Más que ruido, el dembow es el grito de una juventud que resiste en ritmo y rebeldía. Una música que no pide permiso y que, como espejo, nos devuelve la imagen de un país que no queremos ver.

En un país que aprendió a amar la bachata después de despreciarla, el dembow sigue cargando con el estigma del ruido. Pero ¿y si ese ritmo acelerado, crudo y vibrante fuera, en realidad, el grito de una juventud que no hemos querido escuchar?

Este ensayo propone afinar el oído y escuchar más allá del estruendo para descubrir una verdad incómoda: el dembow no es solo música. Es un espejo ruidoso que refleja el país real: el de los barrios heridos, que la clase alta tapa con jazz, los políticos con promesas incumplidas y la cultura oficial con el silencio.

Del desprecio a orgullo patrio: ¿otra vez?

¿Qué tienen en común la bachata de los años 70  y el dembow de hoy?

Ambas nacen en los márgenes. Son sonidos de barrio, de esquinas calientes y cuerpos sedientos. Canciones que sudan, que revientan las calles con rebeldía y sensualidad. Ambas fueron tildadas de vulgares, rechazadas por las élites, prohibidas en emisoras y excluidas del gusto “respetable y tradicional”.

Pero mientras la bachata logró redención —y hoy ondea como símbolo patrio junto al merengue, reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad—, el dembow sigue siendo ese ruido incómodo que muchos prefieren ignorar, evitar o silenciar.

Un viaje a Samaná,  me sacudió el alma

Esta Semana Santa fui invitado a Portillo, Samaná, a casa de mi hermana Rita. La tarde del Jueves Santo bajamos al pueblo. Íbamos a comprar algo sencillo, pero en la calle y en la playa los motores y carros —casi todos conducidos por jóvenes— retumbaban con un estruendo que sacudía los cristales del vehículo. Subimos los vidrios. No dijimos casi nada. Pero algo quedó resonando en mí.

Decidí hacer algo más: escuchar. Poner atención real a esa música que sonaba y golpeaba nuestros oídos. Porque el dembow no solo suena. El dembow grita. Y tal vez —solo tal vez— ese grito que retumba está diciendo algo que ya no podemos seguir ignorando.

Crudo, sí. Vacío, no

No hay que ser fan para entender que el dembow es un espejo. Refleja una sociedad rota. Una juventud marcada por el abandono, el machismo, la necesidad de sobresalir, de pertenecer, de gozar, de tener un cuerpo que importe, de hacerse oír aunque sea a gritos.

Sí, es ruidoso. Casi siempre vulgar. Pero también es pegajoso, directo, creativo. Es la forma más cruda y viva con que muchos jóvenes expresan lo que sienten. Lo hacen con rabia, con ritmo, con picardía. Lo gozan. Porque a veces, cuando todo falta y nada se cumple, gozar es lo único que queda.

¿Sabemos de dónde viene lo que suena?

El dembow no nació de la nada. Tiene raíces en el dancehall jamaiquino, en el reguetón puertorriqueño y panameño. Pero lo que hicieron los intérpretes dominicanos fue transformarlo: le metieron jerga, calle, tigraje, velocidad. Con más de 110 beats por minuto y letras que empujan como una carrera sin frenos, se convirtió en la banda sonora de quienes no caben en la cultura oficial.

Nico Clínico y DJ Patio fueron pioneros. Luego vinieron El Sujeto, Secreto, Vakero, Mozart La Para y El Alfa, que lo llevaron a escenarios internacionales sin perder el acento de nuestros barrios. Lo que empezó retumbando, hoy tiene voz propia. Y no pide permiso. Se escucha por todas partes.

Más que música: testimonio y resistencia

¿Hay letras machistas, violentas, misóginas? Sí. Pero también hay testimonio. Hay denuncia. Hay resistencia. El dembow no inventó la violencia, ni la desigualdad social: la refleja. A veces, la repite porque no conoce otra forma de escribirla. Culparlo es desviar la mirada. Es negarse a ver el fondo de esta expresión. Es querer tapar el sol con un dedo.

El Alfa canta superación. Kiko el Crazy, irreverencia. Yomel el Meloso rapea la precariedad con astucia

Lo que hay es una generación sin educación artística, sin orientación, sin becas, sin espacios seguros… creando con lo poco que tiene. Haciendo música con las uñas. Con hambre. Con ganas de vivir y de ser vistos.

Escuchar no para censurar, sino para transformar

Imaginemos un país donde el Ministerio de Cultura y el de Educación diseñen programas no para censurar el dembow, sino para canalizar su potencia. Concursos de letras con sentido. Talleres de producción musical en escuelas públicas. Casas culturales con acceso a tecnología.

Ya hay brotes. Se han organizado. Pero falta algo esencial: decisión política, visión cultural y respeto.

No se trata de poner el dembow en un museo ni de “limpiarlo” para hacerlo aceptable. Se trata de entender que la cultura viva —la que nace en la herida— no siempre suena bonito ni en armonía. Pero es real. Y es nuestra.

¿Estamos escuchando el país que suena?

Si no acompañamos este boom con una revolución educativa y cultural, seguiremos celebrando Grammys mientras perdemos generaciones de jóvenes en silencio.

El dembow nos está diciendo algo. La juventud nos está gritando.

La pregunta es si seguiremos tapándonos los oídos…

o si por fin aprenderemos a escuchar con respeto.

Porque si escuchamos bien, con el corazón abierto, tal vez descubramos que lo que suena no es ruido…

Es nuestro país. Es el pueblo.

Es el grito de los jóvenes de abajo que todavía sueñan con que alguien los escuche.

Danilo Ginebra

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

Ver más