Resumen

Este artículo explora la presencia del topónimo Santomé en la geografía y la memoria cultural del suroeste dominicano, rastreando sus posibles raíces en el portugués atlántico y en las migraciones afro-lusas del período colonial. A través del análisis de la toponimia, el habla popular y los testimonios lingüísticos locales, se propone que el nombre Santomé constituye una huella de la temprana conexión entre Santo Domingo, África y el mundo luso-caribeño.

São Tomé en el paisaje dominicano

En el suroeste dominicano, entre montes secos y ríos que parecen susurrar secretos antiguos, Santomé surgió primero como un modesto topónimo: nombre de posadas, caminos de ganado y rutas de comerciantes que cruzaban fronteras. Con el tiempo, aquel nombre de paso se transformó en símbolo de resistencia y soberanía. Lo que fue un punto en el mapa se convirtió en emblema de la memoria de un pueblo que supo levantar la voz contra la opresión.

Ecos portugueses en la frontera sur

Entre Neyba y San Juan, hacia Bánica, la lengua conserva vestigios que no pertenecen del todo al español: mai, pai, piquinino, ficho, cañiña. Son palabras afectivas, familiares, transmitidas de generación en generación, sin que muchos se detengan a pensar en su origen. Esta persistencia lingüística sugiere que algo del antiguo portugués —o quizá del criollo caboverdiano— quedó grabado en la memoria cultural de la frontera sur.

Los archivos coloniales registran la presencia de comerciantes, marinos y “cristianos nuevos” portugueses que se asentaron en Azua, Neyba, San Juan y Bánica. Algunos participaron en redes de contrabando con Curazao, Jamaica y Brasil: un comercio semiclandestino, pero esencial para una región apartada del poder central.

Historiadores como Carlos Esteban Deive y Frank Moya Pons han destacado la influencia de los portugueses dedicados al comercio, la ganadería y la trata de esclavos. Desde el siglo XVI, portugueses y criollos afro-lusos participaron activamente en el tráfico atlántico, introduciendo no solo mercancías, sino también palabras, acentos y modos de hablar. A estos flujos se sumaron los negros ladinos —hombres y mujeres africanos familiarizados con el portugués o con criollos afroatlánticos—, quienes aportaron nuevas voces a la vida cotidiana de la región.

Santomé: del topónimo al símbolo

Antes de la batalla de 1856, Santomé fue lugar; y antes aún, tal vez, eco. São Tomé, isla africana bajo dominio portugués, fue uno de los grandes centros del comercio de esclavos, y su nombre se difundió por todo el Atlántico. La adopción del topónimo en San Juan de la Maguana podría remontarse a colonos, esclavos o marinos caboverdianos y brasileños, portadores de devociones o referencias geográficas familiares.

Así, Santomé se convierte en espejo atlántico: reflejo de la circulación de hombres, lenguas y creencias entre África y el Caribe. En su nombre resuena el eco de una historia común, de viajes forzados y encuentros culturales que dieron forma a la identidad mestiza del suroeste dominicano.

Voces del pueblo

El portugués y sus variantes afro-lusas siguen resonando en la vida cotidiana, en los apodos familiares y las hablas rurales del sur:

• Mai / Pai (Mãe / Pai – Madre / Padre)
• Piquinino (Pequenino – Pequeñito)
• Ficho / Fidjo (Filho – Hijo)
• Cañiña (Caninha – Varita, bastoncillo)
• Camiña (Caminha – Camita)

Estas palabras no son simples variaciones dialectales del español: son huellas vivas de un contacto lingüístico antiguo, fragmentos del portugués popular y del criollo caboverdiano integrados a los saludos, los cuentos y los cantos de faena del pueblo dominicano.

Una frontera afroatlántica

Durante siglos, el sur dominicano fue un territorio de mezcla y tránsito. Por sus caminos circularon españoles, portugueses, africanos esclavizados, cimarrones y viajeros criollos de otras islas caribeñas. Desde Cabo Verde y Guinea-Bissau llegaron hombres y mujeres portadores de lenguas híbridas, mezcla de portugués y hablas africanas. Su interacción con el español rural generó un sustrato lingüístico único, testimonio de una frontera afroatlántica donde la lengua se hizo memoria.

Conclusión

En Santomé —nombre heredado, transformado y resignificado— se cruzan geografías distantes: África, el Caribe y Portugal. Su permanencia en la toponimia y en el habla popular dominicana no es casualidad: es el eco de un pasado compartido, el signo de una identidad que se formó entre el mar y la montaña, entre la resistencia y la palabra.

Ike Méndez

Poeta, educador y ensayista

Ike Méndez es ensayista y metapoeta dominicano. Coautor de obras como *"San Juan de la Maguana, una Introducción a su Historia de Cara al Futuro"* (Primer premio en el Concurso Nacional de Historia 2000) y *"Símbolos de la Identidad Sanjuanera"* (Segundo premio en 2010). Ganó el Segundo premio en el Concurso de Literatura Deportiva “Juan Bosch” (2008) y colaboró en la serie *"Fragmentos de Patria"* de Banreservas. También coeditó las antologías *"Voces Desatas"* (poesía, 2012) y la primera antología de cuentistas sanjuaneros (2015). Ha publicado seis poemarios: *Al Despertar* (2017), *Flor de Utopía* (2018), *Ruptura del Semblante* (2020), *Baúl de Viaje* (2022), *Al Borde de la Luz* (2023) y *El Joyero de Ébano* (2024), que reflejan una evolución poética constante. E-mail: jemendez@claro.net.do

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