Hablar de talleres literarios es un tema que va mucho más allá de lo institucional: para mí, y para muchos otros, es una vocación. Hablar de talleres literarios en la República Dominicana es hablar de formación, de comunidad, de territorio y, sobre todo, de la posibilidad real de que más personas descubran y afiancen su propia voz.
Entre los años 2009 y 2013 tuve la oportunidad de dirigir el Sistema Nacional de Talleres Literarios desde el Ministerio de Cultura. Durante ese período realizamos un ejercicio fundamental: expandir el mapa. Creamos y reactivamos talleres en provincias y municipios donde, durante décadas, nadie había tocado una puerta para hablar de escritura creativa. Ese trabajo quedó documentado en el blog del Sistema Nacional de Talleres Literarios, aún disponible, donde puede apreciarse una red diversa que abarcó la mayoría de las provincias del país y el Distrito Nacional.
Ese tejido territorial fue una conquista concreta. Demostramos que la literatura puede nacer y crecer en cualquier rincón del país cuando el Estado asume su rol de mediador cultural. No se trató solo de crear talleres, sino de activar comunidades de lectura y escritura, de sembrar confianza en personas que jamás se habían pensado a sí mismas como sujetos literarios.
Paralelamente, impulsamos conversatorios, encuentros, presentaciones de libros, antologías y espacios de difusión que permitieron visibilizar nuevas voces. En síntesis, logramos construir un sistema vivo, en movimiento, que combinaba formación y circulación literaria. Hoy me produce una profunda satisfacción ver los frutos de ese proceso: jóvenes que continuaron su carrera como escritores, que ganan concursos, que publican libros y que hoy son protagonistas de la Feria Internacional del Libro y de otros eventos culturales relevantes del país.
Sin embargo, si queremos mirar hacia adelante, y este congreso se plantea precisamente como un espacio de reflexión prospectiva, debemos reconocer con honestidad qué faltó, qué debemos profundizar y qué nuevos retos se nos presentan.
1. Sistematización pedagógica y memoria institucional
El primer gran reto es dar el salto hacia una mayor sistematización pedagógica. La experiencia acumulada por los talleres ha sido rica y diversa, pero hoy se hace imprescindible contar con estructuras metodológicas más claras: guías de trabajo, bancos de ejercicios, líneas de progresión, modelos de retroalimentación y recursos didácticos que los coordinadores puedan aplicar y adaptar según sus contextos.
Del mismo modo, es urgente profundizar en la documentación de los procesos: memorias, informes, evaluaciones y lecciones aprendidas. Sin ese registro sistemático resulta difícil medir impacto, corregir errores y mejorar políticas públicas culturales.
- Evaluación, seguimiento y acompañamiento
Un segundo reto es fortalecer los mecanismos de evaluación y seguimiento de los participantes. No basta con reunirnos a escribir. Es necesario acompañar de manera más consciente la evolución de cada tallerista, registrar sus avances, observar cómo la formación incide en su escritura y, en muchos casos, en su desarrollo personal y profesional.
Durante mi gestión se realizaron esfuerzos en esa dirección, pero es evidente que se requiere mayor cobertura y continuidad. La literatura es también un proceso de crecimiento humano, y ese proceso merece ser observado con mayor rigor, sensibilidad y responsabilidad.
3. Integración plena de herramientas digitales
El tercer reto es aprovechar de manera integral el ecosistema digital. El taller literario del siglo XXI no puede limitarse exclusivamente al espacio físico. Necesitamos plataformas virtuales para compartir textos, realizar encuentros por videoconferencia, crear repositorios de aprendizaje, archivos digitales, antologías interactivas y proyectos creativos que dialoguen con las nuevas tecnologías.
La escritura es una práctica milenaria, pero la forma de enseñarla no tiene por qué ser anacrónica. En este sentido, valoro el trabajo que viene realizando el escritor Aquiles Julián a través de programas de formación en lectura y escritura creativa mediante plataformas digitales. Esa experiencia puede —y debe— ampliarse desde la Dirección de Talleres Literarios, programando jornadas formativas que abarquen cuento, novela, poesía y ensayo, y que integren públicos diversos y territorios distantes.
4. Articulación con el sistema educativo formal
Otro desafío central es fortalecer la articulación con el sistema educativo formal. Los talleres literarios deben dialogar de manera directa con escuelas, liceos, universidades y bibliotecas. Leer, escribir, argumentar y crear historias no son solo prácticas artísticas: son competencias académicas, ciudadanas y críticas.
Los talleres pueden y deben funcionar como puentes entre la pasión creativa y la formación académica, entre la vocación y la profesionalización. Desde hace catorce años he tenido la grata experiencia de coordinar talleres de escritura creativa en la Universidad Iberoamericana (UNIBE), la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) y el Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña (ISFODOSU), lo que confirma que esta articulación es posible y altamente productiva.
5. Rutas formativas, géneros y especialización
Asimismo, resulta indispensable pensar el sistema de talleres desde una lógica de rutas formativas. Un modelo más sólido debe ofrecer programas iniciales, intermedios y avanzados, organizados por géneros: narrativa, poesía, crónica, ensayo creativo, literatura juvenil, dramaturgia, entre otros. Esto no solo permite medir progresión, sino también construir portafolios serios y coherentes para los participantes.
6. Estímulos, incentivos y circulación
Finalmente, está la dimensión de los incentivos y la publicación. Necesitamos laboratorios editoriales, acompañamiento para la preparación de manuscritos, mentorías, concursos, pequeñas becas —y aquí es fundamental relanzar el Sistema Nacional de Creadores (SINACREA)— así como publicaciones periódicas que den salida a los trabajos producidos en los talleres.
Sin estímulo público y sin vías reales de circulación, el aprendizaje queda a media luz. En ese sentido, se hace imprescindible retomar proyectos como la revista Punto de partida y el periódico Mi Cultura Literaria, que formó parte del Sistema Nacional de Talleres Literarios y que cumplía una función clave de visibilización. También se hace necesario retomar la publicación en pequeñas antologías de los talleres más destacados.
Finalmente, quiero cerrar con una convicción que sostuve cuando dirigí el Sistema Nacional de Talleres Literarios y que sigo sosteniendo hoy, con más fuerza aún: un taller literario no es solo un espacio para afinar textos; es un espacio para afinar conciencias. Es un acto de ciudadanía cultural. Es una pedagogía de la escucha, del diálogo y del pensamiento crítico. Es, en última instancia, una apuesta por la imaginación como forma de dignidad.
Si asumimos los retos actuales con audacia; si renovamos metodologías, ampliamos redes, abrazamos la tecnología y fortalecemos la formación; los talleres literarios podrán convertirse no solo en espacios de escritura, sino en motores de transformación cultural, capaces de incidir en la vida de las personas y en la construcción de un país más sensible, más crítico y más justo.
Puedo afirmar todo esto desde la experiencia: desde 1999 he vivido activamente el mundo de los talleres literarios, desde el Taller César Vallejo de la Universidad Autónoma, el Círculo Literario El Aleph y todos los espacios que he mencionado. El tallerismo literario nacional está vivo; lo que hace falta es activarlo de manera sostenida. Cada año se reactiva con la llegada de la Feria Internacional del Libro, pero el verdadero desafío es lograr que esa energía se mantenga durante todo el año. Los mecanismos existen; la experiencia también.
La literatura necesita instituciones, sí. Pero, sobre todo, necesita comunidad.
Y los talleres literarios son, y deben seguir siendo, una de sus casas más vivas.
Ponencia presentada el 12 de diciembre en el Primer Congreso de Talleristas y Gestores Literarios.
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