Leer Historia de las literaturas de vanguardia de Guillermo de Torre (1925) no es solo un ejercicio de recuperación historiográfica: es, sobre todo, un acto de resistencia cultural frente a la banalización de lo nuevo. En una época donde la novedad se consume como mercancía efímera, De Torre advierte contra la innovación vacía, desprovista de sustancia, y nos recuerda que lo vanguardista no se reduce al estruendo ni al efectismo. La verdadera vanguardia —sugiere— debe poseer densidad crítica, interrogación estética y potencia histórica. Su obra no se limita a documentar un periodo: lo interroga, lo interpreta y lo sitúa en el centro del debate cultural moderno. “El arte de nuestro tiempo no es una sala de exhibiciones muertas, sino un escenario en agitación continua”, escribe. Desde su publicación, el libro se consolidó como una de las empresas más sistemáticas en lengua española sobre las vanguardias del siglo XX. Pero su valor excede el mérito pionero o la vastedad documental: radica en su concepción de la crítica como toma de posición, como acto de implicación subjetiva en el tejido vivo de la cultura.

“No basta con catalogar: hay que entender y revivir. Una historia literaria que no estimula nuevas lecturas, no merece ese nombre.”

Una crítica situada: el crítico como sujeto

En De Torre, la crítica no es neutra ni aséptica: es una intervención apasionada, una forma de riesgo intelectual. “El crítico no puede hablar desde la torre de marfil. Ha de vivir en su tiempo, sentir sus heridas, implicarse en sus pasiones.” Su escritura —personal, vibrante, polémica— convierte al crítico en figura activa, no solo intérprete, sino también agente del devenir cultural. Por eso es fundamental distinguir entre una crítica que se enuncia desde la primera persona —como sujeto implicado— y otra que pretende hablar desde una supuesta “objetividad” distante. Guillermo de Torre se sitúa dentro del discurso que analiza, con conciencia de su tiempo, de sus límites y de su lugar. Esta posición implica, filosóficamente, un saber situado; retóricamente, una voz comprometida; epistemológicamente, una crítica que no solo describe, sino que transforma simbólicamente aquello que toca.

La nota preliminar a la segunda edición (1970) es reveladora. Allí, el autor reconoce el carácter “minoritario” de su objeto —las literaturas de ruptura—, pero celebra la sorprendente acogida del libro entre lectores de distintas generaciones. Ese éxito no es anecdótico: expresa una necesidad histórica por comprender la modernidad literaria desde sus fracturas, desde sus tensiones con lo establecido. Resulta significativa su decisión de mantener el texto casi intacto: mínimas actualizaciones bibliográficas y supresión del prólogo de 1925. El gesto revela una doble actitud: confianza en la solidez de su enfoque, pero también cierta clausura crítica. Al declarar que no se han producido “novedades de importancia”, De Torre deja suspendida —aunque no cerrada— la historia que narra. Desde hoy, esa afirmación interpela:

  • ¿Qué vanguardias fueron excluidas?
  • ¿Qué escrituras disidentes, coloniales, periféricas, feministas, quedaron fuera del foco?

“Sé que este libro deja zonas en sombra. Pero también sé que toda cartografía es incompleta: invita a nuevos caminos.”

Metodológicamente, la obra no traza una cronología neutra, sino un mapa de tensiones. No se limita a enumerar manifiestos o nombres: reconstruye atmósferas sociales, mitologías fundacionales, fracturas internas y resonancias internacionales. El detallado índice temático revela una mirada de conjunto que, sin renunciar al rigor documental, privilegia la articulación simbólica y el trazo interpretativo.

Tensiones binarias y reactivaciones contemporáneas

Tradición versus ruptura. Originalidad versus repetición. Arte crítico versus arte decorativo. Estos binarismos atraviesan su relato y lo cargan de vitalidad. Ciertamente, el enfoque de De Torre responde a una sensibilidad modernista y eurocéntrica, pero puede —y debe— ser reactivado desde las perspectivas críticas contemporáneas. Los estudios decoloniales, de género, interseccionales o intermediales invitan a:

  • Problematizar las omisiones del canon.
  • Reescribir la historia de las vanguardias desde otras geografías y subjetividades: América Latina, África, Asia, las disidencias sexuales, las lenguas subalternas.

“El error ha sido creer que lo nuevo es, por sí mismo, un valor. Y no todo lo nuevo es verdadero ni necesario.”

La vanguardia como impulso común

Una afirmación clave condensa su concepción:

“La vanguardia, tal como yo la entiendo, en su sentido más extenso y mejor, no ha significado nunca una escuela… sino el común denominador de los diversos ‘ismos’…”

Las vanguardias del siglo XX no son doctrinas rígidas ni movimientos cerrados, sino múltiples formas de un mismo impulso de ruptura. “La vanguardia no es un conjunto de fórmulas prefijadas, sino un modo de reacción frente a los valores establecidos.” Lo vanguardista no es una estética definida, sino una tensión viva contra la institucionalización del gusto. En este sentido, su extenso catálogo de ismos —futurismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo, expresionismo— no es una simple sucesión de etiquetas, sino una constelación dinámica: divergente pero comunicante. Una red de energías que, al poner en crisis las formas de representación, reconfigura los modos de sentir.

“Lo que da vida al arte nuevo no es su coherencia doctrinal, sino su capacidad de contradecir, de escindirse, de reinventarse.”

Guillermo de Torre.

Futurismo: el futuro que se hizo pasado

Uno de los capítulos más lúcidos es la crítica al futurismo. Desde el primer manifiesto de Marinetti en 1909, el movimiento exaltó la velocidad, la técnica, lo urbano y lo bélico. De Torre desmonta esta exaltación desde una lectura filosófica, estética e histórica. El futurismo, afirma, terminó siendo un futurismo sin futuro. Fue, como dice en una frase memorable, “un relámpago que no encontró tierra”.

Uno de sus conceptos clave es la crítica a la modernolatría: esa adoración mítica de lo moderno como sinónimo de progreso. Lo moderno, banalizado, se volvió rutina. El futurismo se volvió tópico, repetición inerte, consigna agotada:

“Privaron así a su arte de toda posible dimensión metafísica.”

El error fue de raíz: quiso abolir el tiempo, ignorar la memoria, proyectar un futuro abstracto. El resultado: un presente vaciado de sentido.

“El futurismo se convirtió en pasado inoperante sin haber llegado a ser con plenitud actualidad vigente.”

Y aún más severo:

“Tomó antes de tiempo el rostro de su enemigo más odiado: se hizo passatismo. La serpiente se mordió la cola.”

Esta imagen condensa el destino trágico de todo dogma estético. Futurismo y arcaísmo, dice De Torre, serían evasiones paralelas del presente: uno huye hacia adelante, el otro hacia atrás, pero ambos fracasan en habitar el ahora.

“Futurismo y arcaísmo son… dos intentos de escapar del presente sin abandonar el plano de la vida mundana.”

En tiempos de transhumanismo, inteligencia artificial y algoritmos como oráculos culturales, la advertencia de De Torre resuena con potencia. ¿No estamos repitiendo, con nuevos ropajes, el error futurista?

“El reconocimiento del tiempo presente es insoslayable, pero no de forma aislada, sino visto y sentido en función de los dos tiempos complementarios: pasado y futuro.”

Conclusión: vanguardia como vitalidad crítica

Historia de las literaturas de vanguardia no es solo una obra de historia literaria: es también un manifiesto crítico. De Torre nos invita a pensar la vanguardia no como consigna ni moda, sino como una forma de vitalidad entre memoria y porvenir. Lo verdaderamente moderno —parece decirnos— no es lo que niega el tiempo, sino lo que lo habita críticamente.

“El arte, cuando es verdadero, no adorna: transforma. No embellece el mundo: lo cuestiona.”

Sus textos invitan a:

  • Buscar nuevas formas expresivas.
  • Jugar con el lenguaje, el ritmo, la imagen.
  • Desconfiar de las convenciones fosilizadas.
  • Escribir desde el lugar que habitamos, con conciencia de historia y deseo de futuro.

“Toda estética que se convierte en norma, traiciona su origen vanguardista.”

Constelación de ismos en Historia de las literaturas de vanguardia

Movimiento Características clave
Futurismo Exaltación de la máquina, velocidad, lo urbano y lo bélico.
Cubismo literario Simultaneidad, fragmentación, transposición visual.
Expresionismo Deformación emocional, subjetividad crítica.
Dadaísmo Absurdo, nihilismo, destrucción del lenguaje lógico.
Surrealismo Exploración del inconsciente, automatismo psíquico.
Creacionismo La palabra como acto autónomo de creación.
Ultraísmo Síntesis hispánica de la vanguardia (impulsada por De Torre): metáfora pura, brevedad.

La vanguardia sigue viva mientras siga interrogándose a sí misma. Leer a De Torre hoy es, en definitiva, un ejercicio de pensamiento crítico frente a las nuevas mitologías de lo moderno.

Epílogo: metapoesía como persistencia de la vanguardia

Desde la lectura crítica de Historia de las literaturas de vanguardia, se hace evidente que la vanguardia, en su sentido más vital, no es un estilo ni un periodo histórico, sino una forma activa de conciencia crítica del lenguaje y del arte. En este horizonte, la metapoesía —entendida como poesía que se piensa a sí misma— aparece hoy como una reactivación contemporánea del impulso vanguardista.

De Torre nos recuerda que “no todo lo nuevo es verdadero ni necesario”, y que la innovación, para no devenir consigna vacía, debe implicar una renovación de las formas de decir y de sentir. La metapoesía responde a esta exigencia: fractura el espejo del lenguaje, interroga su propia maquinaria y expone la tensión entre forma y significado.

En muchos autores actuales, la metapoesía no confirma un yo soberano, sino que lo descentra, lo vulnera, lo vuelve máscara. En este sentido, prolonga el gesto vanguardista de desestabilizar al sujeto lírico romántico. El poema ya no enuncia: gime, duda, se tacha, se desdice. El lenguaje, lejos de ser cauce de claridad, se vuelve campo de batalla y zona de fisuras.

La metapoesía, cuando se despoja de la complacencia formal y se entrega a la incomodidad del pensar poético, encarna una de las formas más lúcidas de vanguardia crítica. Como el dadaísmo, cuestiona la lógica establecida. Como el creacionismo, reivindica la palabra como acto autónomo. Como el ultraísmo, aspira a una intensidad verbal sin adornos.

En este sentido, la metapoesía no es solo un tema: es un modo de habitar el poema desde la sospecha, la ironía, la autorreflexión. Y sobre todo, es una forma de resistir a la automatización del lenguaje en tiempos de algoritmos y saturación simbólica.

“¿Cómo decir sin repetir el mundo que nos dice?”

Ike Méndez

Poeta, educador y ensayista

Ike Méndez es ensayista y metapoeta dominicano. Coautor de obras como *"San Juan de la Maguana, una Introducción a su Historia de Cara al Futuro"* (Primer premio en el Concurso Nacional de Historia 2000) y *"Símbolos de la Identidad Sanjuanera"* (Segundo premio en 2010). Ganó el Segundo premio en el Concurso de Literatura Deportiva “Juan Bosch” (2008) y colaboró en la serie *"Fragmentos de Patria"* de Banreservas. También coeditó las antologías *"Voces Desatas"* (poesía, 2012) y la primera antología de cuentistas sanjuaneros (2015). Ha publicado seis poemarios: *Al Despertar* (2017), *Flor de Utopía* (2018), *Ruptura del Semblante* (2020), *Baúl de Viaje* (2022), *Al Borde de la Luz* (2023) y *El Joyero de Ébano* (2024), que reflejan una evolución poética constante. E-mail: jemendez@claro.net.do

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