Ningún pintor de origen dominicano ha trascendido tanto a nivel internacional como Teodoro Chassériau (1819-1856). Nació en Samaná, República Dominicana, pero, pocos años después, fue llevado a Francia, país en el que, afortunadamente, vivió y desarrolló su obra. Aunque nacionalizado francés, es, por supuesto, el pintor de origen dominicano de mayor impacto universal. En su obra pictórica abordó los más diversos temas, llegando a ser uno de los primeros y más fecundos artistas universales en tratar temas literarios en sus pinturas y dibujos, pues desde muy joven fue un apasionado de las obras de autores de la dimensión de William Shakespeare, Dante Alighieri y Lord Byron. Lo movió, además, el interés por los temas históricos, mitológicos y bíblicos, a los que pictóricamente dotó de una fuerza expresiva poco usual para la época, haciendo uso, sobre todo, de la alegoría pictórica y la recreación orientalista. Fue igualmente un muralista de admirable talento, razón por la cual se le encomendó la decoración de tres de las iglesias parisinas más destacadas. Como ferviente amante de la literatura, ilustró en más de una ocasión el Macbeth de Shakespeare. Uno de sus trabajos más renombrados es el de los grabados que recrean la tragedia Otelo, también de Shakespeare, sumando un aproximado de dieciocho aguafuertes. Asimismo, pintó un óleo sobre tabla titulado Otelo y Desdémona en Venecia, obra que, conjuntamente con los dieciocho aguafuertes que ilustran la referida obra Otelo, constituye una de las muestras más fehacientes del tema de los celos en las artes visuales.

Los estudios neurocientíficos enfatizan que toda persona enamorada ha sentido en algún momento de su vida un pequeño sentimiento de celo romántico, lo cual se considera, por tanto, una sensación baladí y completamente normal en la vida de los seres humanos. No importa la excelente autoestima que posea el enamorado, no importa lo seguro de sí mismo que sea, pues en algún momento de su existir ha sentido una ligera sensación de celos. Ahora bien, cuando el enamorado, o la persona que fuere, cae en un permanente estado de celos injustificados que raya en lo patológico, en lo obsesivo y enfermizo, entonces estaríamos hablando de un celotípico, es decir, de una persona que padece de celotipia, una tipología médica y psicológica que, en virtud del Diccionario de la Real Academia Española, "se refiere a los celos enfermizos de la persona amada o de otras personas cercanas". Dicho de otro modo, un celotípico es un Otelo, de ahí que la celotipia también sea conocida con el nombre de síndrome de Otelo.

Teodoro Chassériau.

Teodoro Chassériau quedó bien parado cuando, con talento inusual, se valió de la tragedia de Shakespeare para mostrar, en magníficas recreaciones pictóricas, el oscuro rostro de los celos enfermizos de Otelo ante la blancura, la pureza y la inocencia de Desdémona; mostró el rostro de los celos infundados e irracionales, ese rostro de mil caras inmundas que el valeroso soldado moro llamado Otelo encarnó como nadie cuando —persuadido por su maquiavélico alférez Yago, un ser hipócrita y abyecto— dudó una y otra vez de su amada y fiel esposa Desdémona, llegando al extremo de matarla por creerla capaz de serle infiel con el teniente de confianza Miguel Cassio. No en vano se puede colegir en las ilustraciones de Teodoro Chassériau que Otelo está revestido de una pizca de locura, pues así lo evidencian cuatro puntos: a) su postura cuando está sentado junto a Desdémona; b) los atuendos alborotados que lleva; c) la forma de la túnica en la cabeza; y d) el patetismo visualizado en la escena de la muerte de Desdémona, en la que se ve a Otelo encima de ella, casi como en el libro de Shakespeare, pero de forma patética.

Othello-y-Desdemona-en-Venecia-n-1850
Othello y Desdemona en Venecia (1850).

En el arte de la pintura, de la literatura, de la música, o de cualquier otro tipo de creación poética, Otelo es Otelo y Desdémona es Desdémona, uno es el arquetipo del celoso y la otra encarna el tipo de mujer dulce, pura y fiel que es víctima de los celos infundados de un Otelo. Pero el Otelo y la Desdémona de Teodoro Chassériau no son, sin embargo, el Otelo y la Desdémona de Shakespeare, de la misma manera que el Julio César de Shakespeare no es el Julio César de la vida real, ni el Trujillo de Mario Vargas Llosa es el Trujillo real. El don Quijote de José Cestero no es, por ejemplo, el don Quijote de Cervantes y el Napoleón que Tolstói muestra en Guerra y paz no es, tampoco, el Napoleón de la vida real, ni el Trujillo de Uña y carne de Marcio Veloz Maggiolo es el Trujillo de la vida real. Asimismo, el Otelo de Teodoro Chassériau no es el Otelo de Shakespeare. El arte es una invención humana que se vale de la ficción para llegar a lo verdadero, es decir, muestra la verdad del artista a través de la cosmovisión que refleja en sus creaciones. El artista manipulará la realidad una y otra vez para convertirla en arte. Por eso el arte es siempre subjetivo, mas en ese carácter subjetivo del arte se esconde una objetividad que puede ser vista desde mil formas distintas y que, por ello mismo, pone en cuestionamiento todo lo que cae dentro de las supuestas verdades absolutas. De ahí que la verdad del artista sea —cuando se puede apreciar o percibir en una verdadera obra de arte— una de las verdades menos estereotipadas que el hombre puede conocer sobre la condición humana.

Si bien en la obra de Shakespeare no aparece Desdémona con una lira en el momento previo a la escena en la que Otelo le quita la vida, en la de Teodoro Chassériau, por el contrario, Desdémona aparece con una lira en la pieza titulada Desdémona (La canción del sauce), en donde se puede ver la blancura de Desdémona y la oscuridad de Emilia, lo que demuestra el tormento y el estado sombrío de la criada al saber —o presagiar— la desgracia que habría de poner fin a la vida de Desdémona.  Y si bien en Shakespeare la fisonomía blanca de Desdémona y la tez oscura de Otelo no son utilizadas para mostrar una diferencia de personalidad entre los dos —ni mucho menos para mostrar un alma superior o inferior entre ellos, ni para vislumbrar un espíritu mejor o peor, ni un discernimiento entre el bien y el mal—, en la obra de Teodoro Chassériau, en cambio, por tratarte de una forma de arte con medios y procedimientos en ocasiones distintos a los literarios, como son las artes visuales, el color de piel entre los protagonistas juega aquí un rol preponderante, y no porque Teodoro Chassériau se muestre racista, porque sin duda ese calificativo sería absurdo y fuera de lugar en este artista, sino porque en el arte pictórico el uso de los colores —en cualesquiera de sus manifestaciones— es casi siempre un vehículo de comunicación de la intención del artista o de la cosmovisión que él vierte en una obra pictórica. De modo que en Teodoro Chassériau, el color blanco en Desdémona es utilizado por el pintor para resaltar la pureza, la dulzura y la obediencia de Desdémona, mientras el color oscuro de Otelo es resaltado para demostrar la oscuridad y la agresividad que representan los celos en Otelo. Yago, como símbolo del mal, es también pintado de color oscuro en la obra del artista.

Desdemona.

Teodoro Chassériau recrea no sólo a personajes como Otelo y Desdémona, sino también a otros de la obra, tales como Yago, Brabancio (padre de Desdémona), Emilia (esposa de Yago) y el Dux de Venecia. Es decir, hay otros personajes importantes en la obra de Shakespeare que, acaso de forma deliberada, fueron omitidos por Teodoro Chassériau, lo que, a nuestro juicio, obedece al hecho de que las referidas aguafuertes de Teodoro Chassériau y el lienzo sobre tabla titulado Otelo y Desdémona en Venecia se centran sólo en el tema de los celos, como evidencian las siguientes escenas ilustradas: a) la escena previa a la muerte de Desdémona; b) las escenas en las que Otelo parece estar dubitativo entre si creerle o no a Desdémona; c) la patética escena de la muerte de Desdémona; d) la escena en la que Yago está persuadiendo a Otelo; y e) la escena inicial en la que aparece Brabancio y el Dux de Venecia. En cambio, en la tragedia de Shakespeare no solamente se hace hincapié en el tema de los celos, sino que, además, se desarrollan diversos temas adyacentes al tema central, y no por ello menos importantes, porque si bien no forman lo más esencial de la obra, sí constituyen momentos vitales, como causas y efectos del mello de la acción, lo que enriquece y expande el mundo totalizante que ha labrado Shakespeare. Teodoro Chassériau no ilustra, por ejemplo, a Blanca, la amante de Cassio, que es un personaje secundario en la obra de Shakespeare pero que resulta fundamental para el desarrollo del desenlace de la tragedia; ni tampoco se vale el pintor de personajes centrales en el desarrollo de la trama, como Cassio y Rodrigo, ni aparecen otros esenciales en el desenlace, tales como Ludovico y Montano.

Los celos, cuando son una enfermedad, llevan al celoso a distorsionar la realidad. Éste ve evidencias y certezas donde sólo hay conjeturas. Ve infidelidad, o indicios de ella, en cualquier bagatela. Ve unos hechos irreales que taladran su enfermo cerebro cual catástrofe mayúscula. En una palabra: todo Otelo evidencia en las acciones de su Desdémona nimiedades que por falsa percepción crecen como figuras gigantescas y se nutren de unos hechos que, únicamente, han ocurrido en su propia imaginación. A Otelo lo vemos no sólo en Shakespeare y en Teodoro Chassériau: lo vemos en la vida real, en el cine y la televisión, en la literatura y la música. Por eso advertimos que los celos pueden atacar incluso a un ser poco apegado al amor romántico, cuyo mejor ejemplo lo mostró Marcel Proust en la segunda parte del primer tomo de su emblemática novela En busca del tiempo perdido, en donde vemos con lupa y microscopio la compleja psicología de un hombre de gran inteligencia y de sólida formación cultural como Charles Swann, el cual, no obstante ser un don Juan y en consecuencia un hombre no apegado a ninguna mujer, siente en su momento unos celos enfermizos hacia la mujer que menos era afín a su gusto por las mujeres. Swann, a pesar de él mismo considerar sus propios celos como algo estúpido, se convierte en un celoso empedernido, cuya interioridad es captada en cámara lenta y descrita en sus más mínimos detalles por un psicólogo tan perspicaz como Proust, lo que acaso puede ser considerado el más acabado estudio moderno sobre un Otelo. Porque Swann no sólo fue un don Juan, sino también un Otelo, como lo evidencian sus celos hacia Odette de Crecy, una cortesana licenciosa con la que, para su propia sorpresa, se casa.

Todas las grandes obras pictóricas tienen el don de hacernos pensar de forma absorbente en el tema que tratan. De ahí que no resulte extraño que, al analizar los trabajos sobre los celos en el arte de Teodoro Chassériau, nos lleguen a la memoria las obras de otros creadores que han tratado la celotipia. Nos viene a la mente, por ejemplo, Cien años de soledad, puesto que ahí está el caso de Amaranta, quien siente celos de su hermana Rebeca por el hecho de que Pietro Crespi se ha enamorado de Rebeca y no de ella. Los celos de Amaranta para con Rebeca son tan enfermizos, que llega incluso a impedir el matrimonio entre ésta y Pietro Crespi, logrando urdir en la sombra pretextos y contratiempos para que la boda se pospusiera hasta lo indecible y no se celebrara jamás. Incluso intenta envenenar a Rebeca, cuyo veneno —en lugar de Rebeca— consumiría por error Remedios Moscote, la cual muere a consecuencia de ello. Pero los celos de Amaranta no se apaciguarían ni siquiera cuando Rebeca termina —luego de tanta espera para celebrar la boda con Pietro Crespi— casándose con José Arcadio. Tanto es el nivel de resentimiento que los celos han depositado en Amaranta, que, al enterarse de que Rebeca ha rechazado a Pietro Crespi para casarse con José Arcadio, aún así quema el vestido de bodas de su hermana. Sí, todo eso lo pensamos al analizar los celos en el arte de Teodoro Chassériau, pero, además, su arte nos lleva a pensar en varios ejemplos sobre este tipo de celos entre familiares, razón por la cual nos acordamos de que, en Los hermanos Karamázov, el disoluto Dmitri Karamázov es incluso capaz de celar a su amada Grúshenka con el viejo Karamázov, su libidinoso padre, llegando al extremo de amenazarlo de muerte, lo que, una vez asesinado éste en circunstancias extrañas (por otro de sus hijos), Dmitri fue considerado el principal sospechoso y, aunque era inocente, se le encontró culpable y, como tal, fue sentenciado a una pena de trabajos forzados.

Das Dampfbad 1853.

En la obra de Teodoro Chassériau, como en la tragedia de Shakespeare, Otelo es impensable sin Desdémona, y tanto en uno como en el otro se desarrolla un estudio profundo sobre la celotipia. Sin embargo, dicho mal puede aparecer en un Otelo sin Desdémona, como ocurre con el arcediano Claudio Frollo en Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, en donde él —Claudio Frollo— se enamora enloquecidamente, y sin ser correspondido, de la gitana Esmeralda, la cual ama al capitán Febo, que es joven, gallardo, pulcro y superficialmente con todo a favor para en el libro ser amado por las mujeres. Pero también está Quasimodo, un expósito que ha nacido jorobado, tuerto, cojo, pelirrojo, con la cara y las extremidades deformes, que es odiado y aborrecido por el populacho, que es casi mudo —acaso por la extrema soledad en la que creció— y, para colmo de males, completamente sordo desde joven por el excesivo sonido de las campanas —sus únicas amigas, además de las columnas de la catedral— que toca en la iglesia y con las que juega. Quasimodo fue incluso acusado de un hecho que no cometió y, como consecuencia, cruelmente castigado en la plaza pública. De modo que uno podría seguir enumerando las calamidades de Quasimodo y acaso nunca terminaría. Tanto es así, que al lector de la novela le resulta harto difícil perdonar a Víctor Hugo por pesar sobre Quasimodo la maldición de semejante vida. De hecho, sería preferible ser Frankenstein, o incluso Gregor Samsa, a ser Quasimodo. Sería mil veces preferible tener la angustia de Raskólnikov luego de matar a la usurera, o padecer continuamente el funesto delirio final de Iván Karamázov, y no ser Quasimodo. Pero el demonio de los celos es tan absurdo y patético, que Claudio Frollo, quien antes había sentido celos de Febo, ve a Esmeralda junto al jorobado Quasimodo en lo alto de la catedral y entonces se apodera de él un ataque de celos. ¡Era completamente natural que Claudio Frollo sintiera celos de Febo, pero de Quasimodo!  Resulta inexplicable, pero así es el síndrome de Otelo. De manera que —como Otelo en la obra de Shakespeare, como Otelo en la obra de Teodoro Chassériau— en la novela de Víctor Hugo los celos de Claudio Frollo dan lugar a consecuencias monstruosas.

Es por ello que, analizando los celos en las piezas pictóricas de Teodoro Chassériau, hemos sentido de pronto que su arte nos obliga a detenernos para pensar en la vida cotidiana; hemos pensado en amistades que pueden ser víctimas de la condición de Otelo, y es precisamente ahí cuando Teodoro Chassériau nos transporta, además, a una de las más grandes novelas del siglo xx, El hombre sin atributos, de Robert Musil, una novela filosófica y verdaderamente profunda, en la que aparece Walter, un Otelo que cela a su novia Clarissa con Ulrich, su mejor amigo. Pero aquí hay una variación que en parte difiere con las escenas pintadas por Teodoro Chassériau, porque si bien Desdémona nunca fue infiel a Otelo ni intentó serlo, Clarissa, en cambio, sí intentó serle infiel a Walter con Ulrich, de quien se prendó, pero Ulrich la rechaza y aún así Walter duda de Ulrich y entonces vemos las malas intenciones de Walter para con su mejor amigo. Ulrich no sólo no quiere involucrarse con Clarissa por ser la pareja de su mejor amigo, sino que, además, con su aguda perspicacia advierte los celos sutiles de Walter y percibe su intención malévola para con él, Ulrich, a quien cree culpable de cortejo ante Clarissa. Ello interfiere en una amistad auténtica, pero es sobre todo leyendo la tragedia de Shakespeare y analizando la obra de Teodoro Chassériau en torno al tema de los celos que se comprende una vez más que en la vida, como en el arte, los celos patológicos son agentes de numerosos equívocos y malentendidos, pues Otelo aparece de cuando en cuando dañando negocios, posiciones laborales, noviazgos, matrimonios, amistades y familias enteras. El mundo, pues, está plagado de casos de violencia de género que han tenido lugar producto de los celos. A cada minuto que pasa ocurre en el mundo un feminicidio perpetrado por un Otelo.  Y tanto el Otelo de Shakespeare como el Otelo de Teodoro Chassériau, terminan horrorizados, porque tanto en uno como en otro, Otelo —no obstante los golpes que por celos le propina a Desdémona, y la muerte que luego le daría— terminaría bastante arrepentido de la tragedia que llegó a consumar, pero, por desgracia, ya era demasiado tarde.

José Agustín Grullón

Abogado y escritor

José Agustín Grullón Nació en La Vega, República Dominicana, pero reside en Santiago de los Caballeros desde hace más de una década. Es licenciado en Derecho por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) y agrimensor por la Universidad Abierta para Adultos (UAPA). Cursa además un postgrado en Legislación de Tierras. Ha cursado algunos diplomados sobre Derecho Inmobiliario, Bienes Raíces, Topografía y Derecho Sucesoral. Como escritor ha publicado el libro de cuentos Las ironías del destino (2010).

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