Reflexión en voz alta por el Día del Trabajo, para quienes sostienen el alma del país sin pensiones dignas.

Hoy celebramos el Día del Trabajo.
Pero en los medios no hablarán de ellos.
No hay vallas con sus rostros.
No hay bonos ni discursos oficiales. Tampoco estamos en campaña.
No hay aplausos.
Nadie los incluye entre los “sectores productivos”.

Y sin embargo, ahí están:

El actor que interpreta personajes.
El dramaturgo que escribe sobre los conflictos humanos.
El teatrista que carga tubos y tablas con las manos adoloridas.
El escenógrafo que pinta telones mientras piensa en cómo pagar la renta.
La declamadora que se para en escena con voz melódica, aunque por dentro le tiemble el alma tras 40 años sin una pensión digna.
El técnico que llega primero y se va de último, invisible.
El escritor que publica sin editoriales, sin contratos, con la esperanza de ser leído.
La actriz que ensaya sin saber si ganará algo al final de la temporada.

Y los poetas y músicos…
Ay, los poetas.
Que dan clases, trabajan en ministerios, bancos o supermercados,
prestando su sensibilidad a informes, notas de prensa, campañas institucionales…
solo para costear la vida.
Y en la noche, cuando todo duerme,
le roban un verso al insomnio, una línea al silencio.
Porque vivir de la poesía en este país es casi un milagro.
Y aun así, no dejan de escribir.

Ser artista aquí es un acto de fe.
Lo sé.
En 1973, cuando le dije a mi padre que quería ser coreógrafo y dirigir teatro,
me miró con la tristeza de quien teme por su hijo.
—¿Y tú crees que vas a vivir de eso? —preguntó, más con los ojos que con la voz.

Pasó lo mismo cuando fundamos el Teatro Gayumba y luego Gratey.
Salimos del Teatro Estudiantil sin más armas que el deseo.
Abandonamos la universidad y nos lanzamos al escenario como quien se lanza al fuego.
Nuestros padres nos repetían:
—¿Van a vivir del teatro? ¿Quieren morirse de hambre? ¿Están locos?

Esa pregunta aún nos sigue.
Algunos de nuestros padres murieron con ese temor.
Y todavía, cada vez que llenamos un formulario y escribimos “artista” como profesión,
percibimos la misma reacción:
Desconfianza. Lástima. Burla.
Como si ser artista fuera un capricho.
Como si el arte no fuera trabajo.
Como si no costara desvelos, entrega, sudor y vida.

Pero cuesta.
Tanto, que algunos no aguantan.
Y mueren.

Entonces, nos toca hacer colectas para enterrarlos con dignidad.
Reunir lo que en vida no se logró: una lápida, una flor, una oración.
Recordar a Iván García, Añez Vergés, Papito Guerra, Hamlet Bodden, Ángel Mejía, Víctor Pinales…
Y acompañar a tantos más que aún viven en condiciones precarias:
Marquis Leguizamón, el maestro Franklin Domínguez…
con pensiones que no alcanzan para subsistir.
Muertos en vida.
Olvidados.
Sin justicia social.

Y no son sólo los del teatro.
Ahí está el maestro Rafael Colón, que tuvo que hipotecar su casa para cubrir gastos médicos.
O Jerry Vargas, pianista y arreglista, para quien hubo que buscar ayuda no para homenajearlo, sino para enterrarlo.
Y Margaro, gran actor y humorista, que murió en la pobreza, olvidado por un sistema que alguna vez se rió con él.

Entonces, ¿por qué ningún legislador propone modificar la Ley de Seguridad Social
para incluir a los trabajadores por cuenta propia,
como músicos, teatristas, poetas, técnicos y artistas visuales?
¿Quién los protege al final de su ejercicio?

Y aun así, se sigue haciendo arte.
Se sigue escribiendo.
Se sigue resistiendo.
Se sigue levantando el país sin garantía de morir con dignidad.
Porque el arte no se hace por fama. Se hace por necesidad.
No se improvisa. Se entrega.

Y los artistas lo entregan todo:
el alma, el tiempo que no pasaron con sus hijos,
las vacaciones que no tuvieron,
el almuerzo dejado a medias por llegar al ensayo,
las noches en vela por una aspiración artística.

¿Y qué reciben?
Silencio.
Abandono.
Homenajes póstumos.
Uso político.
Una tarima para la foto… y el olvido para la vida.

Este Primero de Mayo,
cuando se hable de salarios dignos y conquistas laborales,
pensemos también en ellos:
los trabajadores del arte.
No como mártires ni locos románticos.
Sino como lo que son:
Trabajadores.
Productores de belleza, memoria, ritmo, conciencia.
Gente que madruga, que crea, que sostiene el alma del país.

Porque sin arte, no hay memoria.
Sin cultura, no hay país.
Y sin justicia para los artistas,
no hay verdadera celebración del trabajo ni justicia social.

Danilo Ginebra

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

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