Claudio Pacheco.

Cuenta la leyenda que en el siglo XIX un señor de aspecto taciturno entra en calidad de paciente al consultorio médico de un reconocido psiquiatra de la ciudad de Londres. El paciente le dice que se siente deprimido y angustiado y que, por tanto, su vida es triste, inmensamente triste. Entonces el psiquiatra intenta animarlo y le recomienda que secunda el ejemplo de los hombres y mujeres que los fines de semana ríen a carcajadas viendo y escuchando las humoradas de Joseph Grimaldi, el payaso más famoso de la época. El médico estaba tan convencido de que ir a disfrutar de las payasadas de Grimaldi era tan efectivo para la felicidad, que le insistió una y otra vez al paciente en que esa sería una terapia efectiva para él. Pero éste se levantó de su asiento y le dijo al psiquiatra: "Doctor, yo entiendo muy bien lo que usted me acaba de decir. Pero el problema es que yo soy Grimaldi".

Efectivamente, eso le dijo Joseph Grimaldi, quien no fue conocido por el doctor con anterioridad porque no estaba enmascarado de payaso. Con el tiempo se fue popularizando la idea del payaso triste, esto es, un rostro alegre y dinámico en contraste con un estado interior depresivo y angustioso, aunque otros payasos reflejan su tristeza desde la superficie. Es, más bien, el ser que carece de alegría y que sin embargo causa en los demás la mayor de las alegrías. Es la paradoja del payaso. Durante años ha sido tema de interés para pintores, músicos, literatos, filósofos, psicólogos y psiquiatras. En el ámbito dominicano, por ejemplo, se ocupó de ella con incuestionable maestría el pintor santiagués Claudio Pacheco, quien ha dejado muestra de ello en la serie pictórica titulada "Payasos".

El prolífico Pacheco demostró que era un avezado pintor de series pictóricas, un pintor versátil, con estilos y maneras diferentes entre sí, pero con un denominador común: el contraste entre la alegría y la felicidad, la fuerza y la debilidad, la vida y la muerte. En sus cuadros la tristeza es tan frecuente como lo es la felicidad. Un dilema eterno de la condición humana, en donde se ponen de manifiesto los problemas ontológicos y la angustia existencial de una parte del hombre contemporáneo.

Los payasos de Pacheco son, por lo general, de rostro infantil y juvenil. No obstante, son seres cuya fuerza vital parece estar marcada por un sombrío estado anímico. En estos payasos la tristeza es a una misma vez tan visible y hermética que, sin duda, es comparable a la intensa fuerza de los colores que los habitan. Una descomunal angustia existencial parece aplastarlos sin darle tregua ni respiro de ninguna clase. Están huecos, inmóviles y amorfos. Parecen mirar hacia la nada.

Los colores de esta serie pictórica evidencian que estos payasos son hombres y mujeres que están vivos, o, mejor dicho, que están en lo más joven, verde y colorido de la vida, pero que a la vez yacen cual si fuesen moribundos irremediables, puesto que están interiormente pútridos. Son unos muertos en vida. Parecen muñecos de colores o, más exactamente, frutas revestidas al mismo tiempo con partes verdes y con partes putrefactas. Es la naturaleza hecha carne y fruta. O más bien, la naturaleza hecha pintura.

En él, como en pocos pintores dominicanos, lo triste y lo feliz constituyen las dos caras de una misma moneda. Por un lado, la vida parece estar rebosante de muerte, como en su serie "Mesiánico", o como en la referida serie "Payasos"; pero, por otro lado, la muerte parece estar rebosante de vida, como en su serie "El Quijote caribeño", o como en la serie "Robalagallina". Y sin embargo, en este artista casi siempre ambos estados coexisten, se fusionan una y otra vez hasta formar una sola entelequia, que es el humor negro, y lo hace de un modo tal que en esa integración no es posible distinguir un estado anímico de otro estado.

Ello es así porque en Pacheco vida y muerte son una misma cosa. Mas en sus cuadros siempre podemos ver el hálito de la esperanza: el artista en este caso siempre pinta una meta, un sueño dable. El tiempo se conjuga, de modo que en Pacheco el presente es inhóspito y difícil, pero hace suponer al espectador atento y minucioso que el futuro será reconfortante y magnífico, al menos así suponen creer a menudo los personajes de este pintor, o eso es lo que parecen mostrar los cuadros de esta serie si tomamos en cuenta el intenso colorido con que está revestido el entorno de los personajes. No en vano Pacheco llevó a su pintura —en dos de sus series más señeras— a los dos soñadores por antonomasia de la historia: Jesucristo y don Quijote. Es algo así como desarrollar la esperanza en medio de las mayores situaciones humanas. De ahí que, como en "El coronel no tiene quien le escriba", de García Márquez, los personajes pictóricos de Pacheco parecen estar a la espera de algo que nunca llega; siguen con su vida, esperando mejor suerte. Es casi como en "El proceso", de Kafka, en donde Josep K. casi nunca pierde las esperanzas de salir absuelto de un inexplicable proceso judicial sobre el cual él ni nadie sabe algo (ni siquiera el lector); o como en "El castillo", también de Kafka, en donde un agrimensor sale a medir unas tierras que nunca encuentra, aunque de algún modo jamás pierde las esperanzas de encontrarlas.

Es por ello por lo que en los admirables trabajos pictóricos de Pacheco siempre hay por lo menos una chispa de luz; un poco a veces, pero esperanza, al fin y al cabo. Su Mesías y su caballero andante son, pues, la prueba. Incluso, sus melancólicos payasos están impregnados tanto de esperanza como de putrefacción, y los colores con que están revestidos son la prueba de la esperanza, como también lo son sus imágenes carnavalescas en los escenarios del personaje robalagallina, un personaje gemelo al de los payasos; ambos llevan alegría y colorido, y sin embargo parecen estar apagados por dentro. Parecen almas gemelas, de la misma manera que también lo parecen su valeroso hidalgo quijotesco y su mesías crucificado, que, no obstante, la fuerte situación que atraviesan, son en cambio vitales, utópicos e indestructibles. Es la resiliencia hecha personaje.

Ahora bien, ¿esconde el humor negro de los payasos paradójicos alguna terrible verdad? ¿Fueron los payasos un blanco fácil para Pacheco mostrar el contraste entre la felicidad y la tristeza? ¿Pueden los payasos ser tomados en serio? ¿Se atreve alguien a poner en boca de un payaso un mensaje revelador? Desde su origen, las humoradas de los payasos han consistido en juegos irónicos tendentes a lo irrisorio y risible, pero juegos disfrazados muchas veces de un "inocente" humor negro que no pocas veces termina en malhumor. Su fuerte es ser el hazmerreír de quienes les circundan. Jamás son tomados en serio. De ahí que, con feliz acierto, el admirable Kierkegaard planteara como nadie la paradoja del payaso en el libro "Diapsálmata", su primer trabajo de filosofía, en el cual muestra el siguiente ejemplo: un circo está ardiendo en llamas, y un payaso, en el momento de su presentación artística, anuncia la tragedia ocurrida. En medio de las risas y los aplausos, nadie le creyó al payaso. Entonces la vorágine de las llamas hace añicos al circo y a la aldea de los espectadores. Es, también, la paradoja del payaso, porque en sus juegos no hay sino humorada y fantasía. No hay seriedad y, por ende, no hay seguridad ni verdad creíble en lo inmediato.

En definitiva, la serie "Payasos", de Claudio Pacheco, es una obra que debe ser tomada en cuenta. Posee incluso el raro don de tener por igual los ingredientes suficientes para atraer tanto a un público especialista como a un público neófito en arte. Es por ello que para ojos atentos parece ser un trabajo pedestre, y lo es en parte, pero contiene una fuerza de contraste tan expresiva que sin duda raya en lo magistral, lo cual basta para colocar esta serie entre las mejores del pintor. Y, sin embargo, ambos calificativos paradojales (pedestre y magistral) son aquí admisibles, pero a una misma vez porque en esta serie son indisolubles. Es una permanente dicotomía: un ir y venir de un lado a otro, y de un estado a otro; un vaivén de una realidad a otra y de una apreciación a otra. En una palabra: es una verdadera simbiosis entre tristeza y felicidad, pues son payasos que pueden dar lo que no tienen, porque sin ser felices ellos mismos pueden dar felicidad a otros. Es el mismo problema de Joseph Grimaldi, y por supuesto es también el mismo problema de los payasos de Pacheco, en cuya serie se pone de manifiesto que en muy pocos trabajos artísticos dominicanos —de ayer y de hoy— se ha logrado plasmar con tanta maestría el contraste entre alegría y tristeza. Sin duda, se trata de uno de los logros artísticos más exquisitos y transparentes de Pacheco.

José Agustín Grullón

Abogado y escritor

José Agustín Grullón Nació en La Vega, República Dominicana, pero reside en Santiago de los Caballeros desde hace más de una década. Es licenciado en Derecho por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) y agrimensor por la Universidad Abierta para Adultos (UAPA). Cursa además un postgrado en Legislación de Tierras. Ha cursado algunos diplomados sobre Derecho Inmobiliario, Bienes Raíces, Topografía y Derecho Sucesoral. Como escritor ha publicado el libro de cuentos Las ironías del destino (2010).

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