En esta tercera década del siglo XXI, navegamos en redes sociales consagrados a los flujos informacionales, concentrados en vivir en un cibercuerpo de entramado virtual cargado de datos, algoritmos y de los flujos de información que emanan de la inteligencia artificial, donde el poder cibernético ha dejado los cuerpos a un lado para concentrarse en el control virtual de los datos, la información y el conocimiento que brotan de estos. Merleau-Ponty (1994) sitúa como parte fundamental de su filosofía el análisis del cuerpo como forma de presencia en el mundo. Su pensamiento se orienta a comprender la manera en que nuestra existencia se entrelaza con el entorno y con los demás en una constante relación de coexistencia.
El mundo cibernético se halla transido de hiperinformación: un espacio simultáneamente estacionario y errático, que se mueve a la velocidad de la luz y, al mismo tiempo, parece detenido en la inmediatez. Se encuentra inmerso en tormentas digitales, mientras el planeta físico —ese que creemos haber dejado atrás por la virtualidad— clama por una atención que se ha vuelto consumista, tragantona: “la percepción voraz no requiere atención alguna” (Han, 2025, p. 7), ante todas las tormentas y huracanes que, cada temporada, resultan más complejos y erráticos.
El cambio climático ya no es una proyección futura, sino una experiencia presente y tangible. El aumento de las temperaturas globales, el deshielo de los polos y la alteración de los ciclos naturales son signos inequívocos de una crisis que desborda las pantallas y atraviesa la vida cotidiana. La Tierra Patria, que abarca el mundo y el cibermundo, está transida de incertidumbres y convulsiones.
Cabalgamos entre muertos, mutilados y hambrientos, víctimas de los conflictos armados, de las violencias de la ultraderecha contra los migrantes y de la indiferencia ante la miseria material y espiritual de miles de millones de seres humanos
Lo más alarmante es el crecimiento de los movimientos políticos y sociales que niegan el conocimiento científico de esta crisis planetaria: los negacionistas, los escritores zombis y los autores de literatura ligera que, impulsados por la inteligencia artificial y sus chatbots, surgen de la nada, sin lectura ni formación. A ellos se suman los adeptos a la posverdad, quienes creen ciegamente que la pandemia de la COVID-19 fue una fabricación de ciertas élites de poder. También están aquellos que rechazan la realidad del cambio climático y otras tantas evidencias que amenazan la “Tierra Patria”, tal como la nombraron Morin & Brigitte Kern (2006).
La Tierra Patria es una totalidad compuesta de diversidad biológica, cultural y social; cada sujeto encarna esa diversidad interna: “Cada ser humano es un cosmos, cada individuo es un hormigueo de personalidades virtuales, cada psiquismo segrega una proliferación de fantasmas, sueños, ideas. Cada uno vive, del nacimiento a la muerte, una tragedia insondable, escandida por gritos de sufrimiento, de alegría, de risas, de lágrimas, de abatimientos, de grandeza y de miseria” (Morin & Brigitte Kern, p.63).
En tal sentido, el ser humano no puede reducirse a una sustancia, sino que es un entramado de contradicciones, emociones y pensamientos diversos que coexisten dentro de un mismo sujeto.
Vivimos en un mundo cibernético transido y errático, cargado de algoritmos que predicen tendencias y cuyos flujos digitales nos distraen con su envoltura virtual; mientras, en el plano de lo real, el planeta emite signos de alerta que no pueden reducirse a datos o estadísticas, dado que detrás de cada reporte del tiempo, de intensas temporadas ciclónicas, hay vidas humanas, ecosistemas enteros, memorias y territorios amenazados.
En sus ensayos sobre la tristeza, Montaigne, desde una perspectiva filosófica, reflexiona acerca de la experiencia del sufrimiento emocional, utilizando el término transido para describir el estado de angustia profunda que puede sobrecoger al sujeto ante una noticia devastadora o un dolor extremo. En este sentido, el filósofo señala que “al recibir la súbita alarma de una muy mala noticia, nos sentimos transidos, embotados y como faltos de todo movimiento” (Montaigne, 1984, p. 9).
Esta concepción filosófica de lo transido, que he venido desarrollando, se enmarca en el impacto que puede tener un suceso doloroso, capaz de provocar una parálisis emocional que anula la capacidad de reacción, dejando al sujeto abrumado y en un estado casi de suspensión o errático.
No obstante, este estado transido puede ser transitorio, pues el propio Montaigne explora la posibilidad de recuperación. A medida que el sujeto se permite experimentar y expresar su sufrimiento —“entregándose a lágrimas y quejas” (ibid.)— comienza a sentir una liberación emocional. En esa misma intensidad, el alma logra “desprenderse, librarse y sentirse más a sus anchas” (ibid.).
La dualidad abordada por Montaigne oscila entre el sufrimiento y la posibilidad de liberación, dejando entrever la complejidad de la experiencia humana. El dolor, aunque paralizante, puede convertirse en un catalizador de la recuperación y del conocimiento de sí mismo y el metaconocimiento en cuanto a conocer lo que se conoce, abriendo así un espacio para el autodescubrimiento y la comprensión profunda de la propia existencia.
En estos días, marcados para la historia con fecha de la última semana del mes de octubre de 2025, la tormenta Melissa azota al Caribe con una fuerza inusitada, recordándonos la vulnerabilidad de las regiones tropicales ante los fenómenos meteorológicos extremos. Melissa no es un evento aislado, sino una manifestación más de un clima planetario alterado y errático por la acción humana. Los huracanes se intensifican, las lluvias se vuelven torrenciales y los océanos —sobrecalentados y expandidos— alimentan tempestades que arrasan comunidades enteras.
Vivimos tiempos cibernéticos transidos y erráticos a la vez, como parte de la policrisis planetaria. Nunca habíamos tenido tanto acceso a la información sobre el estado del planeta y, sin embargo, nunca habíamos estado tan desconectados de su realidad física. El cibermundo virtual de los datos y de la inteligencia artificial no puede seguir ignorando el mundo real de las sequías, las tormentas y los incendios, de la guerra y la ciberguerra.andres
Cabalgamos entre muertos, mutilados y hambrientos, víctimas de los conflictos armados, de las violencias de la ultraderecha contra los migrantes y de la indiferencia ante la miseria material y espiritual de miles de millones de seres humanos que habitan esta nave llamada Tierra. Una nave que viaja por el universo de manera errática, sin rumbo fijo.
Ante este panorama desolador, no podemos seguir viviendo aferrados a lo que se ha perdido y jamás se recuperará. Si nos limitamos a soportar con resiliencia y adaptación, corremos el riesgo de quedar atrapados en un ciclo infernal dantesco, en esta Tierra Patria transida, que atraviesa una crisis permanente: la permacrisis que parece no tener fin.
Compartir esta nota
