“Mi cuerpo: fardo al borde de cada acantilado, crisálida de babas y deseos.” (Página 13, Poema 3)
En el poemario Si parece irreal es coincidencia, Plinio Chahín (1959, Santo Domingo, República Dominicana) construye una arquitectura verbal que transforma cada poema en un microcosmos vibrante. Desde la página 11, donde la voz declara “Anochecer, regreso a Ítaca”, se inaugura una poética del retorno, de la errancia simbólica y del desdoblamiento perceptivo. Esta frase abre un territorio donde mito, memoria y cuerpo se entrelazan, cumpliendo la intuición de Octavio Paz cuando afirmaba que la imagen poética es “reconciliación de contrarios”.
La expansión del lenguaje se percibe en la sintaxis ondulante que el poeta despliega a lo largo del libro. No se trata de una linealidad discursiva, sino de un ritmo que se curva, retrocede y estalla. En la página 13, el poema afirma: “Mi cuerpo: fardo al borde de cada acantilado; crisálida de babas y deseos.” Este verso —que funciona ahora como epígrafe— sintetiza la tensión entre peso y metamorfosis, entre lo corporal y lo visionario. La prosa poética de Chahín vibra, respira, se remansa y vuelve a ascender como una ola continua.
Los poemas configuran un universo donde el cuerpo femenino no es solo figura erótica, sino eje simbólico y energético del libro. En la página 15, la imagen es reveladora: “Te deslizas, piel y suelo, distante y desvestida: augurio de la luz.” Aquí el cuerpo actúa como transmisor de claridades y presagios, recordando la visión lezamiana del cuerpo como espacio de revelación. Chahín logra que la corporeidad ascienda hasta convertirse en irradiación simbólica.
La dimensión metafísica del poemario se intensifica en páginas como la 22, donde se lee: “Girar entre mis huesos ascua viva, te escucho zumbadora.” Esta línea condensa el desgarro intuitivo y la temperatura onírica que atraviesa la obra. O, en la página 24, cuando la voz se declara en despojo radical: “Sola, hambrienta, mi piel es ya un colgajo.” Esta radicalidad sensorial recuerda el temblor visionario de Huidobro y Juarroz, para quienes la imagen no representa: ilumina.
La fusión entre paisaje interior y exterior alcanza una de sus cumbres en la página 17, donde “los vientos soplan a su alrededor, cortantes, apasionados.” En este poema, lo natural se vuelve un espejo psíquico: las fuerzas del viento, la sombra, el vértigo y las moradas imaginarias son modulaciones del estado interno del yo poético. Esta correspondencia sugiere un diálogo con la idea lezamiana de que la imagen poética funda realidad.
En los tramos finales del libro, la poética se condensa hacia una zona de revelación íntima y crepuscular. En la página 70, el hablante escribe: “Gira en todo el cuerpo mi delirio y esquiva la frente del vértigo.” Este verso, centrado en la rotación sensorial del yo, intensifica la búsqueda de una conciencia ampliada. Finalmente, en la página 90, la palabra se repliega en un gesto de memoria y espejismo: “El vestigio de una carta no enviada delata la ficción de un sueño.” El mundo se transforma en una imagen final donde la carta no enviada —la palabra suspendida— crea su propio crepúsculo.
En conjunto, Si parece irreal es coincidencia es una constelación de respiraciones: cada poema funciona como una galaxia significativa donde el lenguaje no se limita a decir, sino a expandirse. La sintaxis ondulante, el vuelo intuitivo y el cuerpo como fulcro simbólico generan una poética que no describe: transfigura. Chahín convierte el poema en un estado de conciencia, en una iluminación que pulsa entre la carne y lo trascendente.
Moca, 12 de noviembre de 2025
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