El cuento realista ha sido ampliamente cultivado en la literatura dominicana, pero muy pocos escritores dominicanos han cultivado el cuento fantástico. Esto parece un poco extraño, o incluso incomprensible, puesto que la literatura fantástica es una de las más atractivas de las letras universales y, como consecuencia, son muy contados los grandes cuentistas universales que no han incursionado en la corriente fantástica. Sin duda, los grandes escritores casi siempre son proclives al cultivo de la literatura fantástica, especialmente en el cuento. Sin embargo, sólo hay algunos nombres ilustres en la literatura dominicana que —no sin acierto— engrosan la lista de autores cuyos cuentos permean las lindes de lo fantástico. Y, desde luego, uno de ellos es Eugenio Camacho (Moca, República Dominicana, 1963). Con Melodías del cuerpo presente (2007), el autor pone de manifiesto que conoce y domina los intríngulis del cuento fantástico contemporáneo, un tipo de cuento que —sin perder autenticidad— bebe en este caso de las fuentes del cuento de índole cortazariana.
El tratamiento de lo fantástico en los cuentos de Eugenio Camacho es de naturaleza sutil, hasta tal punto que por momentos este elemento parece casi imperceptible, puesto que lo fantástico aquí se diluye y, como consecuencia, se fusiona casi siempre con elementos realistas. Tal es el caso, por sólo poner dos ejemplos, de los cuentos Estridencias y El último amor, que pueden ser leídos como cuentos de carácter fantástico, pero también como cuentos de carácter realista. En este primer cuento tiene lugar una integración soporífera entre el jazz, el grafiti, la nostalgia, el alcohol del bar y la pena de Pedrito, lo cual forma un ente que funge como eje del cuento: un grito desgarrador y profundo; el grito del descalabro y el desconcierto, de la alienación y la sinrazón; es un grito que se convierte en música y luego en protesta, es, más bien, la melodía de la muerte. Asimismo, en el segundo cuento la trama es realista, pero ya desde las primeras palabras el lector es testigo de la presencia fantástica de un fuerte e indetenible olor a virginidad de hombre, que, en consonancia con la calentura de una mujer, se convierte casi en un personaje que sale por los intersticios del cuarto de Virginia y, amenazante, imponente y peligroso, se mueve en vaivén por los alrededores de la zona. Es un perfume cuyo olor lo invade todo y va en zigzag de Este a Sur, y de Sur a Este, pero no tiene tiempo de llegar al Norte ni al Oeste, porque al final el olor es ya un veneno que —hasta la convulsión— impregna los insaciables sentidos de un triángulo amoroso cuyas figuras geométricas sólo cesan de bailar cuando dos inesperados y violentos disparos de arma de fuego ponen fin a la irremediable intoxicación que los corroía.
El cuento titulado En el interior de una gota de sudor presenta lo fantástico a través de una gota de sudor en la que tiene lugar todo un mundo con vida propia; una especie de microcosmos en donde se dan la mano el absurdo, la alienación, la prostitución, el alcohol, el desnudo, el deseo, los celos y la violencia. Aquí lo patético y lo macabro se yuxtaponen al través de una danza de la muerte perpetrada por borrachos libidinosos y desquiciados mentales; es, más bien, una gota de agua envenenada que, por lo alienado y patético del universo del cuento, se convierte en un mundo marino no apto para peces sino para tiburones y leviatanes. Sí, todo ocurre en una gota de sudor que primero se convierte en agua y después en un charco de sangre, que —invocando la degradación y la perdición— inunda todo a su paso y atropella sin clemencia a los renacuajos de un río de mala muerte en el que también sucumben ahogados —víctimas de su propio sudor— los dos protagonistas, o sea una meretriz y su quijotesco chulo de ocasión.
También lo alegórico y simbólico, además del absurdo y la alienación, son, al igual que en este cuento de la gota de sudor, los ejes centrales del cuento La fuerza oculta del pez. Aquí el microcosmos que crea la mente del protagonista no es el sudor ni el agua, sino un chorro de aceite dentro de un plato, puesto que, cuando se dispone a comer, el personaje ve peces de colores nadando en el aceite; los ve —sólo él los ve— moviéndose y saltado del plato; saltan hacia él una y otra vez; los ve en la mesa del comedor, en el espejo y en su dormitorio; siente que están sobre él, en la ropa, en la cara, los ojos y las cejas; siente que le desfiguran el rostro, el cual supone postizo. Entonces intenta evadirlos, pero el sueño y la locura de la que es víctima no hacen sino aumentar la presencia de los peces. Por otro lado, en el cuento Los secretos del fango lo fantástico hace acto de presencia desde el inicio del viaje de un hombre hacia su propia consciencia. Hay un sueño y, sobre todo, una imaginación alienada del personaje, lo cual constituye el móvil de la quimérica y onírica acción del cuento. El hombre viaja consigo mismo, o ya con otro, hacia y desde el interior de sí mismo y a su vez los ojos forman un microcosmos en el que se forma el fango de agua salada cuyo interior es a su vez un mundo absurdo en el que los peces rozan los párpados y las pestañas del personaje, y hay además serpientes y fieras antiguas, y, también, están él y su otro yo viendo su propio viaje mortífero hacia lo incomprensible.
En el brevísimo relato titulado Historias de perros lo fantástico está trabajado con delicadeza, hasta tal punto que se puede leer cual si fuese de corte realista, y, sin embargo, es un cuento fantástico cuyo tema —para ser creíble— obliga al cuentista a la condensación y la máxima economía de medios. Es el arte de lo no dicho lo que caracteriza a esta historia mínima, puesto que en ella lo más importante no se dice, sino que se sugiere. Es una de las piezas más logradas del libro. Aquí lo fantástico se presenta de forma implícita y raya en lo absurdo, es decir, el desequilibrio y la sinrazón de la mujer y del veterinario están sutilmente expresados. La "cordura" de ambos no es normal. Lo único normal es que, entre los tres animales, hay un perro que únicamente ladra hacia la luna cuando se siente solo y triste. Por otro lado, en Teresita Vittier el elemento fantástico surge cuando se manifiesta la zoofilia que tiene lugar entre Teresita y el gato Mackey; una y otra vez el gato de Angora lame hasta el paroxismo la entrepierna de Teresita, la cual gime de placer. También se evidencia lo fantástico cuando el lujurioso gato sale continuamente a la calle llevando en la boca ropas interiores femeninas y cuando peligrosamente muerde un seno de mujer, hasta que el cuento concluye con el accidente de Mackey y el confuso e inexplicable embarazo de Teresita.
En el cuento Imágenes del sueño lo fantástico tiene lugar cuando lo onírico forma una simbiosis con las quiméricas visiones del espejo y la imaginación de la lectura que lleva a cabo el personaje central. Éste sueña, lee o ve en un espejo su propio destino; es decir, el personaje presencia el desdoblamiento de personalidad de un hombre —su otro yo— que es arrastrado por una corriente de agua y, entre recuerdos de lectura y de alucinógenas visiones de espejo, ve la silueta de su propio esqueleto yaciendo rodeado de peces bajo aguas marinas, hasta que al final comprende que ha sido testigo del proceso de su propia muerte. Es también lo onírico, la alienación y los viajes a través de la lectura de los personajes como lectores, lo que caracteriza el tratamiento fantástico de los cuentos titulados La danza del barro, Sobre el arte de aparecer en todas partes, Germinación e incluso El regreso de Lila.
En estos últimos cuentos es evidente la influencia remota de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Borges y, sobre todo, de Continuidad de los parques, de Cortázar. De hecho, El regreso de Lila —además de la influencia del referido cuento cortazariano— presenta ecos de El coronel no tiene quien le escriba y de El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez. Pero la presencia de Cortázar es una constante muy poderosa en los cuentos de Eugenio Camacho; sin duda, Cortázar es el escritor extranjero cuya influencia se siente con mayor peso en los cuentos que integran el libro Melodías del cuerpo presente. Mas hay otras influencias. En Estridencias, por ejemplo, se percibe vagamente el influjo de Bienvenido, Bob, de Onetti, y, especialmente, de Una flor amarilla, El perseguidor y Graffiti, de Cortázar. Pero también hay ecos de La noche de los alcaravanes, de García Márquez. Los secretos del fango tiene reminiscencias de Las ruinas circulares y El Aleph, de Borges. El arte de aparecer en todas partes puede tener influencia remota de El reino de este mundo, de Carpentier; de El Aleph, de Borges; de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Stevenson; de William Wilson, de Poe; y, directa o indirectamente, de El doble, de Dostoievski. La danza del barro presenta ecos de Las Ménades, de Cortázar, y de El Aleph, de Borges. Imágenes del sueño nos remite, de algún modo, a La caricia más profunda, La noche boca arriba, El río, No se culpe a nadie y, sobre todo, a Axolotl, de Cortázar. También nos remite a la atmósfera de La transformación, de Kafka, a El puente sobre el río del Búho, de Ambrose Bierce, y a los cuentos psicológicos de Virgilio Díaz Grullón. El cuento Germinación tiene el influjo de Continuidad de los parques, de Cortázar. En el interior de una gota de sudor presenta huellas de Edgar Allan Poe, y Teresita Vittier es, en la forma y la estructura, de influencia cortazariana.
La influencia de los cuentos de Juan Bosch es, en Eugenio Camacho, mínima o acaso nula. Al menos es así desde el punto de vista del fondo, puesto que la ruralidad que a veces aflora en estos cuentos difiere de la ruralidad que caracteriza a los de Bosch. Pero en lo formal puede no ser así, pues los cuentos incluidos en Melodías del cuerpo presente están moldeados y estructurados de conformidad con la teoría del llamado “tema único del cuento”, una teoría que —en su poética sobre el género— Bosch acuñó y defendió con tesón porque al parecer la consideró un axioma. En todo caso, el gran maestro de Camacho parece ser Cortázar. Pero si Cortázar es el escritor extranjero que más tiene que ver con los cuentos de este autor, entre los escritores dominicanos es Virgilio Díaz Grullón el que más ha influido en estos cuentos. Por ejemplo, En el interior de una gota de sudor, La fuerza oculta del pez, Imágenes del sueño y Los secretos del fango —además de la influencia de Continuidad de los parques, de Cortázar, y de Las ruinas circulares, El Aleph y Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Borges— presentan influencia directa de algunos cuentos de Díaz Grullón, especialmente de Más allá del espejo, Círculo, Diario inconcluso, Viaje al microcosmos, La verdadera pesadilla, Punto de vista, El cuento sin título y La pareja. Pero, desde luego, cuando hablamos de influencia no estamos restando importancia al trabajo de un creador como Eugenio Camacho, pues las influencias no sólo son inevitables, sino que además son indispensables (especialmente cuando vienen de los grandes escritores). Pueden ser influencias conscientes o inconscientes, pero siempre estarán presentes en los escritores. No ha existido un gran escritor que no haya sido influenciado por otros grandes escritores, pues el escritor es el producto no sólo de lo que vive, sino también de lo que lee. Es inconcebible la existencia de un escritor que no sea un lector voraz. Por ello, sin buena lectura no hay buena escritura. Y Eugenio Camacho es buen lector y buen escritor.
Hay que recordar que recibir la influencia de otros escritores no es lo mismo que imitar, y, además, Eugenio Camacho no ha hecho imitación, sino que, como todo buen escritor, ha sabido recibir y aprovechar la influencia de los mayores, lo cual ha enriquecido y fortalecido a estos cuentos, porque la influencia, ya fuese consciente o inconsciente, no es otra cosa que darle rienda suelta a la voz propia en consonancia con el impulso de otras voces que —como ecos lejanos— forman una mezcolanza con la propia voz, que de ese modo se nutre y fortalece cada vez más sin perder la esencia. Y, sin duda, el autor ha escrito estos cuentos sin perder su esencia, pues son cuentos auténticos, escritos en un español dominicano y, en ocasiones, de corte oral; pero, por la deliberada ambigüedad que los caracteriza, exigen una relectura, o al menos una concentración absoluta, pues son cuentos que no se agotan con una sola lectura, sino que incluso suponen una relectura inmediata y admiten múltiples interpretaciones. Por momentos se tornan oscuros y herméticos, y, sin embargo, están disfrazados de sencillez. Pero es una sencillez sólo aparente y engañosa. De igual modo, los hechos fantásticos que ocurren en estos cuentos (casi siempre psicológicos), parecen a menudo el producto de la imaginación de los personajes. Además, en ellos la dominicanidad está presente por doquier, mas es una dominicanidad que —con su idiosincrasia, sus raíces y tradiciones— se adapta a otras realidades del mundo. De ahí que estos cuentos carezcan de una geografía específica y, en consecuencia, lo ocurrido en las historias que narran puede suceder en cualquier parte del mundo y en cualquier momento. Y, sin embargo, son historias con amplio sabor a dominicanidad. En definitiva, el lector dominicano, o de cualesquiera otras latitudes, puede en cualquier momento disfrutar de la lectura o relectura del libro Melodías del cuerpo presente.
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