Es en las relaciones con el paisaje, emanando de los movimientos del mundo interior o del mundo exterior, que se tejen las rutas y las fisuras del errante. Esta frase ha marcado profundamente los caminos que he ido construyendo a lo largo de esta experiencia psíquica que llamamos vida. Aquí, hoy y ahora, mi camino se abre al paisaje de la cordillera, en el corazón de las montañas andinas, donde mi propio corazón andino se ve reflejado. En este lugar mis mundos, exterior e interior, pasean susurrándose el uno al otro secretos inauditos, secretos ancestrales.
Desde los 2,550 metros de altitud en la ciudad de Cuenca, Ecuador, uno de mis “paisajes madre”, desisto de toda imposición y me observo siendo habitada por el paisaje como lenguaje, identidad, memoria y creación… evocando sutilmente al escritor caribeño Edouard Glissant y su poética de la relación… estas montañas me hablan alto, me hablan en lenguas somáticas que me atraviesan y me llevan a subir en una corriente de movimiento sediento, que quiere saber lo que está por revelarse detrás y dentro de sus siluetas guardianas, implacables y gigantes. Confieso, si no fui lo suficientemente evidente hasta ahora, que ciudades como Cuenca activan mi (autodenominada) "mística del exilio", pues ocupan partes visibles y no visibles de mi paisaje poético interior. Con fuerza y astucia, ellas van marcando estos territorios como lugares inabandonables de mi sentir. Bueno, parece que la fisura se va abriendo. Entonces, ahora sí vamos a lo que vinimos…
Cuenca, ciudad andina, centro prehispánico, donde nace la cultura indígena precolombina Cañarí, pueblo ancestral de agricultores, guerreros, artesanos, reconocidos por sus obras de orfebrería y cerámica, además de su profunda devoción por la tierra. Durante varios siglos afrontó diversas experiencias de ocupación. En un inicio fue ocupada por la expansión del Imperio Inca, bajo Tupac Yupanqui, y fue transformada en la ciudad Tomebamba, centro del Tawantinsuyu (Imperio Inca de los 4 cantos). Posteriormente, fue colonizada por los españoles en 1557 quienes cambiaron el nombre de la ciudad a Cuenca. A la postre, luego de 300 años de régimen colonial, Cuenca logró su independencia del dominio español en 1820. Sus calles empedradas, techos de teja roja, cúpulas azules de la catedral de la Inmaculada Concepción, como algunos de los fractales de la arquitectura colonial, rodeada por la majestuosidad de la cordillera de los Andes, le otorgaron la declaración como patrimonio cultural de la humanidad, en 1999.
Así, Cuenca es una ciudad con el alma nutrida por fuertes, violentos, dramáticos y ricos encuentros históricos en su continuo biográfico mítico cañarí, inca, español, mestizo y criollo: una carga relacional de gran diversidad.
En 1987, la artista Eudoxia Estrela concibe crear la primera Bienal de Cuenca, enfocada en otorgarle al alma de la ciudad un lugar de visibilidad dentro del arte contemporáneo en y desde Ecuador.
Cuarenta y dos años después, la Bienal en su edición número XVII llega con el concepto curatorial transversal del juego, bajo el título "The Game/El juego: Bienal de bienales". Su director, Hernán Pacurucu, apoyado en la fuerte convicción de actuar con la educación como base, celebrando la diversidad y promoviendo la inclusión, lanzó la provocación conceptual a 17 curadores internacionales para entrar en el juego y abrirse a las posibilidades de expandir la curaduría y tejer no solo una historia, sino integrar 17 visiones del juego, en 17 proyectos curatoriales diferentes, habitando 13 diferentes espacios, sedes de la Bienal, en toda la ciudad.
El artista, arquitecto y planeador urbano dominicano Raúl Morilla fue convocado por el curador Ezequiel Taveras, quién conceptualizó una visión en donde el juego es suplantado por el poder, tornándose este último una especie de impostor, haciéndose pasar por algo inofensivo, con una carga de violencia implícita, sustentada a partir de las trampas tejidas desde un sistema voraz que crece a partir del engaño y la autocomplacencia de la sociedad, logrando expandir su poder y dominio. En sintonía con la narrativa, la exposición "El poder se disfraza de juego" ocupa la arquitectura colonial de la Antigua Escuela que va asistiendo y reverberando espacialmente, transmitiendole a las obras esa esencia dramática que guardan los espacios coloniales.

En su repertorio curatorial, Taveras se ubica en el espectro de mimetización del poder, haciendo un recorrido textual sobre el continuum de escala y forma del control a través de sus diferentes expresiones y su impacto sobre el individuo en sociedad. Acompañado y sustentado por las obras de tres autores diferentes: el sociólogo Erving Goffman, con su metáfora del teatro social, en que la vida social es una representación teatral donde cada persona juega un papel ante una audiencia (en el front stage) y dentro de esa actuación cada símbolo se va desplegando, a través de gestos y rutinas cotidianas que refuerzan y confirman la jerarquía del poder. En lo sucesivo, el texto de Aldous Huxley “Un mundo feliz“, suma y cuestiona el consumismo como subordinación al sistema, mostrando al entretenimiento como una herramienta de distracción diseñada para domesticar y controlar, desde la sutileza del juego sagazmente orquestado en forma de placer. De esta manera, la felicidad no es elegida, ¡es programada! Finalmente, el tercer elemento en esta triada es la obra de George Orwell, "1984″ donde se plantea el control absoluto y directo que controla a través del miedo, y donde se impone el recurso de un nuevo lenguaje intencionalmente reductivo para crear menos posibilidades de expresión verbal, por ende, menos posibilidades de pensamiento crítico y, consecuentemente, más control sobre la población que no consigue expresar sus agravios. Con esta base, Taveras incita a tres artistas a ejercer, cada uno, su manera de entender y expresar el juego dentro de esta versión que va en clave desde imposiciones ejercitadas a la fuerza, pasando por reglas y consensos hasta llegar a la cooperación inconsciente en la opresión.
Raúl Morilla responde con su videoinstalación "Membranas del Santuario", conos tejidos con fibra de yute, que reposan colgados desde el techo del interior del recinto; y en el exterior, fijados a árboles en la plaza al frente de la misma sala, formando una especie de filtros gigantes que guardan, en su interior, videos emergiendo del suelo, proyectando imágenes que dialogan con diferentes ámbitos de poder desde esferas públicas y privadas… El público, sorpresivamente, puede observar lo que ocurre en la plaza afuera de la sala, desde la transmisión de una cámara localizada en la plaza exterior a la escuela, vigilando los conos y los transeúntes aproximándose a ellos. Pareciera que estas membranas se situaran como portales que "separan" porosamente las esferas y organizan el alcance de lo público y lo privado, desde un lugar privilegiado de poder, que nos permitiría observar lo que está ocurriendo en el mundo y su inconsciente colectivo, solo que, al vernos reflejados en las imágenes del transeúnte que no sabe que está siendo vigilado, podemos sentir la trampa sobre nosotros, dentro de estas cuerdas: envueltos en membranas entre la vida y la muerte, como las capas de opresiones siendo tejidas transaccionalmente, donde si se está dentro de una capa opresiva, se está también dentro de las otras….

Entonces, será que… ¿Tendremos un lugar de poder autodeterminado y autoconsciente, verdaderamente? ¿Quién será el observador y quién será el observado en este juego? Es impostergable que sepamos que algunos juegos no son justos, que la comunicación entre los jugadores no es transparente y que el abuso impera como manifestación desviada de las dinámicas del poder.
El juego que aquí se refleja como escenario de engaño dentro de la condición humana actual, desde una perspectiva psicoanalítica es un área intermedia, un espacio potencial. Tomando las palabras de Donald Winnicott, el juego es un lugar que constituye un tercer modo de vida, que no es el modo de vida interno, ni el modo de vida externo. Así, el juego es un lugar intermedio donde alcanzamos un grado de satisfacción altamente sofisticado y a la vez profundamente espontáneo. Este lugar existe inicialmente en el momento del juego infantil, que es fundamental para que ese niño desarrolle y establezca su relación con el mundo. Por lo tanto, el juego constituye la base de la "experiencia cultural" (entendida en grosso modo como tradiciones heredadas). Desde esta óptica, este sería un lugar auténtico para habitar en resonancia con el alma.
Nosotros transitamos esta área intermedia de la experiencia cuando vivimos experiencias intensas ligadas al arte, la religión, la vida imaginativa, el trabajo creativo científico… cuando estamos inmersos en una obra de arte, un libro, una melodía…una idea… Este lugar de juego es creativo y es desde donde gestamos nuestro mundo imaginal. Trayendo a Henry Corbin y su concepto mundus imaginalis, este espacio es un mundo real en su propio orden donde las imágenes son portadoras de alguna verdad profunda, inconsciente. Es decir, el juego es el lugar donde nos iniciamos en el uso de los símbolos, cuando lo habitamos estamos en un espacio de creación espontánea, donde amenizamos nuestro mundo de imágenes, que representan los fenómenos del mundo interno y externo. En palabras de Carl Jung, "el ser humano alcanza su plenitud en el juego, porque allí se reconcilian las fuerzas internas y externas, y se abre la posibilidad de crear cultura y sentido".
Eso sería el juego como principio, sin imposición ni manipulación. Desde la visión curatorial de Taveras, el juego es usado como dispositivo de control y máquina de guerra desde una elite, aquí, el curador delata ese lugar de privilegio y abuso y marca el límite a la esencia de la crisis del sistema, que está también mostrándose como síntoma, dentro de nosotros, manifestada en nuestra inconsciencia, extravismo, compasión ignorante. Con esto, Taveras nos alerta sobre el funcionamiento de las estructuras del poder: "el poder juega con nosotros haciéndonos creer que somos el poder, que lo tenemos, alimentándonos, pagando el juego", dentro de un futuro incierto donde el manejo de las situaciones se teja a través de interfaces recreativas, celulares, aplicaciones y bombardeo de imágenes. El poder se enmascara y nos lleva hacia él, hasta hacernos cómplices en nuestra propia opresión. Históricamente estamos en un momento intermedio de transición y cambio, donde el estado-capital parece reconfigurarse dramáticamente. Veremos cómo avanza esta historia y cuál será el próximo desafío a afrontar. Mientras tanto, ¿será que conseguiremos alinear ese espacio intermedio al juego como potencial creativo y así expandir nuestras vidas y la vida del mundo? ¿Podremos "hackear" esta lógica macabra de uso y desuso del poder y salir victoriosos en este juego? ¿O siquiera lograremos salir y no participar?
Son muchas preguntas y más incertidumbres… por ahora solo podemos seguir entrando profundo de la mano del arte y vivir sus cuestionamientos, e intentar entendernos mejor para cultivar nuestro propio juego, alineado al cuidado de todos.
Por aquí seguiremos intentando…
Referencias
Pacurucu, H. (2025). Entrevista sobre la XVII Bienal de Cuenca “The Game/El Juego: Bienal de Bienales”. Entrevista personal.
Taveras, E. (2025). Entrevista sobre la curaduría “El poder se disfraza de juego” en la XVII Bienal de Cuenca. Entrevista personal.
Morilla, R. (2025). Entrevista sobre la obra “Membranas del Santuario”. Entrevista personal.
Moreno, J. (2010). Historia de Cuenca: de la época cañarí al patrimonio cultural de la humanidad. Quito: Editorial Abya-Yala.
González Suárez, F. (1890). Historia general de la República del Ecuador. Quito: Imprenta del Clero.
Idrovo, J. (1999). Los cañaris: arqueología y tradición. Cuenca: Universidad de Cuenca. Goffman, E. (1959). The Presentation of Self in Everyday Life. Garden City, NY: Doubleday.
Huxley, A. (1932). Brave New World [Un mundo feliz]. London: Chatto & Windus.
Orwell, G. (1949). Nineteen Eighty-Four [1984]. London: Secker & Warburg.
Winnicott, D. W. (1971). Playing and Reality [Jugar y la realidad]. London: Tavistock Publications.
Jung, C. G. (1959). The Archetypes and the Collective Unconscious. Princeton, NJ: Princeton University Press.
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