La Feria Internacional del Libro de Santo Domigo (FILSD) sigue siendo, edición tras edición, el principal termómetro de la vida intelectual y editorial del país: una concentración de debates, ventas, encuentros escolares, lanzamientos y ceremonias que, bien gestionada, puede proyectar la cultura dominicana hacia audiencias masivas y espacios internacionales. Sin embargo, la experiencia de recinto, programación y accesibilidad revela aún debilidades estructurales que limitan su verdadero potencial. Antes de señalar lo que falta, conviene reconocer avances claros de la edición más reciente: la reciente FIL ha reforzado el pabellón infantil con una programación amplia y ha consolidado homenajes y ejes temáticos que atraen audiencias específicas, lo que demuestra una política curatorial más intencionada que en años previos.

Primera crítica: la señalética, la circulación y la experiencia física del visitante. Muchas ferias del libro exitosas en la región cuidan hasta el mínimo detalle de la circulación: mapas claros, señalética bilingüe, rutas accesibles para personas con movilidad reducida y una zonificación que permita a un visitante “consumir” la feria sin perderse. En Santo Domingo persisten problemas de orientación y congestión en puntos neurálgicos (entrada principal, cafés y pabellón infantil), lo que convierte la visita en una experiencia agotadora para familias y adultos mayores. Esto no es un asunto cosmético: dificulta la afluencia sostenida y reduce el tiempo de permanencia, afectando ventas y asistencia a charlas. Una solución práctica sería, primero, un mapa interactivo y una app mínima con geolocalización de actividades; segundo, señalética vertical y visible desde lejos; tercero, una reconfiguración de puestos que separe claramente áreas infantiles, venta minorista y auditorios. (Varios reportes sobre la feria mencionan el Pabellón Infantil como eje, lo que obliga a mejorar su accesibilidad y flujo).

Un lector aprovecha la Feria del Libro 2025 y comienza a leer. Foto: José Rafael Sosa.

Segunda crítica: el clima institucional y la resiliencia ante contingencias. La FILSD es un evento que, por su magnitud, debe tener protocolos claros frente a eventos climáticos y contingencias logísticas. En la edición reportada hubo interrupciones por condiciones atmosféricas que llevaron a suspensiones temporales. Esto evidencia la necesidad de planes de contingencia más robustos: auditorios techados alternativos, calendarios con ventanas de recuperación para actividades más importantes, y comunicación en tiempo real para público y expositores. La suspensión de actividades por lluvia no solo frustró a asistentes sino que afectó la economía de pequeños editores y feriantes. A mediano plazo, invertir en infraestructura modular resistente al clima y en seguros para expositores debería ser una prioridad.

Tercera crítica: la diversidad editorial y la presencia de librerías independientes. Aunque la feria crece en número de actividades y en visibilidad institucional, aún existe una tensión entre espacios ocupados por grandes editoriales, stands institucionales y la limitada presencia real de librerías independientes o editoriales de riesgo. Esta concentración reduce la pluralidad editorial y el riesgo de que el público reciba una oferta homogénea. Para remediarlo: introducir un programa de subsidio para libreros independientes (stands a tarifa reducida), una convocatoria curada para editoriales emergentes y un espacio de “microeditoriales” rotativo que permita visibilizar propuestas experimentales sin costos prohibitivos. Tales medidas diversifican el catálogo y fomentan un ecosistema editorial más saludable.

Cuarta crítica: la programación académica y la sincronía con el mundo escolar. La Feria ha venido ampliando sus actividades académicas y talleres, y destaca un interés por la literatura infantil y juvenil, sin embargo persisten desajustes entre la oferta de actividades y la llegada efectiva de escuelas: horarios poco compatibles, falta de transporte escolar coordinado y actividades que terminan saturadas sin control de aforo. Mejorar la sincronía implica establecer franjas matinales dedicadas a visitas escolares con reserva previa, materiales pedagógicos previos a distribuir entre docentes y la posibilidad de transmisión en vivo de mesas clave para que colegios que no puedan trasladarse participen virtualmente. Estas medidas multiplican el impacto educativo de la feria y consolidan hábitos lectores desde edades tempranas.

Quinta crítica: programación internacional versus proyección regional. En los últimos tres años se ha notado un esfuerzo por traer redes y festivales regionales y por rendir homenaje a figuras nacionales (lo que es positivo), pero la feria podría aumentar su diálogo con circuitos latinoamericanos y mercados de derechos. Un stand o foro dedicado al “intercambio editorial” (con mesas sobre derechos, traducción y coedición) facilitaría la inserción de autores dominicanos en circuitos extranjeros y la llegada de traducciones al español desde otras latitudes. La internacionalización no debe ser solo la presencia física de autores invitados, sino la arquitectura de oportunidades comerciales y de intercambio cultural.

Puntos favorables (lo que ha cambiado en tres años y debe conservarse): primero, la intención temática y curatorial. Dedicaciones a autores y ejes específicos —como la atención a la literatura infantil y homenaje a figuras históricas— dotan a la feria de sentido y permiten campañas de promoción más efectivas. Segundo, el incremento en actividades programadas y en la integración de actores culturales diversos (museos, fundaciones, redes regionales), que amplían el espectro de públicos. Tercero, una mayor presencia institucional y cobertura mediática que atrae recursos y atención pública, lo cual, si se administra con transparencia, posibilita mejoras infraestructurales. Estas transformaciones son palpables en los programas y notas de prensa que cubrieron la edición reciente.

Propuestas concretas y urgentes (síntesis final): 1) diseñar un plan de movilidad y señalética (mapa físico + app); 2) establecer protocolos climáticos y auditorios alternativos con seguros para expositores; 3) programa de subsidios y curaduría para microeditoriales y librerías independientes; 4) franjas escolares y materiales pedagógicos para integrar al sistema educativo; 5) un foro permanente de derechos y traducción para internacionalizar a editoriales y autores dominicanos; 6) mayor transparencia en asignación de espacios y criterios curatoriales. La implementación de estas medidas —algunas de bajo costo operacional, otras de inversión estratégica— puede transformar la feria de un evento meramente conmemorativo a una plataforma profesional, inclusiva y con proyección regional.

En conclusión, la FILSD conserva su estatus simbólico y ha mostrado mejoras en curaduría temática y en su oferta para la infancia, pero para consolidarse como referente regional necesita fortalecer logística, inclusividad editorial y resiliencia institucional. Si se concibe la feria como un ecosistema —no solo como “diez días” de actividades— las acciones propuestas permitirán que más lectores, editoriales y agentes culturales se beneficien de forma duradera. La feria tiene ya los ingredientes: solo requiere prioridades claras, participación plural y decisiones técnicas que conviertan la energía cultural en resultados sostenibles.

Plinio Chahín

Escritor

Poeta, crítico y ensayista dominicano. Profesor universitario. Ha publicado los siguientes libros: Pensar las formas; Fantasmas de otros; Sin remedio; Narración de un cuerpo; Ragazza incógnita;Ojos de penitente; Pasión en el oficio de escribir; Cabaret místico; ¿Literatura sin lenguaje? Escritos sobre el silencio y otros textos, Premio Nacional de Ensayo 2005; Hechizos de la hybris, Premio de Poesía Casa de Teatro del año 1998; Oficios de un celebrante; Solemnidades de la muerte; Consumación de la carne; Salvo el insomnio; Canción del olvido; entre otros.

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