¿Cuál es el valor de la belleza? Esta pregunta nació en la sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes en los últimos fines de semana de julio, con la puesta en escena de ¿Feo yo?, dirigida por Ramon Santana. La obra fue interpretada por grandes actores de renombre en el teatro dominicano como Pepe Sierra, Nashla Boegart, Orestes Amador, Irving Alberti, y Jose Guillermo Cortines.
La obra
La puesta en escena nos cuenta la historia de Narciso, quien debido a su horripilante rostro, no se le permite dar la presentación de su proyecto. Impulsado por su esposa, Narciso decidió hacerse una cirugía plástica. Los resultados fueron excepcionales, por lo que Narciso se vuelve el hombre más bello del mundo. Pero no todo es color de rosas. Su carácter cambia, y demasiado tarde, Narciso se dio cuenta de que ya no es quien era, posiblemente, ya no sea nadie.
No puedo hacer una reseña de la obra sin celebrar el trabajo realizado por los actores. Cada uno trajo a la vida a sus personajes de manera orgánica y jocosa, llenando la sala con risas a cada momento. Particularmente, Pepe Sierra (Narciso) ofrece al público frases que, gracias a su entrega, se convierten en slogans. Todos explotaron de la risa al escuchar “Delante de Narciso no se levanta la voz”.
Los aspectos técnicos de la obra requieren especial atención. La escenografía, engañosamente simple, se movía para revelar y esconder diversos espacios dentro de la historia. Imaginen mi sorpresa al apagarse las luces en un escenario prácticamente vacío, solo para ver el mueble sobre el cual Linda (Nashla Bogaert) descansa, aparecer de entre una pared falsa. Las sorpresas escenográficas, junto al dominio de los actores, convirtieron esta obra en una experiencia inolvidable.
Durante la puesta en escena, vemos como Narciso, gracias a su nueva belleza, lentamente pierde su identidad, y se convierte en nada más que un producto a ser vendido al mejor postor. La dramaturgia trata los efectos de los estándares de belleza, y como los diversos sistemas sociales que los sostienen deshumanizan a las personas con tal de convertirlos en los objetos perfectos.
Narciso no se hizo la cirugía porque se sentía feo. Lo hizo porque su apariencia se volvió en un obstáculo en su desarrollo profesional. Lo hizo porque su propia esposa no podía soportar verlo a la cara. Lo hizo porque “los feos desarrollan, y los bellos venden”. La obra establece una clara jerarquía entre bellos y feos. Antes del procedimiento, Adonis se encontraba al tope de esa jerarquía, y esto le dio privilegio sobre Narciso, a pesar de estar menos preparado. Al realizar la cirugía, Narciso no perturba la jerarquía, ni cuestiona el sistema que lo discrimina, sino que se vuelve su defensor. Desde su nueva posición, Narciso trata a Adonis como Adonis trataría a un “feo”, con desprecio.
Con el paso del tiempo, Narciso se aísla cada vez más de su esposa, Linda, y de sus compañeros de trabajo, Adonis y Galan (su jefe). Se torna una persona arrogante, insoportable. Proverbialmente, Narciso se vuelve un narcisista de último orden.
Al llegar a este punto en la obra, es fácil pensar que Narciso está siendo castigado por su soberbia, que él permitió que el éxito se le subiera a la cabeza, y que está sufriendo las consecuencias de sus acciones, pero esto pierde el punto del texto. La obra deja muy claro que cada paso en el descenso de Narciso, fue provocado por el empuje y motivación de aquellos que representan el sistema en su vida. Fue su esposa quien le dio el empuje final para que hiciera la cirugía. “Tu tienes que hacer lo que tu corazón te diga, pero yo siento que tu corazón te dice que lo hagas”, le dijo Linda a Narciso antes de entrar al quirófano.
Galan, su jefe, es quien empuja a Narciso a tener relaciones sexuales con la dueña de la compañia y su marido con tal de crear “conexiones”. En ese mismo momento, la dueña, Elena, convence a Narciso de que su belleza lo hace merecedor de todas las mujeres del mundo.
A cada momento en la degradación de la psiquis de Narciso, estuvo un representante del estatus quo para empujarlo. Irónicamente, estos son algunos de los que más sufren una vez Narciso se vuelve lo que ellos le piden que sea, una vez Narciso se coloca sobre ellos en la jerarquía de la belleza.
Este desarrollo en su carácter, esta conversión en su “mejor versión”, como él mismo le llama cuando Linda le replica en lágrimas por el daño que le ha hecho, se vuelve la herramienta de su destrucción.
Una vez Narciso se vuelve famoso, todos quieren -y consiguen- su rostro, al punto de que ya no se sabe quién es y quien no es Narciso. Frente a esta no-identidad, Narciso se encuentra con el fantasma de su pasado, se fealdad, que se muestra como una voz que representa su verdadero ser, y lo empuja a acabar con su vida.
La comodificación de la identidad
Una vez Narciso pierde su rostro, pierde su esencia. Mientras más se adecua a su nuevo rostro, más se convierte en el engranaje perfecto del sistema que lo motivó a cambiar en primer lugar. Y mientras más hace eso, más se degrada su persona. Se degrada al punto que deja de ser una persona, se convierte en un producto. No es coincidencia que esto ocurra cuando Narciso se coloca en la cima del sistema que lo discriminaba. Los sistemas dan forma a los individuos que los habitan.
El doctor Gallardo, quien operó a Narciso, presentó al mismo como uno de sus logros estéticos. Todos querían ser como Narciso, y Gallardo estuvo más que feliz de tomar el dinero de quien lo tuviese para convertirlo en el mítico Narciso. Pero cuando todos son como Narciso, cuando sus facciones y características no son más que tuercas y tornillos en la máquina de la compra y la venta, ¿quién es Narciso?
“Tienes que dejar de ponerle a todo el mundo mi cara”, replicó Narciso. “Esa no es su cara, es mi cara”. Respondió Gallardo. “Es más, ya hasta la registre en ONAPI”. El rostro, y por tanto la identidad de Narciso, se convirtieron en un producto con número de serie y derechos de autor, a ser vendido al mejor postor.
Influencers, modelos, maquillaje, marcas de café. El mercado se vale de los estándares de belleza para vender algo más que simples apariencias. Vende identidades. Estas identidades -como la de Narciso- son producidas dentro de este mercado, y una vez el experimento resulta, son popularizadas a través de trends y anuncios e inseguridades fabricadas. Inseguridades que limitan a las personas de manera tangible, llevándolas a intentar cambiarse a sí mismas. La identidad dejó de ser algo propio, cultivado por la vida misma. Se ha convertido en un trapo que compramos y cambiamos cada par de meses con tal de no quedar en el olvido.
Todos pierden, excepto el vendedor, que se llena los bolsillos. El modelo deja de ser una persona y se convierte en producto, el consumidor pierde su esencia y se convierte en una copia del producto, esperando ser la nueva cabeza. Las personas se ven forzadas por estos estándares a descuartizarse con tal de ser amados y aceptados. Irónicamente, esto solo los deja sintiéndose aún más desolados, ya que se aíslan de su propio Ser, y esa desolación los lleva a cambiar aún más. El ciclo se repite.
La pérdida de la identidad se convierte en pérdida de la humanidad, hasta se pierde el derecho sobre la propia vida. Si dicha identidad es un producto a ser comprado y vendido, por tanto, también lo es nuestra propia humanidad. Gallardo se rehúsa a cambiarle la cara otra vez, sería malo para el negocio. Cuando Narciso intenta suicidarse, Elena lo detiene. No por amor ni cuidado, sino porque “sería pecado acabar con un rostro tan bello”. Como producto, Narciso no tiene derecho a decidir sobre su propia vida. Su ser y esencia no son suyos. Le pertenecen al sistema, al mercado, a la sociedad.
Así mismo, nuestro la farándula, los trends, las redes sociales, convierten a las personas en productos a ser vendidos, productos que no tienen ningún derecho sobre su propio ser. Un paparazzi puede acosar a un actor famoso, y esto se considera normal. Este actor pierde su derecho a la privacidad, a la vida personal. En la industria del k-pop, incluso se le prohíbe a muchos artistas tener relaciones románticas, ya que esto enoja a las fans que fantasean con algún día tener a estos idols para sí mismas.
Ante esta realidad distópica, es importante mirar al interior y preguntar: ¿quién soy? Verdaderamente ¿qué me hace ser yo? Es la única forma de luchar contra un mercado que nos forza a crear una identidad basada en el consumo.
Conclusión
En la antigua mitología, Narciso murió enamorado de su propio reflejo. Su soberbia y arrogancia eran tan grandes, que nunca se alejó de su reflejo visto en el río, y murió al darse cuenta de que su reflejo no podía amarlo. Pero también es importante recordar que esto no sucedió porque sí. Narciso fue maldecido por Némesis, la diosa de la venganza, a no ser reciprocado en su amor. Fue esta maldición lo que lo llevó a la muerte. Nuestro Narciso también se encontró con una maldición, su maldición fue ser feo, o ser bello. Esta puesta en escena, cómica como trágica, llama a la reflexión sobre nuestro lugar en la sociedad. Pone en duda nuestra propia identidad, ¿que tanto de nosotros es genuinamente nuestro, y que tanto es producto de cómo nos ven los demás? Gracias al magistral trabajo de todo el equipo, la obra nos muestra lo feo de ser bello.
Lessing Abdias Perez Calderon
Lcdo. en Lengua y Literatura
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