La filosofía, en toda su esencia, es fuente de infinita sabiduría . Sus reflexiones, críticas y certeras, son, las más de las veces, dadoras de saberes impregnados de sentidos y valiosas orientaciones, que, a menudo, se traducen en conocimientos.
Como se habría de suponer, dichos conocimientos son indispensables para interpretar y entender la realidad en sus dos vertientes fundamentales: la material y espiritual. Ambas, claramente diferenciadas entre sí, provocan el vuelo de la imaginación poética.
Julio Cuevas, admirable maestro de la poesía, filósofa, con prudencia y mesura, tanto la realidad material como la espiritual. Una y otra la refleja en la conciencia, al tiempo que descubre, no en vano, el ser de la poesía implícito en la mismas. Además, la embellece y filosofa con profundidad descarnada.
Cuevas visualiza la poesía desde un perspectiva filosófica amplia, crítica, serena y situada. Por tal motivo, sus poemas no son fruto del azar, sino de la lucidez racionar.
Más que poco, revitaliza cada vez más su doctorado en filosofía con reflexiones atentas, continuas lecturas y reelecturas.
Todavía más: respira y suspira la ternura, la melancolía y la tierna frescura de la poesía; saborea y goza su aroma embriagador. De ahí que sus creaciones poéticas sean, además de encantadoras, seductoras.
Sin duda alguna, Cuevas es maestro y filósofo de la poesía, porque:
1-Posee imaginación creadora.
2-Trasciende la apariencia de la realidad.
3-Sabe determinar, con astucia, el límite del poema.
4-Con frecuencia, desoculta el sentido de la poesía.
5- Reflexiona, un y otra vez, la esencia y particularidades de la poesía.
- Perfecciona el poemas y lo imagina de distintas maneras hasta que el pensamiento sude metáforas deslumbrantes.
7- Crítica y medita la poesía.
8- Reinterpreta las interpretaciones sobre la poesía y comprende sus significantes y significados.
Por esa y otras razones, Cueva, no se puede menos que decir, abstrae la poesía y la transforma en hermosos poemas que asombran la imaginación y la deleitan.
El mundo, la realidad y el poema lo filósofa sin dogma, ni prejuicio alguno.
Su filosofar no es hermético, ni restringido, sino todo lo contrario: abierto y, sobre todo, plural, toda vez que es contrapuesto a la estrechez de miras de la razón ahogada en las espantosa tinieblas de la incertidumbre.
Cuevas, de suyo, no huye de la solitud, en tanto cuanto la procura durante el proceso creativo y, sin más, disfruta, a plenitud, el lenguaje del silencio y la enrarecida melodía del susurro de la naturaleza.
Los griegos, no es secreto para nadie, desarrollaron el hábito de filosofar gracias a la curiosidad, la duda, el asombro y la sed insaciable de saber.
Siguiendo el hilo conductor de la sabiduría, Cuevas conjuga las escuelas y corrientes de pensamientos de la Edad Media, la modernidad, la contemporaneidad, así como la época de la razón virtual, de la cual, con asombrosa naturalidad y concisión, nos habla Adela Cortina, reconocida filósofa y referente obligado de la ética empresarial en el mundo de hoy.
Los conocimientos sobre historia de la filosofía y poesía permitirían a Cuevas elaborar, con entera propiedad, algunas conceptualizaciones filosóficas sobre la poesía:
1)“Poesía, en sí misma es una manifestación estética del hacer filosófico, porque en todo hecho de lengua, percibe un hacer filosófico que es lo que le otorga sentido y universalidad”.
2)”La filosofía , en el hacer poético, contribuye a transformar y dar conciencia y semanticidad al decir del sujeto- creador, en este caso, del poeta”
Esas consideraciones, a además de sabías y sensatas, son, a todas luces, puramente filosóficas.
En efecto, no fue nada casual que Edgar Allan Poe escribiese ‘Filosofía de la composición’ para dar cuenta del proceso creativo de su magistral poema “El cuervo”. Lo hizo, sin duda alguna, por sus frecuentes lecturas sobre filosofía y disciplinas que la integran.
Otros tantos poetas, mucho antes que él, revelan en sus escritos determinadas influencias filosóficas. Entre ellos, por solo mencionar algunos, cabe mencionar los siguientes: Píndaro, Homero, Lucrecio, Parménides, Virgilio, Cleobulina, Cervantes y Ovidio.
Milton, Goethe, Rilke, Maillard, Weil, Rimbaud, Baudelaire Zambrano, Pizan, Avelino, Murdoch, Elio, Valéry, Pessoa, Paz, Schiller, Horderlin, Benedetti, Neruda y Unamuno, poetizaron siempre amparados en una concepción filosófica específica.
Jorge Luis Borges no sería la excepción. La razón: leyó mucha filosofía tanto de Oriente como de Occidente. De ahí que pudiese categorizar (en tono y sentido) la poesía:
“La poesía no es para mí la expresión de aquel azoramiento ante las cosas, de aquel asombro del Ser que todos hemos sentido tras de un suceso excepcional o sencillamente después de una disputa metafísica, sino la síntesis de una emoción cualquiera”.
Esa apreciación, Cuevas no la perdería de vista, debido a que su obrar poético no viene dado por el asombro, ni, mucho menos, por el azar.
Como se habría de suponer, todos, sin quererlo, vivimos desviviendo. De no ser así, no sentiríamos la necesidad de existir, ni tendríamos, por consiguiente, la pasión ardiente para descubrir el sentido de vivir y elegir de la mejor manera posible.
El célebre filósofo, ensayista y periodista, José Ortega y Gasset dijo alguna vez:
“La vida es quehacer; sí, la vida da mucho quehacer, y el mayor de todos averiguar qué es lo que hay que hacer. Porque en todo instante cada uno de nosotros se encuentra ante muchas cosas que podría hacer, y no tiene más remedio que resolverse por una de ellas. Más, para resolverse por hacer esto y no aquello tiene, quiera o no, que justificar ante sus propios ojos la elección(…)”.
Entre las muchas opciones de vivir, Cuevas supo elegir, sin temor ni temblor, el arte dignificante de hacer poesía con libertad e ingenio creativo, siempre fundamentado en la filosofía. Por tal razón, es de justicia decir, que se trata de nuestro más auténtico filósofo de la poesía.
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