Marino Zapete, como comunicador y como autor, no es un profesional de aceptación unánime por toda la sociedad. Sus investigaciones, sus intervenciones en los medios (cuando las producía), sus libros, dividen opiniones porque apenas expresa sus verdades, sus hallazgos y sus valoraciones, sin edulcorantes, de forma descarnada y directa.
Zapete como comunicador tiene como características su notable carga de criterios rotundos en torno a temas como la corrupción administrativa, la actuación de los políticos (de dentro y fuera del poder). Es radical, firme e incluso absolutista en sus análisis, lo cual genera apoyos y rechazos de parte del público que le sigue.
Se ha retirado el ejercicio directo en medios electrónicos, pero Zapete sigue siendo él. Es el comunicador con directrices claras, respecto del cual uno sabe qué esperar. Objeto de elogios y críticas, vaya usted a saber cuál tiene esencia de verdad y cuáles no. Pero es claro que se trata de un talento de la comunicación perteneciente a una estirpe profesional que ahonda en los temas, que no teme a consecuencias y que opta por establecer su visión.
Acaba de publicar su quinta obra de opinión, recopilación de información e investigación, titulada Lo bueno de contar lo malo, presentada en un acto en la Sala Aida Bonelly del Teatro Nacional Eduardo Brito, en el cual estuvieron muchos de sus colegas y amigos que respaldan su trayectoria. Por razones de salud no estuvimos presentes, como habría sido nuestro deseo.
El libro de Zapete, que hemos leído página a página, aporta una valiosa compilación de información, sobre todo en torno a los procesos judiciales de casos conocidos en los gobiernos de Joaquín Balaguer (1966-1978), Antonio Guzmán Fernández (1978-1982), Salvador Jorge Blanco (1982-1986), Leonel Fernández Reyna (1986-2002), Hipólito Mejía Domínguez (2000-2004), Leonel Fernández Reyna (2004-2012), Danilo Medina Sánchez (2012-2020) y Luis Adolfo Abinader Corona (2020-actualidad).
El libro de Zapete consta de dos partes: un ensayo crítico, que ocupa la parte inicial (desde la página trece hasta el 16), en el cual escribe en forma de entregas cortas de evidente estilo periodístico, que en su casa se expresa en una redacción limpia, de párrafos breves y configurados con el texto necesario para expresar sus ideas. Es un estilo desarrollado llevado al marco del concepto editorial y que, a nuestro modo de ver, es la entrega más original.
Valido el argumento de Zapete cuando establece que “contar la historia desde fuera del poder, (coma agregada por el autor) ofrece una perspectiva crítica y diversa, cuestionando narrativas dominantes y revelando la experiencia de aquellos marginados y excluidos” y agrega que la historia narrada no desde la óptica de la historiografía oficial… Puede ser una fuente de inspiración y motivación para aquellos que buscan un mundo más justo e igualitario”.
Zapete completa con Lo bueno de contar lo malo, el quinto libro de su autoría, tras La sociedad de los platos rotos, Jarabe para la memoria (que en su momento fue renglón muy buscado por los lectores), La volvieron loca, La crónica irreverente (que incrementó el interés por sus libros) y Espejos para corruptos, una amplia compilación de extractos de sometimientos judiciales, aderezada con los enfoques evaluativos del autor.
Al igual que los títulos anteriores, Zapete hace un aporte documental-judicial al presentar partes de expedientes mediante los cuales, a lo largo de diversos gobiernos, se ha sometido a personas y personalidades (son categorías distintas), de acuerdo a una curiosa estipulación valorativa que se refiere a la clasificación de ciudadanos comunes y los llamados PEP, es decir, “Personas expuestas públicamente”.
Este libro y los demás de este autor siguen una orientación similar: la lucha contra la desmemoria, el afán de un quehacer desde la comunicación en cualquiera de sus expresiones, para que el olvido no sea la norma y que hechos violatorios de las leyes, que afectan tanto el patrimonio público como el ambiente de justicia sana, oportuna y saneada, como corresponde a una sociedad medianamente civilizada.
Al leer Lo bueno de contar lo malo, lo que se emprende es un recorrido por una galería de los horrores, con una excelente introducción, digno de tenerse y guardarse, para que, como dice la canción, “no se olvide”.
Hay dos aspectos editoriales que criticar:
La inclusión de los presidentes (desde Balaguer hasta Abinader Corona) en un paquete que los hace aparecer como parte de las acciones cometidas por colaboradores ejecutivos o empresarios.
Ninguno de los expresidentes y el presidente actual (con excepción de Jorge Blanco, sometido a la justicia por un expediente que claramente fue originado en retaliación política y que finalmente fue indultado).
El otro aspecto se refiere a las n imágenes creadas por IA de esas figuras presidenciales. Algunas de las cuales no son fieles a sus personajes, sobre todo las de Balaguer, Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco y Danilo Medina. Hipólito Mejía, Leonel y Abinader llegan a estar “pasables”. El uso de la IA, a la cual se puede apelar con la facilidad de un “pront” y dos clics, debe ser medido y empleado con racionalidad y sentido editorial correcto.
Lo bueno de contar lo malo es un título que hay que leer, que se debe guardar en la medida en que es documentación viva de hechos que no deben ser olvidados, y agradecer a este autor que haya desarrollado con tanta consistencia las jornadas de denuncia. Debe ser leído y difundido.
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