Condenado a la horca por traición a la patria según el gobierno británico, Roger Casement (1864-1916) ha sido recluido en una cárcel donde no penetran los rayos del sol. Un día es igual a todos los días y, para él, el tiempo es una masa inerte, o peor: aquí, el tiempo transcurre solo para sus verdugos. Él ignora que la mayoría de los reclusos que llegan a esta celda terminan en el patíbulo, como una manera vulgar de degradar a los traidores. Aunque con el tiempo se acostumbró a las malas noticias, Casement sufre los efectos psicológicos de una cárcel de alta seguridad: está recluido en Pentionville Prison, y sus verdugos ingleses no escuchan las tantas voces internacionales que reclaman su perdón.

Siendo cónsul de Inglaterra en África, había llevado a cabo una campaña internacional en la que denunciaba abiertamente las intervenciones y atrocidades colonialistas del rey belga Leopoldo II en contra de los nativos del Congo. Las políticas del rey buscaban la explotación del caucho y que este "abriera ese territorio al comercio, entre otras cosas, aboliera la esclavitud, y civilizara y cristianizara a los paganos". Luego debía terminar esta maliciosa hazaña con la fundación del Estado Independiente del Congo, un poder que le otorgaron graciosamente las catorce potencias encabezadas por Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y Alemania en la famosa conferencia de Berlín, en el año de 1885.

Desde pequeño, Casement se apegó a los grandes mitos, sobre todo los recogidos alrededor de las fascinantes historias de viajeros contadas por su padre. Historias de grandes navegantes: vikingos, portugueses e ingleses, quienes desde muy antiguo habían surcado los mares del planeta, desafiando los límites de la geografía y la imaginación precoz de los hombres primitivos. A Casement lo deslumbraban aquellos paisajes exóticos sembrados en su fértil imaginación, cargados de aventuras, cruzando selvas y pantanos y descubriendo pueblos milenarios. Él escuchaba muy atento aquellos relatos maravillosos por boca de su progenitor, y le quitaban el sueño.

En 1873, su madre, Anne Japhson, murió cuando Roger tenía solo nueve años. Haber perdido a su madre a tan temprana edad agudizó su carácter y, a partir de ahí, se convirtió en un joven decidido, dispuesto a enfrentar los peligros de la vida y las dificultades del mundo.

Para el Capitán Casement, padre de Roger, la muerte de su esposa significó un cataclismo del que nunca se repuso. Así que la desesperanza y la soledad se apoderaron de él para siempre. Al poco tiempo de la muerte de Anne, este envió a los cuatro niños a Ulster, a Magherintemple House, una casa familiar situada en lo alto de una colina, donde a partir de entonces, un tío abuelo se encargaría del cuidado de los niños.

Un poco atormentado por causa del dolor y la soledad, el Capitán Casement dedicaba sus días al espiritismo para tratar de comunicarse con su esposa ya muerta. Sin embargo, todo esto no fue más que un espejismo mental del que nunca se repuso. Murió tres años después a causa de una tuberculosis crónica, cuando su hijo menor cumpliría los doce años de edad y era todo un adolescente que practicaba deportes con cierta pericia, escribía poesías y devoraba grandes volúmenes de libros de viajes sobre África y el Extremo Oriente. Como “lo humano es la vida del hombre, no su cuerpo ni siquiera su alma”, aquellas historias que escuchaba sobre los grandes reinos del Congo y de Irlanda del Norte hicieron de Roger Casement un hombre sensible al clamor de las voces humanas más sufridas de la tierra y, de hecho, lo convirtieron en un viajero incansable.

Desde muy joven, el continente africano fue para Casement una obsesión y, más tarde, un mito dispuesto a desafiar. Quería conocer en detalle las interioridades de aquellas tribus de salvajes y explorar el continente de principio a fin. Quería atravesar los grandes ríos como el legendario Congo, el Zambeze y el Shire; penetrar el corazón de las inmensas llanuras; explorar la selva espesa y penetrar los parajes más exóticos y emblemáticos del viejo continente. Casement ansiaba, como nadie, formar parte de las grandes expediciones para enfrentar los peligros menos insospechados de la vida selvática. Deseaba, en fin, desafiar los límites de la vida humana.

Estos detalles y otros mucho más intrigantes sobre la vida de sir Roger Casement los encontramos con acabada precisión de lujo en El sueño del celta (Alfaguara 2010), de Mario Vargas Llosa, una extraordinaria aventura para cualquier lector. Un viaje en la historia y en el tiempo, si es preciso. Una obra maestra —digo yo—; otro guiño de ojo de uno de los grandes exponentes de la narrativa del siglo XX en Hispanoamérica. Con un magisterio que raya el asombro, El sueño del celta es una novela que se debate entre el ensayo y la ficción. Los datos históricos que escamotea el autor tienen mucha precisión, sobre todo cuando los cotejamos con los datos biográficos de la vida de Casement. Pero Vargas Llosa va más allá: su éxito está en cuanto estos pasan a formar parte de la ficción, cuando no tenemos la necesaria lucidez para deslindar sus límites. El autor nos deleita con amplias reflexiones y disquisiciones históricas y con los datos que aporta sobre la vida del Congo: fechas, lugares, extraordinarias historias de personajes, la explotación de caucho y el comercio entre el Alto y Bajo Congo, así como las rutas de escape hacia otras regiones ignotas del África Oriental. Todo este mundo fascinante de Vargas Llosa parece extraído de los extremos más remotos de la imaginación y nos remonta a hermosos pasajes de antiguos libros de viajes jamás conocidos, cuyos hechos se confunden con la vida del héroe. Convertido en un héroe épico, en vez de héroe trágico, al final de la novela Roger Casement es un personaje que, de hecho, pertenece a la mitología literaria de nuestro tiempo.

Visto por Vargas Llosa, el Congo es un mundo bárbaro, sin ley ni orden, tierras donde no había límites para el sufrimiento humano. Un mundo cerrado, plagado de un salvajismo inédito; por lo tanto, la vida aquí era matar o morir, y la única esperanza era alcanzar el cielo. Parafraseando al propio Vargas Llosa cuando habla de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, El sueño del celta es una novela que no describe el Congo ni la realidad, sino el infierno, y demuestra a ciencia cierta que la maldad de los seres humanos y el sufrimiento no tienen límites.

En 1884, acababa de concretarse el sueño de su vida: formar parte de una expedición encabezada por el más famoso aventurero del suelo africano, Henry Morton Stanley, quien en un legendario viaje había cruzado el África de Este a Oeste, siguiendo el curso del río Congo desde sus afluentes hasta su desembocadura en el Atlántico.

Su primer viaje por el África, Casement lo realizó a los diecinueve años. Se embarcó y buscó empleos en empresas navieras que intervenían el Estado Independiente del Congo. A partir de los años de 1876 hasta 1900, Casement adquirió una vasta experiencia en el manejo de la región africana mientras se desempeñaba en labores comerciales para la Sanford Exploring Expedition. Sus conocimientos de la región eran tan amplios que a veces los convertía en proeza deportiva, así que se convirtió en el primer europeo que nadó el torrentoso río de Nkissi. Antes lo había hecho en otros más pequeños del Bajo y Medio Congo, como el Kwilo y el Kukungu, todos llenos de cocodrilos. También servía en labores de traducción entre los colonizadores europeos y los nativos del Alto y Bajo Congo. Gracias a su facilidad para los idiomas, podía entender con cierta pericia el Kikongo y el Linga, y más tarde el Swhili. Tanto en la Stanley Expedition como en la Henry Sheldon Sanford, Casement fue encargado de negociar con las comunidades indígenas la entrega de nativos, que desde el principio de la nueva colonización servían en la explotación de caucho.

En 1903, siendo cónsul del gobierno británico, decidió conocer las tribus del Medio y Alto Congo, donde se llevaba a cabo la inmisericorde explotación bajo las más extremas condiciones e iniquidades humanas en contra de los nativos y a favor de los intereses imperiales de Gran Bretaña y de Bélgica. Casement quería verificar de puro cuño y en el terreno las denuncias que venía haciendo desde que llegó a los dominios africanos de Boma, su sede diplomática. Para eso, el propio gobierno británico lo autorizó a preparar un informe real sobre las atrocidades de Leopoldo II en la explotación de caucho. Meses después, deslumbró al mundo con su famoso Informe Casement. Este documento hizo que el gobierno británico, desacreditado internacionalmente, acentuara su ira contra Casement. Sumado a esto, los británicos nunca le perdonaron su anticolonialismo ni su activismo político a favor de la independencia de Irlanda, su país de origen, y por este motivo lo condenaron y lo declararon traidor a la patria. Allí nació su desgracia. Sin embargo, las voces de intelectuales como George Bernard Shaw, entre otros, fueron justas al reclamar clemencia para Casement y firmar un documento en contra de esa nefasta decisión.

Mario Vargas Llosa.

Con El sueño del celta, Vargas Llosa abre un expediente nuevo en la narrativa hispanoamericana y deja entrever su idea sobre la "novela total" en la que no hay desperdicios ni se trazan fronteras para la imaginación. Vargas Llosa es un escritor cuyas novelas están cargadas de ciertos exotismos y es, a su vez, un observador de la realidad mundial que convierte los hechos en una representación visual del mundo que imagina.

Su novela es apabullante, como otras de la misma estirpe, y parece inspirada en libros de relatos famosos como Los viajes de Gulliver o algunos pasajes de los memorables cuentos de Jack London. Sin duda, Vargas Llosa pone en práctica su teoría de la novela y demuestra su maestría en torno a ficcionalizar sobre personajes históricos y hechos relevantes de la vida que han conmovido a la humanidad a lo largo del tiempo.

Finalmente, en la mañana lluviosa y gris del 3 de agosto de 1916, Roger Casement fue ejecutado en Londres a la edad de cincuenta y un años. Sus restos descansan en el cementerio Glasnevin de Irlanda, su patria de origen, de la que fue un sacrificado combatiente y por la cual ofrendó su vida. Aunque después de muerto, el gobierno británico lo desacreditó por las supuestas preferencias sexuales escritas en los controvertidos Black Diaries, Vargas Llosa señala que estos diarios tienen mucho de ficción, y que al parecer él lo escribió, pero no lo vivió, lo que siembra la duda y refuerza el mito en torno a su figura. Lo que sí está pendiente es que la “historia de Casement se proyecta, se apaga y renace con el tiempo, como esos fuegos de artificio que luego de remontarse estallan en la noche, en una lluvia de estrellas y de truenos”.

Eugenio Camacho

Escritor y educador

Eugenio Camacho. Estudió educación y derecho en UTESA, además realizó una maestría en Educación Superior en la UASD, es escritor, cuentista y ensayista. Profesor universitario. En varias ocasiones ha dictado conferencias en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo. Por su labor como cuentista ha obtenido diversos premios en los concursos de cuentos de Casa de Teatro, Radio Santa María y La Alianza Cibaeña. Actualmente se desempeña como técnico de educación en el Distrito Educativo 06 -06 de la ciudad de Moca. Sus trabajos han aparecido en diversas antologías. Ha publicado: Melodías del Cuerpo Presente (CUENTOS), en el año 2007, Antología de la Literatura Contemporánea en Moca (2012) y Bestiario Mínimo (Minifcciones) 2022. silverio.cultura@gmail.com

Ver más