«El pensamiento es el corcel; la razón, el jinete»
— George Sand
‘’El huevo roto y la razón’’, de Basilio Belliard, puede leerse, en su dimensión más profunda, como una metáfora filosófica del límite de la razón humana frente a lo irreparable y, al mismo tiempo, como una interrogación radical sobre el origen. El huevo simboliza la totalidad primordial: lo intacto, lo potencial, aquello que aún no ha sido expuesto al tiempo ni a la fractura. Al romperse, irrumpe la conciencia del daño, de la pérdida, de lo que ya no puede retornar a su estado inicial. En ese quiebre emerge la pregunta fundamental de la filosofía: ¿qué puede la razón frente a lo irreversible?
La razón aparece entonces no como omnipotencia, sino como tensión trágica: el intento siempre insuficiente de recomponer sentido allí donde la unidad se ha disuelto. Desde Platón hasta Heidegger, pasando por Descartes, la razón ha sido concebida como vía de acceso a la verdad; sin embargo, Belliard nos conduce hacia una razón que reconoce su límite y, precisamente por ello, se abre a la poesía. En ese punto, la razón deja de ser dominio y se vuelve escucha.
El huevo roto no es solo destrucción: es también germen. En la búsqueda del arché, la ruptura puede ser el inicio de un nuevo principio. Así, lo que parecía fracaso se transforma en posibilidad creadora. Esta ambivalencia sostiene toda la obra: la razón no puede reparar el pasado, pero sí interpretarlo, dotarlo de sentido, narrarlo. De ahí surge la razón poética como síntesis: ni pura lógica ni puro delirio, sino una forma de conocimiento que integra herida y lucidez, pasión y pensamiento.
Desde esta perspectiva, el acto crítico y ensayístico de Belliard se convierte en un ejercicio ético: leer, pensar y escribir como formas de resistencia frente al olvido y la fragmentación. En tiempos en que la técnica amenaza con sustituir la reflexión, la razón poética reivindica la palabra como morada del ser, como espacio donde lo roto no se niega, sino que se comprende. ‘’El huevo roto y la razón’’ nos recuerda que pensar no es restaurar lo perdido, sino aprender a habitar la grieta. Allí donde algo se ha quebrado —la historia, la cultura, el sujeto— nace la necesidad de la filosofía, de la literatura y del pensamiento crítico: no para cerrar la herida, sino para volverla significativa.
¿Y la razón? ¿Existe un breve intervalo para que asome? El instante la reclama. ¿No puede apreciar ni decodificar lo inexcusable? Sale de su cueva y selecciona. ¿Se manifiesta en el presente? ¿Es solo un receso ocasional? ¿Un destello fugaz que debe atraparse? No todos pueden percibirla.
El huevo roto es la imagen de aquello que alguna vez fue perfecto sin saberlo. Mientras permanece intacto, no se piensa: simplemente existe. Solo cuando se quiebra aparece la conciencia, la sombra, la pérdida. La razón nace allí, en el instante de la fractura, como un intento de comprender lo que ya no puede cerrarse. El huevo representa la totalidad primera: la infancia del mundo, la inocencia del sentido, la unidad previa a la palabra. Al romperse, expone su interior al aire del tiempo, a la intemperie del lenguaje.
El zigoto se quiebra. Siempre fue frágil. Presagio de todos los tiempos para esta humanidad: desconcierto de latidos y prudencias; efluvio de nuestras cercanías; defoliación de todas las tolvaneras. Anhelo de orvallos de elocuencias y joyas, de deseos agotados, de pensamientos hondos, de enigmas resueltos por metáforas luminosas, de corazonadas en los desatinos por elegir. Ausencia de ruido. Metempsicosis.
¿Será el huevo una primera opción? Núcleo perpendicular. ¿Serás impenetrable, rudimentario, veleidoso? Sin engaños, sin religiones, sin ribetes, sin demiurgos. ¿Serás mudo, seductor, entrometido, impaciente? ¿Demente por el embeleso que somete? En la querida calentura, en poemas de afecto, en la ventisca más cruel de este dilema que es la vida. ¿Por eso te escogen tantos seres? Zigoto, huevo, aunque te quiebres.
La razón, entonces, no es fuerza reparadora: es voz que nombra la herida, que ordena los fragmentos y los convierte en significado. Pero la grieta no es solo ruina. De la cáscara rota surge la posibilidad del nacimiento. Lo que se rompe deja de ser promesa silenciosa para convertirse en vida expuesta, vulnerable, pensante. ¿La razón camina sobre los restos del huevo no para reconstruirlo, sino para comprender por qué tuvo que romperse?
El huevo roto es la experiencia humana misma: amar y perder, creer y dudar, crear y destruir. La razón es el gesto que recoge los fragmentos y los dispone como símbolos, palabras, metáforas. No salva lo perdido, pero evita que sea inútil. En ese equilibrio precario, la metáfora se cumple: solo lo que se rompe puede ser pensado; solo lo pensado puede ser narrado; y solo lo narrado permanece. El huevo no vuelve a ser huevo, pero su ruptura inaugura el sentido.
El huevo roto es el alma cuando deja de estar cerrada sobre sí misma. Mientras permanece intacta, vive protegida, sin preguntas, envuelta en una plenitud silenciosa. Al quebrarse, duele. Pero ese dolor no es castigo: es despertar. La cáscara es el límite que resguarda y, al mismo tiempo, encierra; cuando se quiebra, el espíritu queda expuesto a la luz, al frío, al misterio.
¿Entre el huevo roto y la razón se apartó el licor de las siluetas? ¿Y de las flores arrancadas, del enfado y la sospecha, cuál de las dos ha deambulado más? ¿En la existencia se alejan y se acercan? Se apartó el quinqué del conector y quedó la hogaza acre de la desazón. ¿Acaso eran pretérito? ¿Y en las sombras abrían las compuertas del cielo y centelleaban alumbrando la noche? De pronto cayó una lluvia refulgente y ya no hubo tormenta en ellos. Sus sombras, líquido rojo de quienes alababan la razón. Los demás sucumbían en una vorágine arrasante de abejas furiosas y mariposas sin control. Los adeptos del huevo roto oraban esperanzados, aguardando una señal, solo eso. Entre las razas de las lunas crecientes que esperan el alba y tiemblan. Tras las puertas de la llovizna, sin fidelidad. La sal de sus ojos cayendo, como si pudiera detener su transitoriedad.
La razón, entendida no como cálculo, como conciencia, aparece entonces como una lámpara tenue que no recompone la cáscara, pero guía en la intemperie. Nada verdaderamente espiritual nace sin ruptura. El huevo roto es la pérdida de la inocencia, la caída necesaria, la noche oscura del alma. Solo al quebrarse lo cerrado puede salir. Lo vivo no crece en lo intacto: es en lo herido donde se expande.
En este horizonte, la razón no domina ni explica: acompaña. Cada fragmento de cáscara es memoria, experiencia, aprendizaje. El alma no regresa al origen, pero se reconoce en él. La razón espiritual no intenta recuperar la pureza inicial: transfigura la pérdida en sentido, el dolor en comprensión, la caída en camino. El huevo roto no es fracaso: es tránsito. Es el gesto sagrado de la vida rompiendo sus propios límites para hacerse conciencia. La razón es el acto humilde de acoger esa revelación sin profanarla, sabiendo que lo divino no habita en la perfección cerrada, sino en la fragilidad iluminada.
Este texto que escribo sobre ‘’El huevo roto y la razón’’ no es únicamente una reseña crítica; es, ante todo, un ejercicio de pensamiento que se despliega en capas, como un palimpsesto donde confluyen la filosofía, la poética y la historia del espíritu humano. No me limito a hablar del libro de Basilio Belliard: lo pienso, lo habito y le doy continuidad.
El símbolo del huevo roto funciona como eje hermenéutico del texto. No es una metáfora ornamental: es imagen ontológica. Aquello que, una vez fracturado, no puede volver a su forma originaria. El zigoto, en tanto principio germinal, remite al origen de la cosmología primera y a la promesa de la totalidad. Su ruptura introduce la conciencia de la irreversibilidad, del tiempo histórico, de la pérdida y de la caída. En este sentido, el huevo roto es alegoría de la condición humana misma: el ser expulsado del paraíso de la unidad, incapaz de regresar a él.
Frente a esa fractura se alza la razón, no como instrumento frío ni como mecanismo lógico cerrado, sino como fuerza trágica y creadora. El recorrido por Platón, Descartes y Heidegger muestra que la razón no es un bloque monolítico, sino una facultad históricamente tensionada entre la claridad y el abismo. Aparece como el esfuerzo humano por recomponer lo irrecuperable, por otorgar sentido a lo quebrado.
La razón poética no niega el dolor de la ruptura ni busca sellar la herida con sistemas cerrados; prefiere habitar la grieta, pensar desde ella. Transforma el dolor en imagen, en palabra, en revelación. Allí donde la filosofía pregunta, la poesía encuentra; donde el logos se esfuerza, el silencio fecunda.
En esta obra se produce una reconciliación superior: razón y pasión, mente y corazón, pensamiento y delirio no se oponen, se implican. La razón poética surge, así como síntesis ética y estética, capaz de asumir la complejidad del mundo contemporáneo, incluida la amenaza deshumanizante del homo sapiens 2.0 y la inteligencia artificial, sin renunciar a la dignidad del pensamiento humano.
El texto de Belliard traza una defensa del humanismo en su sentido más amplio. La vasta galería de autores, movimientos y tradiciones que convoca no responde a un afán erudito, sino a una convicción profunda: la literatura y el pensamiento son formas de resistencia espiritual frente al empobrecimiento del sentido. Leer, en esta concepción, es un acto fundacional, casi iniciático, que constituye al sujeto y lo inscribe en el mundo.
Particularmente revelador es el énfasis en la noción de lo clásico. Lo clásico no es lo antiguo ni lo canonizado: es aquello que no cesa de decir, lo que resiste el desgaste del tiempo porque sigue interpelando al lector. El clásico es, en este sentido, otro huevo roto: atravesado por la historia, fracturado por múltiples lecturas, y aun así irradiando sentido.
Finalmente, cierro este artículo con una ética de la crítica literaria basada en el placer del texto y la responsabilidad intelectual. He leído ‘’El huevo roto y la razón’’ desde una crítica viva y apasionada, alejada del dogmatismo académico y cercana a la experiencia estética. No es solo un libro: es un gesto cultural, una invitación a pensar, leer y sentir desde la complejidad.
La obra de Belliard nos conduce a una meditación lúcida sobre la fragilidad del origen, la potencia de la razón poética y la necesidad urgente de preservar el pensamiento humanista en tiempos de aceleración, fragmentación y olvido. Aquí la razón no repara el huevo roto: lo comprende, y en esa comprensión funda una nueva posibilidad de sentido.
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