576) Todas las mañanas de esta semana han sido tan pesarosas: el pudridero de gente agonizando, los tedios oficinescos y burocráticos, el pateo y los escupitajos a los pobres diablos que legitiman, con el uso de su derecho al voto, todos los abusos de poder en su contra. En medio de todo este desaliento que revuelve el estómago y caotiza la mente, por lo menos han quedado algunas tardes limpias, con ocio, lluvia, café y poesía. Me pregunto a dónde iría yo a parar si no fuese por estos, aunque escasos, momentos auspiciosos.
577) Aparto a Cioran. Para qué añadir amarguras a la natural amargura del lunes. Sigo con Cernuda. Sí, también es amargura, pero amargura dulce, alegría en medio de la pena. Belleza en medio del llanto. Celebración del arte con los ojos rebosantes de lágrimas. “Como llenarte, soledad, sino contigo misma”, nos dice el poeta.
578) Tal vez solo el encanto de creer en la magia y el misterio hace que la desventura de la vida no devenga en una sordidez casi total.
579) Y si el silencio no habla, ¿qué pueden decir las palabras que no son hijas del silencio; que no han germinado y se han alimentado en el silencio?
580) Toda lucha humana contra lo que se entiende un absurdo no hace otra cosa que reafirmar, apuntalar otros absurdos.
581) Nos pasamos el escaso tiempo de nuestras vidas combatiendo contra los otros, intentando mostrarles fuerzas y realizaciones a ellos. Generalmente es demasiado tarde cuando nos damos cuenta que nos la pasamos combatiendo contra el enemigo equivocado, que nuestros verdaderos rivales estaban dentro de nosotros, éramos nosotros mismos; que las batallas esenciales debimos librarlas contra nuestras miserias humanas; pero en la mayoría de los casos nos percatamos de ello cuando ya carecemos de fuerzas para enfrentarnos al monstruo de nosotros mismos, al que fortalecimos con la idea de que estaba fuera de nosotros, de que era los otros.
582) He dicho tal vez más de la cuenta que la literatura ha sido mi salvación, mi soporte esencial. Por tal razón, ¿acaso no merece ella que yo explore otras tierras, otros destinos, que me aventure a otras experiencias y emociones, probablemente a otros fracasos? ¿No sería este cambio de dirección en mi vida una forma de renovación de mi amor hacia ella? Y de no hacerlo, ¿acaso esto no probaría que mi amor por ella no ha sido lo suficiente grande? Incluso si el viaje no se diera, si todo el intento del salto renovador fracasara y me devolviera al círculo monótono de esta cotidianidad desde la que apunto estas cosas, ¿acaso no saldríamos la literatura y yo gananciosos en el intento? ¿O no sería acaso menor la pérdida por el sólo hecho de haberlo intentado? Sí, sé que aunque el viaje no se lleve a efecto, el solo ella, la literatura, vendría solícita en mi auxilio como forma de agradecer mi intento de darle nuevos alientos.
583) Es de admirable desafiar la existencia, lanzarse a vivir en medio de la confusión, el desaliento y el desengaño; intentar arrebatarle a la vida las cosas que queremos, aun al precio de grandes humillaciones. Igualmente es admirable (tal vez mucho más) desmontar la carga de nuestros hombros y lanzarnos livianos en brazos de la Nada.
584) Sin duda son hermosos estos poemas que leo en el jardín, pero lo son mucho más el despliegue poético que me ofrece el jardín, donde danzan colores y movimientos; donde cantan los pájaros y la brisa.
585) Muchos sostienen ideas y creencias inspiradas en Carlos Marx y en Jehová, pero ambos no son más que pobres dioses judíos bastante desacreditados, a pesar de la falta de juicio de tantos y de la descarada hipocresía de muchos “juiciosos”.
586) Permanece vivo en mí el deseo de algún día, no muy lejano, retirarme hacia un espacio de soledad casi total. Y espero hacerlo con las suficientes fuerzas físicas para poder sobrellevar– y por qué no, disfrutar– de ese nuevo estado en que quizás mis únicos compañeros sean los libros. Claro que trataría de que haya flores, algún perro y un huerto con música de pájaros.
587) En estos momentos, prudencia, templanza, ascetismo, serenidad, paciencia y fortaleza, son palabras que deben operar en mí no como simple conceptos, no como meras nominaciones retóricas, sino como herramientas que operen de forma efectiva. En estos momentos me anega un cúmulo de sombras, soportables por la esperanza de la luz que entiendo ha de aparecer no muy tardía y como señal del alivio necesario. Trato de que me sirva esto de Marco Aurelio: “Habite en ti la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que procuran los otros. Conviene, por consiguiente, mantenerte recto, no enderezado”.
588) Es imposible que no vivamos consagrado al pensamiento de la muerte, al miedo a la muerte, y al miedo de lo que puede suceder después de la muerte. En última instancia, todo nuestro impulso de vida es una forma de enmascarar la conciencia de que hemos de morir.
589) No poder levantarme aunque sea en paz relativa, o leer o escribir lo que quiero, o simplemente vagar por la ciudad contemplando la belleza derramada por doquier, y los afanes tal vez inútiles de las gentes; no poder sentarme relajado a tomarme un café y conversar de libros y otras cosas con Orlando Morel, como lo hacíamos antes del advenimiento de la peste, ¿no es ésta acaso otra forma de muerte para mí?
590) Si yo hubiera leído a Séneca, a Epicteto, a Marco Aurelio y a Montaigne antes que al Eclesiastés, probablemente habría conocido la futilidad de la condición humana de forma menos quejumbrosa y, por ende, más elegante.
591) He hablado de muchos asuntos en estos apuntes, algunos de ellos hasta pueden parecer exteriores a mí, pero, en el fondo, de lo que aquí se trata es de una búsqueda de mí mismo, es decir de un camino que tal vez no lleve a ningún lado, porque se trata de explorar en este amasijo de contradicciones que soy, que somos.
592) No hay ningún mérito en el sufrimiento; tal vez sí lo haya en la capacidad de soportarlo con valentía, en la entereza de padecerlo en silencio y soledad, sin recurrir a los casi siempre consuelos exteriores. En su Fragmentos de un evangelio apócrifo, como forma de contravenir aquellas palabras del Evangelio que dicen: “Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados”, Borges expresa al respecto estas palabras proverbiales que hago mías: “Bienaventurados los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria”.
593) Uno se levanta, no al “Oficio de vivir”, parafraseando el título del diario de Cesare Pavese, sino al de morir, aunque tal vez sea lo mismo. Lo cierto es que sólo me quedan las palabras para testificarlo, pero ya no las que hablo, que quizás a pocos seducen o convencen, sino las que escribo, las que debo escribir, en cuyos usos debo empeñarme en no traicionarme a mí mismo.
594) Ya estoy avanzando en el camino hacia mi solitario refugio. Lo hago a pasos lentos. Tomo la cruz, la tiro de vez en cuando en algún lugar del pequeño trayecto andado y reposo junto a ella, pero vuelvo a retomar el camino, a veces muy pronto, a veces después de varios días. Pero continúo el trayecto hacia mi retiro definitivo, hacia el intento de encontrarme conmigo.
595) He ido perdiendo cosas esenciales y otras también se encaminan a su perdición. Pero aún me van quedando las palabras, aunque noto que a veces también intentan negárseme. Espero no me abandonen cuando algunos años después decida ordenar estas flores amargas, estas largas y afiladas espinas; estos mis testimonios del desacuerdo.
596) No sólo debe tratarse de escribir bien, sino de escribir bien.
597) Un cuerpo se desliza lentamente por un túnel largo y sin retorno. Y otro, indiferente a mi agonía, se mueve airoso. Dulce estructura hecha carne del deseo. Honduras y alturas precisas. Valle firme y suave. Agua y pasto para el apetito y el reposo. Pero yo sólo tengo el recurso de echar mano de mi imaginación y de mi pluma. ¡Oh, realidad y deseo!, como sintetizó Cernuda.
598) Desde hace algunas semanas, en varias ocasiones, en la escrituras de estos apuntes, buscaba una palabra que no terminaba de encontrar. Pensaba en las palabras cepo, escondite, buhardilla, cueva, tugurio, pero no daba con la bendita palabra. Hoy di con ella. Me la trajo de vuelta la poeta Alejandra Pizarnick en un fragmento de sus diarios. Esa palabra se llama madriguera. Y este segundo cuaderno de notas diversas se cierra con ella. Estoy en mi camino. Estoy en mi madriguera.
599) Al inicio de estos apuntes escribí que Dios siempre sabe hacerse querer, por eso siempre da en la madre. Y no se me ocurrió agregar que también suele dar en el padre y en el hijo y en el “Espíritu Santo”. Mientras más contundentes son sus golpes, más garantizada tiene entre sus fieles la idea de su “bondad” y su “amor”.
600) La gloria de los cristianos, la dicha eterna, tiene un sólo departamento, nombrado Cielo o Paraíso. El Infierno tiene un departamento más vasto que el Paraíso para su uso luego de la muerte, porque se supone será habitado por la mayoría de los humanos, pero además tiene su sucursal aquí en la tierra para mientras estemos vivos.
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