II-El eco de las voces olvidadas
Hay escritores que narran lo que ven, y hay otros —como Irene Vallejo— que iluminan lo que el tiempo quiso borrar.
En ella, la palabra se convierte en puente entre los antiguos y los vivos, entre el polvo de las bibliotecas perdidas y la respiración de quienes aún creemos en la belleza como refugio.
Cuando leemos El infinito en un junco, sentimos que cada página es una expedición al origen de la palabra escrita, pero también una revelación sobre el presente: cómo sobrevivimos, cómo recordamos, cómo seguimos buscando sentido en medio del ruido.
La mujer que escribe desde los orígenes.
¿Crees que escribir es una forma de arqueología emocional más que de memoria intelectual?
Para mí es ambas. Cuando estudiaba descubrí maravillada ese concepto de la filósofa María Zambrano, la razón poética: «Pensar es descifrar lo que el corazón siente, liberándolo de la opacidad en que está apresado». Las ideas son inseparables de las emociones, no podemos pensar en nada que nos importe sin que los sentimientos broten. Somos herederos de una tradición que escindió la mente y la creyó independiente, más fiable y valiosa que el corazón. Hoy sabemos que ambos trabajan juntos, que se necesitan y se comunican. Últimamente, estudiando neurociencia, me fascinó saber que los científicos ya han comprobado que el cerebro y el corazón se acompasan.
En El infinito en un junco rescatas copistas, esclavos, lectoras ocultas… ¿cuál de ellos te acompaña todavía cuando cierras el cuaderno de apuntes?
Quise escribir un libro de historia que contemplase a las personas anónimas, no solo a los emperadores, guerreros y grandes personajes. El infinito en un junco nació como unas mil y una noches de los libros: un dédalo de aventuras, viajes, peripecias y persecuciones. Un ensayo que se pueda leer como una crónica íntima, que suscite el placer y el suspense de una novela. Lo protagonizan bibliotecarias, esclavos, maestras, traductores, libreras, viajeros, sabias, lectores. Investigué las huellas de cada una de esas vidas a través de los hallazgos de la arqueología, lápidas funerarias, notas marginales en manuscritos, documentos rescatados, buceando en testimonios poco conocidos… y fue conmovedor rescatar esos fragmentos de biografías olvidadas. Cada una de ellas ha dejado una huella en mí.
¿Qué has aprendido de los silencios femeninos en los textos antiguos?
He aprendido que, frente al tópico de la historia oficial, las mujeres jugaron un papel intelectual incluso en la Antigüedad, una época tan hostil a la creación femenina. Pregunté a las fuentes, a los textos y a la arqueología por la huella evanescente las escritoras, filósofas, científicas y maestras. El infinito en un junco es una historia del conocimiento, plagada de riesgos, viajes e inventos, donde las mujeres no son una simple nota al pie, un epígrafe al final del capítulo, sino protagonistas de la aventura, heroínas valientes que –junto a tantos hombres, por supuesto–, han defendido los libros frente a la destrucción y el olvido. Fue asombroso descubrir que la primera persona que firmó con su nombre un texto literario en la historia fue una mujer, una sacerdotisa acadia, Enheduanna (2285-2250 a. C.)., muy anterior a Homero y a los demás escritores conocidos.
Y así, entre el hilo de Ariadna y las páginas de El infinito en un junco, comprendemos que la lectura es también una forma de regresar: de volver a los orígenes sin dejar de avanzar.
En la próxima entrega: “El tiempo y los libros.”
Conversaremos con Irene Vallejo sobre el porvenir de la lectura, los desafíos de la era digital y la esperanza que aún habita entre las páginas. Porque, al final, la literatura, como el hilo de Ariadna, no nos conduce fuera del laberinto, sino hacia el centro luminoso de nosotros mismos.
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