La poesía de Bernardo Silfa Bor se despliega como un espacio de resonancia donde el lenguaje deja de ser mera herramienta de representación para convertirse en energía, ritmo, presencia. Su obra articula una poética que se sostiene en tres ejes fundamentales: una visión cosmogónica del mundo, una simbología fluida y un sentido ritual de la escritura. En este marco, el poemario Oscilaciones constituye una de las síntesis más logradas de su pensamiento poético, al tiempo que propone una experiencia de lectura que trasciende lo literario para rozar lo místico y lo corporal.

Vibración y origen: el poema como energía vital

Silfa Bor entiende el poema como un cuerpo vibrante, como una oscilación primordial que conecta al sujeto con una dimensión originaria del ser. En su escritura, el poema no es un artefacto cerrado sino un campo de fuerzas. De allí que la palabra sea tratada como un núcleo vivo, como energía que pulsa y se transforma. Esta concepción sitúa su obra dentro de una línea de pensamiento poético que recuerda el logos creador de la tradición mística o la palabra-cuerpo del surrealismo. Pero en Silfa Bor, esta intuición adquiere un cariz particular: la oscilación no es metáfora sino modo de existencia, forma del pensamiento, respiración del sentido.

Este tratamiento poético del origen implica también una desestabilización del sujeto lírico. En lugar de un yo que domina y ordena el mundo a través del lenguaje, encontramos un sujeto que se deja atravesar por las fuerzas que invoca. Es una voz que oscila entre lo íntimo y lo cósmico, entre lo visible y lo secreto:

por donde viajan mis estados amorfos / esas metamorfosis del cosmos.” (p. 10)

El cuerpo se desintegra en ritmos, y el yo se vuelve transitorio, indefinido, lanzado al flujo vibratorio de lo real:

“soy ahora un tal vez acelerado / aislado por el mito de la carne / un quizás desconocido en tu agenda sin sustancia / simulado en la hechura de tus dudas / despierto hirviente en otro estado / en otro rito.” (p. 11)

El símbolo como campo de fuerza

Uno de los logros más notables de la poética de Silfa Bor es su uso del símbolo como campo de energía abierta. Lejos de la alegoría o del hermetismo cerrado, el símbolo en sus poemas funciona como nodo de resonancias: el hilo, el cuerpo, la luz, el sueño, el nudo o la sombra no remiten a un único significado, sino que vibran entre sí, generando un tejido de posibilidades. Esta simbología fluida convoca una experiencia sensorial y espiritual antes que una interpretación racional.

La densidad simbólica de su obra, más que ocultar, revela por desplazamientos. Así, el poema no busca comunicar un mensaje sino provocar un estado. La lectura se transforma en una forma de meditación: se entra en el poema como en un espacio ritual, donde cada verso pulsa con una intensidad latente. Ejemplo de ello es la imaginería de una materia viva y onírica que transforma la percepción:

duermo ahora polvo líquido procesado destiempo / porque soy poliforme / cornisa circular de las hojas / osciloscopio y avatares de carne / espejo viscoso / amorfia horizontal del hongo / que alimenta mis sueños.” (p. 13)

Aquí, el símbolo no se impone como sentido cerrado, sino como expansión sensible, como territorio poético de transformación.

Polifonía y descentramiento del yo

La voz poética en Silfa Bor no se organiza desde una unidad psicológica o biográfica, sino desde una multiplicidad de registros, tiempos y tonalidades. Esta polifonía lírica abre el poema a una dimensión coral, donde el yo se vuelve rizoma, cauce, tránsito. A veces, esta disolución del sujeto conduce a una voz visionaria; otras, a una voz corporal; otras más, a una voz colectiva o ancestral. En cualquier caso, hay una voluntad clara de romper con el lirismo centrado en la interioridad individual para abrirse a una percepción ampliada del mundo.

Este descentramiento se enlaza con el carácter ritual del poema: el yo no habla de sí, sino a través de sí. El poema se convierte así en un lugar de trance, de transformación, de pasaje. En este sentido, la palabra se vuelve tránsito ontológico:

olvido semicurvo de mi sueño consumido / he bebido la crisálida líquida / la baba aural del oxígeno / ojo abierto a la noche resbalada del sueño / oscilo vuelta inversa al oráculo / y me viene la risa / y convivo semicírculo al péndulo / quien ha partido el grito vigilante.” (p. 14)

La experiencia lírica ya no depende de la afirmación del yo, sino de su dispersión en la materia viva del lenguaje.

Escritura ritual y estructura litúrgica

La poesía de Bernardo Silfa Bor no solo convoca imágenes y símbolos sagrados, sino que organiza su estructura interna como una ceremonia. Oscilaciones, en particular, se presenta como una serie de estaciones o movimientos: invocación, anudamiento, deriva, tensión. Cada parte del libro sugiere un momento distinto de una experiencia espiritual, como si el poema reprodujera los pasos de una iniciación. Esta estructura le confiere al texto una dimensión procesual, donde el sentido no está dado de antemano, sino que se va construyendo a través del ritmo y del tránsito.

La repetición, la fragmentación, la sinestesia y el uso de imágenes oníricas contribuyen a generar este efecto ritual. El poema se torna acto y espacio de comunión con lo invisible.

 Riesgo, intensidad y revelación

Silfa Bor asume el riesgo del hermetismodel silencio, de la indeterminación. Pero lo hace desde una convicción poética que apuesta por la intensidad, por el estremecimiento, por la vibración del lenguaje más allá de lo comprensible. En ese sentido, su poesía exige del lector una disposición distinta: no se trata de descifrar, sino de habitar; no de entender, sino de sentir.

Como los grandes poetas de la tradición mística, Bernardo Silfa Bor no busca explicar el mundo, sino resonar con él. En su escritura hay una búsqueda de totalidad que se expresa no en certezas, sino en pulsos, en imágenes fugaces, en relámpagos de sentido. Es una poesía que restituye al lenguaje su poder originario: convocar lo invisible, nombrar lo que tiembla, abrirse al misterio.

Conclusión

La poesía de Bernardo Silfa Bor representa una de las apuestas más radicales y originales de la lírica contemporánea dominicana. Su obra trasciende géneros y escuelas para proponer una experiencia poética que es, a la vez, corporal y espiritual, sonora y simbólica, ancestral y visionaria. En ella, el lenguaje no narra ni representa: vibra, oscila, se transforma.

En tiempos de ruido y fragmentación, su poesía nos recuerda que el poema aún puede ser un lugar sagrado, un espacio donde el ser y el mundo se tocan en silencio.

Ike Méndez

Poeta, educador y ensayista

Ike Méndez es ensayista y metapoeta dominicano. Coautor de obras como *"San Juan de la Maguana, una Introducción a su Historia de Cara al Futuro"* (Primer premio en el Concurso Nacional de Historia 2000) y *"Símbolos de la Identidad Sanjuanera"* (Segundo premio en 2010). Ganó el Segundo premio en el Concurso de Literatura Deportiva “Juan Bosch” (2008) y colaboró en la serie *"Fragmentos de Patria"* de Banreservas. También coeditó las antologías *"Voces Desatas"* (poesía, 2012) y la primera antología de cuentistas sanjuaneros (2015). Ha publicado seis poemarios: *Al Despertar* (2017), *Flor de Utopía* (2018), *Ruptura del Semblante* (2020), *Baúl de Viaje* (2022), *Al Borde de la Luz* (2023) y *El Joyero de Ébano* (2024), que reflejan una evolución poética constante. E-mail: jemendez@claro.net.do

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