubriéramos códigos de palimpsestos; en la sensibilidad poética de hoy, ese ejercicio no suele ser bien valorado. Los lenguajes, con espacios oscuros, barrocos, profundos y herméticos, entran en crisis en la posmodernidad. De ninguna manera los descartamos; la elevación a los estados poéticos por medio de la lengua puede hacerse desde estos espacios, según la naturaleza y características del autor. O sea, que una obra como la de Gerardo Castillo Javier, Sendero entre las piedras, no es para el gran público. Eso es lo que pienso. Sin embargo, este tipo de texto tiene mucha más permanencia en el tiempo y el espacio que cualquier otro, porque tiende a romper los límites del lenguaje mediante el ejercicio estético, filosófico, científico y religioso.

La impronta del lenguaje en Castillo Javier

En mis escritos casi nunca analizo al autor, sino a su obra y quizás las motivaciones que dieron origen a la misma. No es un análisis de tipo descriptivo, ni siquiera crítico con sus preceptos metodológicos; más bien, es reflexivo, interpretativo de las honduras de la palabra. Es donde Sendero entre las piedras, “me las roba”, me imprime el desafío. Es que el lenguaje de Castillo Javier nos entra de sopetón en mundos, submundos, mundos alternos, paramundos y la trascendencia de las ciencias y la filosofía. En su huella poética, no solo hay sombras, oscuridades, cavernas, ríos, resplandores, habitaciones para el espíritu, sino un desborde intuitivo que circula entre los túneles de la razón filosófica, en el hueco que habita debajo de la casa donde circula el río del ser. Como el mismo autor dice en la página 33 de su texto, este escrito es el producto de esta aseveración: “Pensé que las cosas no son como las vemos ni como las oímos ni como las pensamos; que el mundo es irreductible, pero que lo reducimos a nuestra estatura para aquilatarlo y que, como él (o como ellos), lo hacemos a nuestra semejanza para soñar que lo entendemos y sabemos explicarlo.”

De esa manera he construido un mundo interpretativo de la obra de Castillo Javier, Sendero entre las piedras. Confieso que me he visto en el supremo apelativo de vestirme con un traje de buzo y sumergirme en los ríos que fluyen entre las cavernas, en las montañas donde se ha construido la casa del ser “gerardiano”. Me he deslizado, entre el vacío, las sombras y el yo del poeta. Una experiencia enriquecida, no solo con la reflexión filosófica, los simbolismos y la respiración honda de un poeta que anda con más preguntas que respuestas en un transito vital, “desciende hacia el murmullo y las sombras” (pág. 99).

Finalmente, el contenido de un texto no siempre es aquilatado totalmente por lectores, plagado de prejuicios, limitaciones del lenguaje, sesgos ideológicos, religiosos, filosóficos y otros de múltiples naturalezas, como es el caso de casi todos. Es por ello, y lo digo con todo respeto, en la página 130 del poemario cito lo siguiente: “Mis palabras no son un grito ni un reclamo. Son apenas apuntes en una servilleta bajo la prisa de un semáforo, sobre una balsa atada a las orillas”.  ¡Noooo! El libro Sendero entre las piedras no se limitan “apenas a unos apuntes en una servilleta bajo la prisa de un semáforo”. No me lo creo, el texto es una profunda catarsis filosófica que sale con un efluvio de la intuición artística de uno de nuestros mejores poetas.

Domingo 12 de octubre de 2025

Publicación para Acento No. 166

Virgilio López Azuán en Acento.com.do

Virgilio López Azuán

Escritor y académico

Virgilio López Azuán es escritor y académico, exrector de la Universidad Tecnológica del Sur –UTESUR- y ex director general de Educación -MINERD-. Ha cursado maestrías y especialidades en Educación, Lingüística, Estudios Afroiberomericanos y Participación Comunitaria. López Azuán es fundador del Movimiento Literario Efluvismo y ha obtenido diversos premios nacionales de literatura en los géneros, cuento, poesía y teatro. Ha publicado una veintena de libros entre los que se destacan: La pretendida de Verapaz (Novela), Sumer: Poética de los números, Paraísos de la nada, Incendios del Agua, Paraísos de la imagen, Unicornio, Ladran los Huesos, Cuando la mar bota peces, entre otros.

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